El ambiente, cargado de tensiones apenas latentes, quedó en pausa, como si todos estuvieran esperando el próximo movimiento. Pero, en ese momento exacto, era evidente que lo único que importaba a Cristal y Gerónimo era la proximidad de sus miradas. Nadie más existía en la terraza: ni Rosa, ni sus intrigas veladas. Allí estaban ellos, unidos, sólidos, formando un frente que parecía inquebrantable.—No es nada, cariño, solo me preocupé un poco. Oli, quiero que le hagas el vestido de novia más espectacular que puedas para nuestra boda en la iglesia —dijo Gerónimo de pronto, alzando la voz.—¡Amor! —exclamó Cristal emocionada, mirando cómo Rosa se acercaba y preguntaba:—¿Qué boda, Gerónimo?—¡Su boda, Rosa! —respondió la voz de Giovanni—. Y no te preocupes, Gerónimo, yo corre
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