Axel se quedó en silencio un momento , como si tratara de leer entre líneas mi respuesta. Luego, con voz baja, casi como una caricia, dijo:—Seguramente estás muy cansada, amor.Asenti. Sentía el cuerpo pesado, como si todo el día se me hubiera ido encima de golpe. —Ven —dijo con suavidad, ofreciéndome su brazo—. Vamos a cambiarte. Estarás más cómoda.No dije nada, pero lo seguí. Caminamos despacio hasta el armario. Axel abrió las puertas y sacó una bata de dormir de algodón blanco, suave al tacto. Me la entregó y luego, sin decir palabra, se giró para darme algo de privacidad.Me vestí lentamente, sintiendo el cansancio acumularse en mis piernas, en mis hombros, incluso en mi espalda baja, donde el peso del embarazo empezaba a hacerse más notorio. Cuando terminé, le di un leve toque en el brazo.Él se volteó al instante y con una delicadeza que me tomó por sorpresa, me ayudó a caminar hasta la cama. Sus manos firmes me sostuvieron por la cintura, como si temiera que me desmoronara e
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