La habitación se volvió un murmullo lejano, las máquinas seguían funcionando, pero ya no eran suficientes. El cuerpo de Bianca, apenas sostenido por hilos invisibles, comenzaba a rendirse, su rostro, ahora sereno, era un reflejo de paz… o tal vez de resignación.Natalia se apartó lentamente, sus lágrimas ya no eran de odio ni de dolor, eran de despedida, de esas que solo se derraman cuando, a pesar de todo, aún queda amor.Emiliano no se movía, sostenía la mano de Bianca como si aún pudiera aferrarse a ella, como si el solo contacto pudiera anclarla a la vida.— No tienes que irte… — Susurró, sin poder controlar el temblor en su voz —. No así, no ahora que al fin te atreviste a mirar atrás.Los párpados de Bianca se abrieron apenas, una última vez, y en su mirada, Emiliano encontró algo que nunca había visto del todo, vulnerabilidad, humanidad, amor.— Lo siento. — Susurró ella, sin aire, sin fuerza—. Por no… dejarte quedarte… conmigo.Una sola lágrima cruzó su mejilla; no hubo más pa
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