Esa noche, Nicolás se encontraba en su oficina improvisada en el pequeño departamento que había alquilado al regresar a la ciudad. Los muebles eran mínimos, los adornos inexistentes. Solo estaba él, su computadora y la tenue luz del escritorio, como un refugio que le ofrecía escasa paz en medio del caos que había desatado.Mientras miraba la pantalla, revisando los informes y los movimientos de sus rivales, no podía quitarse de la cabeza las palabras del hombre en la fábrica. Cada frase, cada insinuación, se había adherido a sus pensamientos como un veneno, corroyéndolo. ¿Quiénes eran "ellos"? ¿Realmente tenía enemigos más allá de las sombras? La incertidumbre era como un peso en el pecho, uno que, aunque intentaba ignorar, no podía apartar.Estaba ensimismado en sus pensamientos cuando un sonido suave rompió el silencio: su teléfono vibraba. Miró la pantalla. Un número desconocido. Por un segundo, dudó, pero finalmente respondió.—¿Quién habla? —preguntó con voz firme.—Nicolás Valve
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