El tiempo se quebró en dos.La mitad del claro siguió mirando a Hecate, a Rheon, al fuego y a mí.La otra mitad giró, inevitablemente, hacia él.Ashen.Entró desde el este como si el bosque mismo lo hubiera escupido. Las ramas rotas marcaban el camino por el que había pasado, la tierra levantada mostraba los cuerpos de dos guardias inconscientes a su espalda. Llevaba la camisa rasgada en un costado, una fina línea de sangre seca cruzándole la mejilla, polvo en la piel y en el cabello.Pero estaba erguido.Entero.Peligroso.Durante un latido eterno, nadie respiró.Reconocí la forma en que sus ojos barrieron el claro: no con curiosidad, sino con evaluación quirúrgica. Mapeó salidas, distancias, posiciones de los ancianos, del círculo de fuego, de Hecate, de Rheon… de mí. Cuando su mirada se ancló en la mía, sentí el tirón del vínculo como un golpe en el plexo.Estoy aquí, dijo sin palabras.Yo también, respondí, sin mover los labios.—¿Quién…? —alcanzó a murmurar uno de los jóvenes que
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