131. La verdadera herencia
Isabella pasó el dedo sobre el fragmento de cristal que había sido parte de la mesa de café. El corte fue limpio, superficial, pero lo suficiente para que una gota de sangre brotara. Debería haber apretado el gatillo, pensó, mientras una de las empleadas se llevaba los restos de su arranque de furia. Su mano había temblado en el último segundo, y la duda persistía como un parásito en su mente. Amaba al asesino de sus padres de una forma visceral, pero también tierna, porque era el único lugar en el que se sentía segura. Sí, seguro estaba loca. Subió a darle las buenas noches a Emma, pero al abrir la puerta, se detuvo al ver a Nathan leyéndole un cuento. Su tono era diferente cuando estaba con la niña: suave, modulado, con una cadencia hipnótica que lograba transportarla a mundos de fantasía. Irreconocible comparado con la frialdad del hombre que la amenazó horas antes y con quien debía fingir un poco más antes de irse de ahí con su gente, porque ahora habían más personas por las
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