Isabella condujo a Emma hacia la biblioteca, donde se habían tomado tantas decisiones importantes. El aroma a cuero la envolvió al entrar, y miró a su hija que se dejó caer en el sofá con esa misma postura defensiva que Isabella conocía de memoria. Cerró la puerta con cuidado y tomó asiento frente a ella antes de decir:—Quiero entender qué pasó.—¿Sin sermones sobre la seguridad familiar? ¿Sin advertencias sobre los peligros? —preguntó sorprendida.Isabella sonrió levemente mientras le acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja.—Prefiero escuchar primero. Háblame de ese chico.El cambio en la expresión de Emma resultó revelador para Isabella: un ligero rubor, un brillo inconfundible en la mirada.—No es como los tipos que me rodean allá —murmuró—. Es de Medio Oriente. Su familia tiene negocios por todo el mundo. Tiene un acento marcado, pero habla con una seguridad que no se finge.—¿Y tiene nombre? —¡Mamá! Sí… —dijo Emma con una sonrisa que no pudo contener—. Se llama Karim
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