El reloj marcaba las once de la mañana. La luz del sol entraba a través de las grandes ventanas de la oficina de Alejandro Ferrer, iluminando los documentos esparcidos sobre su escritorio. Ricardo Medina, su inseparable amigo y mano derecha, estaba sentado frente a él, hojeando algunos papeles mientras Alejandro, absorto, apenas lograba concentrarse en lo que leía.De pronto, Alejandro dejó el documento a un lado y se levantó de su silla, caminando hacia la ventana con las manos en los bolsillos, su ceño fruncido en una expresión de profunda preocupación.Ricardo alzó la vista, notando de inmediato su actitud.— ¿Qué sucede, Alejandro? —preguntó, cerrando la carpeta que tenía entre las manos—. Te noto... pensativo.Alejandro soltó un suspiro largo y pesado antes de girarse para mirarlo.—No puedo dejar de pensar en Irma —admitió finalmente—. Es tan joven... Aún me cuesta creer que esté enferma. Es como si, en cualquier momento, fuera a desaparecer de mi vida, así como Camila lo hizo..
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