La noche descendía lentamente sobre la mansión, cubriendo con su manto de penumbra el silencio tenso que reinaba en el lugar. Cristal, inquieta, sentía cómo la brisa helada penetraba hasta los huesos, pero su corazón palpitaba con una calidez que solo un nombre podía evocar: Rasen.«Le di la orden explícita de no venir, bajo ninguna circunstancia.» Las palabras aún resonaban en su mente mientras su piel reaccionaba al leve roce de unos dedos. Era un contacto que, en lugar de consolarla, provocó un temblor incontrolable. Giró lentamente para enfrentarlo, el miedo luchando por dominar su mirada.—Rasen, ¿dónde estabas? —preguntó, su voz temblorosa y cargada de reproche.La puerta se había abierto sin que ella notara su llegada. Allí estaba él, tan imponente como distante, y la mezcla de amor y dolor en su interior la impulsó a acercarse.—No debiste venir, Cristal —respondió Rasen con voz suave, desviando la mirada hacia Lionel, que permanecía a unos metros.—Fui yo quien insistió —cont
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