—Ya volviste, de acuerdo —continuó él, murmurando—. Bien podrías haberte quedado tranquila al lado de Fernando toda la vida. No parecía un mal trato, ¿verdad?Aquello era lo máximo que Alejandro estaba dispuesto a conceder… hasta que oyó hablar de «citas arregladas». Una risa fría, cargada de ironía, se deslizó por sus labios. Recorrió el contorno de la boca de Luciana con la punta del dedo.—Yo tenía entendido que, fuera de Fernando, ningún otro hombre te interesaba. —Entrecerró los ojos—. Veo que me equivocaba.—No es…—¿No es qué? —la cortó él, sin la menor amabilidad—. Lo vi con mis propios ojos, ¿todavía quieres negarlo?Luciana abrió la boca sin hallar palabras. ¿Cómo explicarlo de forma que él le creyera?—Así que necesitas un hombre, ¿no? —Su tono fue cáustico.De pronto, la sujetó por la cintura, la alzó y la apoyó contra la pared de azulejos.—Si Fernando no es indispensable, ¿por qué diablos yo no podría serlo?Luciana se quedó sin aliento. La intensidad en los ojos de Aleja
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