Era una mañana tranquila, casi perfecta, cuando recibí la llamada de Robert. No esperaba escuchar de él después de tantos años, no después de lo que sucedió entre nosotros. Sin embargo, allí estaba su voz, llena de energía y, curiosamente, de una cordialidad que me sorprendió. —Hola, Adriana. Soy Robert. Quiero verte, quiero hablar contigo y Diego. Tengo algo que ofrecerles. Mi corazón dio un pequeño salto, algo que no experimentaba desde los tiempos en los que nuestra relación era algo más que una amistad distante. Con Diego a mi lado, las emociones que Robert me provocaba se sentían como ecos del pasado, retumbando en mi mente y en mi pecho. Robert, el hombre que en su momento había sido tan cercano a mí, el hombre con el que compartí sueños y preocupaciones. Ahora, muchos años después, nos habíamos distanciado tanto que parecía como si ese tiempo nunca hubiera existido. Pero en su voz, podía escuchar una genuina preocupación y deseo de apoyo. La llamada dejó una huella en mí, y
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