85. Larga vida a los reyes Licántropos.
Tres meses antes de que nacieran los mellizos, él había aguardado para tocarla. Un mes después del nacimiento, era demasiado tiempo sin sentir a su esposa, pero eso iba a cambiar en esa habitación en penumbras.No les importaba si no estaban en un lugar adecuado, para ellos lo era.Alexander no podía apartar los ojos de su esposa. Por fin, ya no había nada de qué preocuparse, ningún enemigo amenazaba a su familia, ya que habían sido derrotados. Él no veía más allá de ella.Ella tampoco tenía ojos para nadie más que no fuera él, su esposo, su alfa. El padre de sus hijos y ahora su rey.Él llevó su mano al rostro de su amada, delineándolo, colocándola sobre una de las mesas. Su hermosa luna, tan atractiva como el primer día que la vio, se acomodó entre sus piernas, estrechándola contra su cuerpo y deslizando su nariz por su cuello, inhalando ese dulce aroma sin el que ya no podía vivir.—Franchesca —murmuró con voz ronca, afectada por la excitación—, no puedo esperar más.Ella no podía
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