Teresa observaba a su esposo, Markus, y a Alexandra Di Angelo. Su corazón latía con rapidez, anticipando el dolor de escuchar lo que ambos tuvieran que confesarle.—¿Qué es lo que me esconden? —les dijo Teresa. Su voz temblaba, reflejando la angustia que sentía.Markus inhaló profundamente y llevó su mano derecha hasta su rostro. Sabía que ya no podía seguir guardando el secreto. Alexandra, por su parte, se mantenía en silencio, presa de la culpa y los celos que sentía por Teresa, la luna predestinada del cuerpo que ahora ocupaba Markus.—Por favor, hablen. No se queden callados —les pidió Teresa, sintiendo que ya no podía más con esa situación—. ¿Ambos son amantes?Markus sabía que ya no podía callar, no solo porque Teresa merecía la verdad, sino porque la chamana le había advertido que la única posibilidad que tenían de combatir la oscuridad era restablecer el vínculo roto. Aunque su alma anhelaba restablecer ese vínculo, su cuerpo pedía forjar uno nuevo con Teresa.—Bien. Creo que

Alexandra, Teresa y Markus se miraban a los ojos, nerviosos. La tensión en el aire era palpable, cada uno lidiaba con sus propios miedos y esperanzas.Alexandra no había tenido el valor para enfrentarse a Andrew y decirle que dejaba de ser su esposa. Simplemente le había dejado el acuerdo de divorcio firmado y le había agradecido por haber estado a su lado durante más de tres décadas. No podía decirle que Robert, su Robert, el amor de su vida, estaba vivo. Algo le impedía revelar ese secreto.Teresa no sabía cómo sentirse al respecto. Amaba a Markus; sin embargo, siempre había sentido que una parte de él no le pertenecía, y ahora sabía el motivo. Se sentía aliviada e inquieta al mismo tiempo por lo que estaban a punto de hacer. Conocía a Alexandra y le caía bien, pero después del ritual ya no solo sería la madre de Alexander, su amigo de la infancia, sino también parte de su relación. Los tres serían uno.Markus no podía dejar de mirar a las dos mujeres de su vida. Elegir entre una y

— Así cariño… hazla disfrutar tanto como su boca me hace disfrutar a mí — gimió Lexie, echando su cabeza hacia atrás, enterrando sus dedos en el cabello de Teresa, pegándola más a su sexo, alzando sus caderas en busca de más contacto.Teresa sonrió satisfecha con las palabras de Lexie, antes de inclinarse nuevamente, dejando que sus manos la pegaran más a su sexo y así succionar con intensidad su clítoris, a la vez que se atrevía a penetrarla con dos dedos, duro y rápido, imitando la forma en que la erección de su esposo se movía dentro de ella.Rápidamente la habitación se llenó de los gemidos de Alexandra, quien se corrió primero y se apartó solo un poco para observarlos. Quería ver cómo se unían, cómo su esposo poseía a Teresa, mientras ella se sentía a gusto con el orgasmo que acababa de experimentar.— Así, cariño, hazla gemir… — dijo ella llevando sus manos hasta su propio sexo. Acababa de sufrir un orgasmo, pero ver y sentir lo que ellos dos sentían hizo que ella volviera a est

La alarma se apoderó de todos en la sala. El rey Antuan se levantó de inmediato, su rostro transformado por la ira y la determinación de proteger a su familia.—No podemos permitir que lleguen a la reina, ni a la princesa —dijo el rey con firmeza—. Markus, reúne a los betas guerreros. Nos dirigiremos a las montañas de inmediato. Da la orden de que las omegas se refugien.Markus asintió y salió corriendo para reunir a los guerreros, su mente ya trazando un plan para proteger a su familia. Teresa y Alexandra lo alcanzaron en el camino, habiendo escuchado la noticia del beta.—Por favor, no me pidan venir a la guerra —dijo Markus, mirando a Teresa y Alexandra con seriedad—. Esto es algo que debo enfrentar solo. Algo entre mi hermano y yo. Lleven a las omegas al recinto especial que se construyó cuando las guerras eran el pan de cada día.Las dos mujeres asintieron, preparándose mentalmente para la batalla que se avecinaba. No había tiempo que perder. Markus y un grupo de guerreros se dir

Alexander estaba en la cabaña con Franchesca, tratando de mantener la calma a pesar de la creciente ansiedad. Sabía que su madre y Teresa estaban en el refugio, y aunque confiaba en sus habilidades, el peligro que corrían lo desestabilizaba.De repente, un beta irrumpió en la cabaña, respirando agitado y con una expresión de pánico en el rostro.—¡Markus! —gritó el beta, mirando al alfa—. La manada de lobos salvajes ha atacado el refugio donde se encuentran sus lunas. No hemos recibido informes de ellas desde entonces.El rostro de Markus se endureció de inmediato, pero antes de que pudiera reaccionar, Alexander se adelantó hacia la puerta sin decir nada. Podía sentir pequeñas heridas apareciendo en su piel, como cortes trazándose en su rostro, cuello y brazos.Markus lo detuvo, agarrándolo firmemente por el brazo. Alexander se revolvió, su rostro transformándose en uno más animal, mostrando los colmillos en señal de advertencia.—No puedo permitir que les hagan daño. Debo ir a ayudar