75. Los cachorros eran suyos
El galope de su caballo resonaba como un tambor solemne sobre la tierra húmeda. Sebastián cabalgaba con la mirada fija en el horizonte, cruzando el cauce brillante del Río de Plata. A su alrededor, la vegetación parecía susurrarle que avanzara. Que no se detuviera. Que algo lo esperaba más allá de la siguiente curva. Desde que dejó atrás la manada de Fuego, algo dentro de él había cambiado. Al principio, su mente seguía nublada, como si una sombra lo envolviera desde adentro. Pero conforme se adentraba más en territorio libre, esa bruma comenzó a disiparse. Y por primera vez en semanas… podía pensar con claridad. Su lobo despertó con un rugido vibrante en su pecho. —¿Lo sientes? —preguntó Sebastián, casi sin aliento. La respuesta llegó de inmediato: un zumbido suave, profundo, como un eco perdido que vibraba en sus entrañas. No era imaginación suya. Era una certeza. Dayleen estaba viva. Estaba lejos… pero no lo había olvidado, porque no había roto el vínculo. —Encuéntrala —le p
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