Capítulo 2: La Bestia Karras

Zeke Karras era uno de los solteros menores de treinta y cinco más conocido ―y codiciado― del mundo. De hecho, estaba dentro del ranking entre los cien más atractivos, compitiendo duramente contra actores, cantantes y deportistas reconocidos.

Aunque no entraba en el conteo de los más carismáticos.

En el medio, el señor Karras, ostentaba el título de “La Bestia Karras”; y este no podía ser más acertado: era implacable, serio y frío como un tempano de hielo. Una sensación que se reforzaba por sus increíbles ojos azules, que miraban a todos y a todo, como si fuesen formas de vida menos evolucionadas.

Como CEO de la división de desarrollo farmacéutico de la Corporación Kappa, su aspecto siempre era pulcro, tanto que parecía inhumano; nunca se le había conocido ni una sola falta, su reputación era intachable, y lo poco que se le podía criticar era su personalidad: carecía de tacto y decía todo sin filtro. Hasta el punto en que muchos decían ―entre dientes― que era un cretino.

Sin embargo, a pesar de que muchos pensaban que esa actitud era simple y llana arrogancia, Zeke era una persona justa. Por lo tanto, los empleados de su división terminaban desarrollando una increíble lealtad: tenían excelentes beneficios laborales, recibían amonestaciones proporcionales a los errores cometidos, crecían y avanzaban de acuerdo a sus méritos, gozaban de protección corporativa y el ambiente de trabajo era bastante amistoso.

Graciosamente, eran una gran familia, lo que hacía que su desempeño fuese eficiente, y en consecuencia, los Laboratorios Kappa se encontraban siempre a la vanguardia del mercado, ofreciendo los mejores medicamentos a precios justos.

Tal vez esa era la razón por la que sus competidores odiasen a Zeke Karras de manera proporcional a como lo amaban sus empleados.

Debido a ese amor y lealtad, era inevitable que todos notaran hasta lo más mínimo de su jefe. El CEO, un hombre que en cualquier circunstancia trataba a todos con educación ―aunque no fuese de la manera más cálida―, llevaba una semana de un terrible humor.

Eso perturbaba de forma notable a los empleados en el edificio, porque el señor Karras era como un cuerpo celeste, tenía su propia fuerza de gravedad, que afectaba a todos a su alrededor; el más leve cambio repercutía en cada uno de ellos. Sin embargo, aun sabiendo el dominio que él ejercía en torno a su persona, no lograba controlar sus emociones en ese momento.

Zeke había pasado la semana más caótica de toda su existencia. Desde la Noche de Brujas su vida estaba de cabeza; él, que se esforzó siempre por mantener un férreo control sobre cada aspecto de su ser, se encontraba en ese instante rumiando su desdicha como un adolescente hormonal.

Los cambios de humor eran tan notables que no conseguía disimularlos, normalmente se sentía hastiado ante el roce de cualquier mujer, era su rechazo natural ante la fuerza del therion que, cuando surgía, actuaba como un animal en celo y terminaba acostándose con cualquier fémina de manera indiscriminada. Cubrir los escándalos de su juventud fue una tarea titánica, pero lo más desagradable era ver la preocupación de sus padres mientras lo consolaban por algo que no podía controlar.

En ese instante, no sabía cómo lidiar con esas emociones de anhelo que experimentaba por una mujer de la cual no sabía ni el nombre.

De hecho, no tenía una sola pista al respecto.

«Basherte» pensó con desolación. Nunca creyó que el poder del Bashert fuese tal, siempre consideró que sus padres y los otros theriones de la familia exageraban al respecto, para él, su basherte iba a ser una transacción más, un proceso controlado, casi como el cierre de un negocio exitoso.

Y allí radicaba el problema, porque su familia estaba en conversaciones con los Baahg desde hacía más de una década, para que una de sus hijas se convirtiese en su basherte. No obstante, más que molestarse por su arruinada unión, lo que más aborrecía era imaginarse traicionando a su Ama, lo que exacerbaba el furor del therion.

Un toquecito en la puerta lo sacó de su ensoñación, había pasado toda la mañana de pie frente a la ventana, escudriñando el horizonte citadino. Cuando eso sucedía, era porque el deseo de correr libre entre laderas de montañas lo abrumaba ―su padre decía que el instinto de la bestia expresaba su necesidad de libertad de esa manera―; pero en ese momento, observaba los edificios, las personas diminutas moviéndose en las calles, los autos rodando en el asfalto, con la única finalidad de encontrarla.

―Adelante ―respondió cuando el toquecito se repitió, esta vez un poco más fuerte.

Un hombre alto, de cabello marrón y buena construcción corporal, en un rango de edad difícil de identificar, entró, sosteniendo entre sus manos una tableta del tamaño de una hoja de papel.

―Señor, ya encontramos al camarero del club ―informó.

―Está bien ―asintió, girándose a ver a su subordinado―. ¿Averiguaste algo sobre mi basherte? ―inquirió con un tono esperanzado, que ni siquiera intentó disimular; el hombre negó―. ¡Maldición, Calvin! ―Se tomó la frente con frustración―. Esto me está volviendo loco.

―¿Llamo a la mágissa? ―Zeke negó con frustración.

―No es necesario ―respondió, quitándose el saco de su traje. Calvin se apresuró a recibírselo, luego se alejó hasta el pequeño armario oculto, donde colgó la pieza para que no se arrugara.

El secretario lo miró por un instante, el patriarca de los Karras le había advertido sobre el cambio notable que se operaría en Zeke cuando este encontrara a su basherte, pero no dejaba de ser impresionante ―y aterrador― verlo en ese estado de desolación.

Soltó una exhalación, no podía preocuparse por algo que no había sucedido, no cuando tenía en sus manos un asunto más apremiante.

Se encaminó en dirección a su jefe y llamó su atención, tendiéndole la tableta para que leyera el informe del camarero.

―Aunque fue un poco complicado, conseguimos rastrear la fuente que le pagó a ese hombre para que contaminara tu bebida ―explicó Calvin, a medida que Zeke leía―. Es seguro decir que son los Novikov quienes están detrás de este ataque.

―Me lo supuse. ―Asintió el CEO, mirando la foto del mesero. Era un hombre un tanto insípido―. ¿No te parece que es un poco soso para trabajar como camarero en ese club?

―Jefe, cualquier hombre es insulso si lo comparamos con usted ―respondió el secretario con una mueca de resignación.

―No me refiero a eso ―respondió Zeke, frunciendo el ceño―. Me refiero a que su apariencia no es la adecuada para el club, ¿cómo contrataron a alguien tan plano para trabajar allí? No entra dentro de los estándares de Fénix.

―En eso tiene razón, señor Karras ―aceptó Calvin, recibiendo la tableta de vuelta―. El Vahşi Cennet[1] tiene un alto estándar con respecto al aspecto de sus empleados.

―A Fénix le gustan las cosas atractivas ―corrigió el CEO―, sin importar si son útiles, eficientes o éticas. ―Suspiró―. ¿Cuánto tiempo tardarán en traerlo?

―Ya está aquí, lo están interrogando ―informó de inmediato―. Como mencioné, estoy casi seguro de que todo esto fue una estratagema de los Novikov para boicotear el desarrollo del Supresor Th.

»Aunque debo decir, señor, que es incluso bajo para ellos, el haber alterado su bebida en un sitio público, lleno de tantas personas… ―Sus dedos apretaron con algo más de fuerza de lo normal los bordes de la tableta―. De solo pensar en lo que pudo pasar si usted no se hubiese controlado…

―No me controlé, encontré a mi basherte ―le corrigió de inmediato, casi con un gruñido.

Calvin asintió, conteniendo el temblor de su cuerpo; Zeke estaba al borde, se encontraba a la defensiva porque todos ponían en duda que hubiese encontrado a su Ama. Sin embargo, aunque quisiese darle la razón y celebrar con él el hecho de que podría liberarse del Therion por fin, todas las evidencias apuntaban a que nadie había estado con él esa noche.

―Tengo que encontrarla, Calvin… ―musitó con agonía. El dolor era palpable en sus palabras.

El asistente asintió en silencio, no podía evitar sentir algo de pena por el señor Karras; no obstante, este se negaba a visitar a la mágissa para que confirmara el lazo vinculante con su basherte.

―Le avisaré cuando confirmemos con el mesero quién fue el contacto ―informó, haciendo una leve inclinación de despedida―. Una vez que sepamos cuál de los esbirros de lo Novikov fue, le avisaré.

―Está bien. ―Asintió Zeke, inclinándose sobre el escritorio, escondiendo el rostro entre sus manos; era el epítome de un hombre derrotado.

Sin embargo, Calvin entendía la renuencia de su jefe de visitar a la mágissa, si esta confirmaba el vínculo, entonces un problema más grande surgiría con otro de los grandes clanes de theriones del mundo, lo que convertiría en un infierno sus vidas al tener que enfrentarse con los Baagh y los Novikov al mismo tiempo.

Por otro lado, si no se confirmaba ningún vínculo, entonces habría un problema mucho mayor.

¿Qué sucedería con Zeke Karras y su therion si la mujer con la que se habían vinculado no existía?

¿Soportaría el dolor? ¿Moriría inevitablemente?

El inconveniente era que, sin la intervención de la mágissa, no obtendrían respuestas.

Pero la terquedad de Karras era inquebrantable.

Solo que no podía obtener resultados cuando no había ni una sola pista sobre la identidad de la mujer. Según las cámaras de seguridad nadie entró en ese cuarto durante todo el evento, el único que se arrastró hasta allí, padeciendo terribles dolores, fue Zeke; así como también fue quien salió, un par de horas después, mirando en todas direcciones, buscando con desesperación a alguien.

No obstante, el obstinado CEO insistía en su versión.

Una hermosa mujer pelirroja se vinculó con él en una de las noches más poderosas del año para los theriones.

Pero si tomaba la palabra de su jefe ―y amigo― en consideración, significaba que esa misteriosa mujer se había desvanecido en el aire.

Hasta donde él sabía, ni siquiera la mágissa más poderosa del mundo podía ejecutar proezas de ese calibre.

―Solo espero que, si esa mujer existe, aparezca pronto ―rogó, entrando en el elevador; apretó el botón del sótano y de inmediato las puertas se cerraron―. Con lo que se avecina, necesitamos que La Bestia Karras esté en sus mejores condiciones. ―Se pasó la mano por el cabello, suspiró con resignación―. De los tres herederos Karras, él es el único que hace las cosas de manera fría y calculada, y si él no es él mismo… entonces se avecinan tiempos difíciles.

[1] Paraíso salvaje en turco

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