Capítulo 0.3

Kisha.

No podía creer que él hubiera vuelto, después de tres años de abandono, después de lo que ella había sufrido y él no estuvo ahí para protegerla. Volvió, con aquella sonrisa que lograba derretir a la Kisha de 16 años que dejó sin mirar atrás. Furia la recorría, rememorando la sonrisa que le dedicó creyendo que al volver se encontraría con una mujer dulce entre nubes de algodón.

Que se jodiera, la niña dulce ya no existía, simplemente se encontraban los vestigios de una mujer a la que le habían arrancado todo.

Despertó temprano, como era costumbre, tomó una ducha sintiendo como la casa entera aún dormía.

Cuando estuvo vestida bajo las escaleras con rapidez dirigiéndose a la cocina, tenía que ir al casino, supervisar los movimientos, contactar a algunos de sus espías para que le contaran cual había sido la reacción de Lombardi al recibir su hermoso presente de carne.

Estaba sonriendo con sadismo cuando llegó al umbral de la cocina, parándose de golpe.

Dentro ya se encontraban tres ocupantes, la cocinera, Alina y su infierno personal hecho hombre, Ignatiev.

Ninguno percibió su presencia, Alina se encontraba muy ocupada sacudiendo su suculentos pechos frente a las narices de Ignatiev. Sintió rabia subiendo desde su estómago hasta quedarse anclada en su garganta, como un gran puño de hierro apretando la tráquea, no dejándola respirar.

—Buenos días.

Nunca había sido una cobarde, hoy no comenzaría a serlo. Se dirigió rumbo al refrigerados tomando un trago de zumo de naranja sin mirar a nadie en especial, podía sentir los orbes del demonio recorriendola de arriba hacia abajo. La ropa de cuero que envolvía un cuerpo curvilíneo y bien formado, las armas sobresaliendo de las correas en sus muslos y cintura.

—Buenos días, Kisha.

Dirigió sus orbes al dueño de aquella voz, topándose con una expresión indescifrable. Alina por otro lado la miraba con hastío, después de todo había cambiado el foco de atención del hombre que intentaba engatuzar, su propio hermanastro.

—¿Vas al club?.

Asintió con la cabeza, devolviendo la caja de sumo a su lugar.

—Bien, iré contigo.

Apretó los puños, viéndolo apurar un trago de café amargo.

—Nos vemos allí entonces.

Salió de la casa sin esperarlo, no podía soportar compartir un espacio reducido con él, no se montarian ambos en el mismo coche.

Sacó del garaje su precioso Camaro SS, conduciendo a toda velocidad sin hacerle caso a los bocinazos que dejaba detrás.

Aparco en el estacionamiento subterráneo del casino, recibiendo un asentimiento de cabeza por parte de los hombres que custodiaban la entrada, armados hasta los dientes.

La música la envolvió al llegar a la zona vip, hombres fumando y apostando, con exóticas mujeres montadas en su regazo. Algunos iban más allá, follando el los privados cristalinos, dándole un gran espectáculo a los espectadores.

Continuo sin mirar a nadie en especial, hasta llegar a la oficina principal a lo alto, dándole una visión periférica de todas las mesas, todos los apartados.

Alguien la esperaba dentro, una sonrisa lobuna adorno sus labios al observar a Dimitrios ya esperándola, desnudo de la cintura para abajo. Su miembro protuberante alzándose como un grueso mástil venoso, la cresta ciruela con una pequeña gota de líquido cristalino resbalando por su tallo.

—Te he visto entrar, y asì me la has puesto.

Kisha se quitó su abrigo, dejándolo desperdigado en el suelo al igual que los pantalones. No se quitó nada más, su cuerpo estaba adornado por un sinfín de cicatrices que había intentado ocultar con cantidades de tinta en vano, las protuberantes cicatrices sobresalian igualmente, dándole un recordatorio eterno de lo que había vivido.

Sacudió la cabeza, caminando con sensualidad hacia el hermoso hombre que lo esperaba dispuesto, colocó ambas manos a los lados de la silla empujándola hacia el ventanal, dando vista de lo que sucedía del otro lado, todas las personas que disfrutaban.

Se montó encima de él, sintiendo con placer como la abría lentamente hasta llegar a tope. Lo tomo todo dentro, comenzando a moverse con frenesí. Las manos masculinas se ubican en su cintura por encima de la ropa, Dimitrios era el único hombre con el que Kisha follaba.

Había estado para ella en los peores momentos, ganándose toda su confianza. No creia ser capaz de tocar a otro hombre sin temblar como lo habia hecho la primera vez que tuvo sexo por deseo propio.

No lo amaba, no había lugar en su corazón para tal sentimiento, sin embargo, disfrutaba demasiado de sus recurrentes encuentros.

Cerró los ojos aun moviéndose con rapidez, la habitación se llenó de sonidos lujuriosos, estaba a punto de llegar a su orgasmo, lo rozaba con sus dedos cuando sintió la puerta abriéndose con fuerza.

Una respiración forzada y masculina se escuchó, Kisha giró la cabeza, aún montada encima del miembro erecto, topándose con el rostro estupefacto de Ignatiev.

Lo perforó con una mirada de muerte.

—¿Tu padre no te enseñó a tocar?.

Señalo la puerta con un movimiento de cabeza. Dimitrios se removió incómodo bajo sus muslos.

No recibió respuesta de aquel hombre.

—Ven en unos minutos, hay un orgasmo que tengo que perseguir.

Sonrió, como la perra malvada en la que se había convertido, sintiendo placer al sentir el portazo demasiado fuerte como para ser casual.

Dirigió una mirada a Dimitrios, ladeando la cabeza.

—¿En qué estábamos?.

Y comenzó a moverse, con más placer.

Cuando Ignatiev volvió a entrar su rostro se encontraba tan frío como el hielo mismo.

Kisha se había compuesto, dándose una ducha rápida en el baño de la oficina.

Cruzó las manos sobre el escritorio, observando mientras se sentaba frente a ella.

—¿En qué puedo ayudarte?.

Los orbes azules como el océano más helado escanearon toda la habitaciòn hasta posarse en su rostro.

  • Se te da bien todo esto, jamàs     imagine encontrarte así.

Tragó saliva, sintiéndose nerviosa por primera vez en un par de años.

—Si has venido a hablar del pasado, te recomiendo que te marches por donde llegaste.

Su gesto se volvió severo, no quería hablar con él. Aunque no fuera su culpa lo que vivió, aún podía escuchar su voz diciéndole que siempre la iba a proteger, que ella era su princesa.

—No, he venido a decirte que compartiremos el mando del lugar. — Kisha abrió la boca para hablar, siendo interrumpida por un gesto de manos. — No discutas con tu padre, la decisión ya fue tomada.

Apretó la quijada.

—Hay más locales que necesitan supervisión, me parece una idiotez.

—Ninguno tan grande como este, sabes que es nuestra casa principal. Y después de la advertencia que mandaste ayer a Lombardi, no descartamos la posibilidad de un ataque.

Frunció el ceño, hablaría con su padre de todas maneras. Sabía que no podría hacerlo cambiar de opinión, sin embargo, odiaba que se tomarán decisiones a sus espaldas cuando la incluyen.

—Muy bien, ¿Algo más?.

Fijó su mirada en él, dejándose admirarlo por un momento. Seguía tan hermoso como lo recordaba, màs maduro, dándole un toque varonil, irresistible a sus facciones, su cuerpo.

Ignatiev se recostó en su asiento, analizandola con profundidad. Por un momento Kisha sintió que podía mirar bajo su mismísima piel, develando los secretos que no estaba lista para compartir.

Apartó la mirada de sus ojos, fingiendo desinterés al clavar la vista más allá de sus hombros, a los pequeños cuadros que adornaban la oficina.

—Me gustaría saber qué demonios sucede contigo, nadie en la casa quiere hablar conmigo al respecto. Ni siquiera mi padre, parece que está prohibido hasta preguntar. —Suspiro, reclinándose hacia el frente, intentando captar su atención. — Me estoy imaginando lo peor con este maldito misterio Kisha y eso no me gusta.

La ira caliente subió por su estómago hasta alojarse en su garganta, lo miró con los ojos encendidos. Sintiendo nuevamente odio hacia su persona, sabía que él no tenía la culpa de lo que le había pasado, sin embargo, tenía una espina clavada esa que habían dejado sus palabras cuando era más pequeña. Que él siempre la iba a proteger.

—Imaginate lo peor Ignatiev y luego vuelvelo un infierno. Eso fue lo que me pasó. — Se paró de su asiento, rodeando el escritorio en dirección a la puerta.— Después de todo, qué demonios te importa lo que me volvió así, metete en tus asuntos.

Un golpe fuerte resonó en la habitación, astillas de madera se esparcieron por el suelo ante el puñetazo que le dio a la madera.

Kisha no paró su andar, hasta que una mano fuerte la tomó por el brazo, anclandola en su lugar.

Se quedó congelada, mirando el sitio donde él la tocaba.

—Claro que es mi maldito problema, joder.

No escucho sus palabras, estaba intentando no entrar en pánico. Simplemente con la mirada clavada allí, sin mirar realmente. El miedo comenzó a trepar por su garganta, no podía soportar que un hombre la tocara.

Dimitrios había sido el único capaz de ganarse su confianza, ni siquiera su padre la tomaba por sorpresa.

—Suéltame, ahora.

Intento que la voz no se le quebrara, intento mirar aquel rostro y ver al hombre que tenía frente así. No eran los monstruos que la habían dañado cuatro años atrás, era Ignatiev el niño dulce con el que se crió, el hombre duro del que se había enamorado tiempo atrás.

Sacudió la cabeza, retomando el control. Deslizándose lentamente del agarre.

—¿Qué te pasó muñequita?.

Su voz fue tersa como la caricia de un amante devoto, por un segundo Kisha cerró los ojos tragando saliva.

—No me gusta que me toquen, haz tu trabajo y yo haré el mío. No necesitamos ser amigos.

Y se marchó, dejándolo anclado en su lugar con un revoltijo en la mente.

0.3

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