2. "La gemela perdida"

Narra Ximena

—¡Ximena, buen día! —ni siquiera había terminado de entrar a mi oficina, cuando Ashley, mi asistente personal, ingresa a toda carrera tras de mí, sosteniendo una serie de documentos en sus manos.

—Buenos días, Ashley. ¿Qué tengo pendiente? ¿Por qué las carreras?

—¡Sí! —exclama horrorizada—, ayer olvidé decirte que el nuevo pedido de autos ha llegado, pero, no van a descargarlos al menos que firmes estos permisos.

—¡Maldición, Ashley! ¿Qué no te dije desde la semana anterior que este pedido era importante? —la regaño a la vez de que tomo los documentos que me pasa—, hoy en la tarde vendrá un importante cliente a ver directamente ese cargamento de Mercedes Benz, ¿crees que estén dentro de la agencia en horas de la tarde?

—¡Por supuesto! Me encargaré de ello —me asegura la rubia al dedicarme una pequeña sonrisa—, otra vez, lo siento mucho, jefa.

—Invítame a un café, ahí veré si puedo perdonarte —le guiño un ojo y ella sonríe mientras asiente con la cabeza.

Rodeo el escritorio y me dejo caer en mi cómoda silla. Apoyo mi cabeza contra el respaldo de esta, sintiendo como el cansancio aún se niega en abandonarme, masajeo mis sienes, tratando de relajarme. Anoche me había quedado dormida casi en la madrugada, me había inspirado tanto en mi nuevo libro, que no podía parar de escribir, me tomé casi una botella completa de vino, lo que al final ya había comenzado a darme el efecto de las risas sin sentido, señal de que era tiempo de irme a descansar.

—Rostro demacrado, bolsas negras bajo los ojos, labios partidos —abro los ojos con lentitud, encontrándome con la mirada divertida por parte de Drake, quien se mantiene apoyado a la puerta de mi oficina, cargando un par de tazas de café—, déjame adivinar… te tomaste una botella de vino y te dormiste en la madrugada por quedarte a escribir.

—Shhh, cállate, imbécil —lo regaño a la vez de que le saco la lengua.

Él se echa a reír, mientras camina hacia mí, se sienta en la silla frente al escritorio y me pasa una de las tazas de café.

—Ashley me ha pedido que te traiga un café, ha dicho que la disculpes, pero es que está muy ocupada.

—El café era solo para mí, tu tiempo de desayuno aún no ha llegado —le llamo la atención al pelirrojo, lo que provoca nada más que él vuelva a reír.

Drake Johnson, mi mejor amigo desde la escuela primaria, la única persona capaz de conocer hasta mis más oscuros secretos. Alto, guapo, carismático… por vueltas que da la vida, terminamos trabajando juntos, él como vendedor, yo como su jefa, gracias al gran esfuerzo que realicé durante toda mi vida, por escalar hasta donde estaba ahora; en una ocasión habíamos intentado mantener un romance, uno que solo duró una noche, pues después de que nos metimos a la cama y explotamos en un orgasmo, nos dimos cuenta de que tan solo funcionábamos como mejores amigos.

Esa noche tan solo nos habíamos reído a carcajadas, nos abrazamos y nos prometimos jamás terminar con aquella amistad.

—Supongo que tener a mi mejor amiga como jefa, me da ciertos beneficios —menciona al guiñarme un ojo—, ¿vas a contarme de qué va tu nuevo libro?

—Que cierres la boca, Drake, ¿Qué quieres? —gruño al negar con la cabeza—, ¿Qué alguien más se dé cuenta de que soy Lady Evans?

—¿Quieres recordarme otra vez a qué viene ese pseudónimo? —me pide en un susurro.

Pongo los ojos en blanco, él sabía el motivo, pero, tan solo le encantaba escucharme decirlo en repetidas veces, para burlarse en mi cara ante mi acto infantil.

—Por ser la novia ficticia de Chris Evans, mi guapo Capitán América —le recuerdo, provocando que explote en carcajadas mientras se dedica a golpear mi escritorio con una mano.

—¿Cuántos años tienes?

—¡Veintiocho, idiota! —respondo al seguirle la corriente.

—¿Sí? Con esa fantasía pareces una niña de quince.

—No me importa, así me siento —digo al sacarle la lengua otra vez—, y ahora, déjame en paz, que tengo mucho qué hacer.

—Como la jefa lo indique —dice al ponerse de pie—. Oye, Ximena, ¿tienes algo qué hacer en la tarde? Podríamos ir a tomar algo.

—Sí, seguro. Tan solo saldré a correr y luego te alcanzo.

—¡Vale! —expresa al mover su mano en despedida.

Drake se va, dejándome sola para que así pueda iniciar mi día de trabajo.

(…)

A las cuatro de la tarde, salgo de la agencia, no sin antes dejar los últimos mandatos para que ellos terminaran su jornada laboral.

Yo acostumbraba tomar dos días en específico para retirarme temprano: los martes y los viernes, los cuales aprovechaba para ir a correr al Central Park y luego ir a algún bar donde en lugar de tomar y divertirme, me la pasaba observando a todas las personas que llegaban, tratando así, de sacarles una nueva novela a cada uno de ellos. Había veces en las que llegaba cada personaje, que lo único que hacía era partirme de la risa, dado a su forma de actuar, o simplemente los espectáculos que solían hacer: ataques de celos, peleas entre mujeres, bailes eróticos a causas de los efectos del alcohol… ¡oh! ¡Esos bailes! Ver a un par de chicas bailar entre ellas para llamar la atención de un par de tipos guapos que habían entrado al bar en esa ocasión, me había llevado a crear una historia sobre una cabaretera, la cual solía estudiar de día, y de noche, trabajaba en un cabaret para lograr pagar sus estudios; mantenía su rostro cubierto para que no la reconocieran, al final, había decidido darle su felices para siempre. Un millonario la conoció, se enamoró de ella y la ayudó a abrir un estudio de ballet para niñas, lo cual era su pasión.

Tuerzo una sonrisa al recordar esa historia, se había convertido en una de las favoritas de las jovencitas, las cuales comentaban que deseaban estar en el lugar de la chica, comentarios que me hacían reír, pues al final ellas solo veían el romance, jamás se fijaron en la vida desgraciada que llevaba la chica antes de ello.

Llego a Central Park, tratando de dejar todas esas novelas atrás para así comenzar a calentar. Me coloco los audífonos y sintonizo a Maroon 5, la banda que se había convertido en mi última adicción musical. Estiro las manos y las piernas y luego comienzo a correr.

Disfrutaba estos momentos, muy a pesar de que tan solo podía hacerlo durante dos días a la semana dada a mi ajetreada vida. Muchas veces solía imaginar lo que se sentiría tener mucho dinero, que todo se moviera bajo mi mano, tener sirvientes, levantarme tarde, que me sirvan el desayuno en la cama… me echo reír como tonta ante aquel estúpido pensamiento, joder, si tal parecía que escribir tanto sobre millonarios y niñas consentidas, me estaba afectando la cabeza.

Me encuentro tan sumergida en mis pensamientos, que no soy capaz de percatarme de la persona que viene frente a mí a toda carrera, ambas pegamos de frente, terminando por caer de culo al suelo.

Acaricio mi frente a la vez de que me arranco los audífonos para ver a la dichosa extraña despreocupada.

—Maldita sea, ¿Qué no puedes fijarte por dónde vas? —gruño con molestia al acariciar mi frente.

Ella se acomoda el cabello mientras se pone de pie, tratando de quitar el polvo de sus pantalones deportivos.

—Perdona, no me fijé de que una tonta venía en mi camino.

—¿A quién le dices tonta, descerebrada? —me levanto de inmediato, dispuesta a enfrentarla, pero me detengo al fijarme en su rostro.

Joder, si casi podía decir que estaba frente a un espejo. Mis rodillas tiemblan sin parar, al punto de que vuelvo a caer de culo al suelo. Ella lleva ambas manos hasta sus labios, dedicándose a negar con la cabeza ante la incredulidad.

Un par de enormes pupilas verdes me observan con impresión, aquel color de piel, su rostro perfectamente perfilado, ese largo cabello oscuro… ¡Ella tiene mi maldito rostro!

Tallo mis ojos con las palmas de mis manos, tratando de despertar de aquel extraño sueño, pero ella seguía ahí, tan sorprendida a como yo podría estarlo.

—Tú, tú, tú —señala, tartamudeando—, ¿Cómo tienes mi cara? —pregunta al dar un par de pasos hacia atrás.

Unas personas pasan a nuestro lado, sin siquiera prestarnos atención, mientras que yo prácticamente había olvidado como hablar.

Siempre me dijeron que no tenía hermanos, las monjas del orfanato en el que crecí se habían encargado de investigar mi procedencia, venía de una familia humilde los cuales no podían cuidarme, además de que era hija única.

—¿Quién eres? —interrogo al sacudir la cabeza—, joder, tienes mi cara, ¿Cómo carajos debo de procesar eso?

Ella hace una mueca.

—Con ese vocabulario, por lo que veo solo me parezco a ti en la cara —pongo los ojos en blanco, ¿acaso estaba frente a una niña recatada y llena de modales?—. Soy Layla, Layla Morgan —se presenta al estirar una mano en mi dirección.

—¿Morgan? ¿Tienes algo que ver con el Morgan Co? —pregunto, al recordar el banco con ese nombre.

Ella asiente.

—Soy la directora.

—He estado en ese banco, ¿Cómo es que nunca te he visto?

—Mi nombre está en todos los documentos, solo paso muy ocupada y no puedo estar siempre en el banco, mucho menos estar cerca de las cajas —dice al desviar la mirada—. ¿Quién eres tú?

—Ximena Sarillana, dirijo la agencia de autos Cirus  —me encojo de hombros, ignorando mi otra profesión—, pero supongo que mi puesto no es tan importante como el tuyo.

—No voy a discutirte eso —dice al torcer una sonrisa—, ¿vives sola o con tu familia?

—¿Y esa pregunta?

Ella se encoge de hombros.

—Curiosidad.

—Vivo sola —le cuento mientras camino hacia una banca para sentarme, ella me sigue, sentándose a mi lado.

—Wow, ¿Qué tal es vivir sola?

—Divertido, agobiante… ¿Qué se yo? —respondo—, muchas responsabilidades, pero a la vez, es acogedor. Puedo hacer lo que quiero, sin que nadie me esté diciendo qué hacer —murmuro, ignorando decirle que, en realidad, casi he pasado toda mi vida sola.

Noto un pequeño deje de tristeza en su mirada, es como si con ello tratase de imaginar lo que se siente estar sola, lo que me provoca diversión; una aquí deseando haber tenido una familia, mientras la otra tan solo pregunta lo que se siente estar sola.

Levanto una ceja, si aquella chica era una Morgan, su familia era poderosa, una de las más ricas en todo Nueva York, podría imaginar todas las extravagancias a las que estaba acostumbrada.

—¿Problemas en el paraíso? —pregunto al mirarla.

—No, no. Es solo que trato de imaginar lo que se sentirá tener una vida sencilla y simple como la tuya.

—¿Debo de tomar eso como una ofensa?

—Espero que no —responde al sonreír—. Tienes mi cara… casi podrías fingir ser yo. ¿No te gustaría saber lo que se siente vivir rodeada de lujos?

—¿Ser tú? ¿Acaso tienes m****a en la cabeza en lugar de cerebro? —reniego, echándome a reír—, joder, mujer, me echarían en un día.

—Solo tienes que aprender a ser yo —dice al encogerse de hombros—, ¡Vamos! Solo por unos días, tomémoslo como unas vacaciones, quiero saber lo que es salir sin guardaespaldas.

—Que no. Tengo mucho trabajo.

—Yo lo haría por ti.

—¿En serio sabes trabajar?

—¿Debo de tomar eso como una ofensa? —farfulle al imitarme, pongo los ojos en blanco mientras le saco la lengua—, podrías sorprenderte de lo que soy capaz de hacer.

—No lo sé —maldita sea, en realidad la oferta sonaba tentadora. ¿Tal vez podría sacar una nueva novela de ello?

—Vendré el martes a correr, piénsalo. Si estás de acuerdo, nos encontraremos aquí, a la misma hora —asiente al sonreírme—, ahora me voy, que, si me tardo más tiempo, tendré a mi ejército de guardaespaldas buscándome hasta por debajo de las piedras.

Ella se va, dejándome sola, llena de muchísimas dudas… ¿cambiar de vida? A quien iba a engañar, aquello sonaba tentador.

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