10. Un corazón roto

Estaba besándome.

El señor Kahler, estaba besándome y el universo entero había detenido su curso. La noche, la luna y las estrellas, todas habían ralentizado su rumbo para nosotros. La sensación vertiginosa de sentir sus labios remotamente suaves sobre los míos se había disparado como un cohete por cada partícula de mi cuerpo y una gran parte de él, todavía no reaccionaba.

La cordura voló muy lejos de aquí, dejándome sola con un corazón desenfrenado que brincaba muy duro contra mi pecho; eufórico y enloquecido. Mi pulso estaba latiendo a la misma marcha que un tren, mis piernas blandas se desvanecían como plumas en el aire, y yo, estaba rindiéndome promiscuamente ante él.

El beso no era para nada de lo que alguna vez esperaba. Era más, mucho más.

Por un instante, en algún pedacito descabellado d

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