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Joel mira a la joven que esta en el suelo y acomoda su virilidad porque esta tan duro que el pantalón le causa dolor y por eso lo arregla acomodando el miembro.

Sale de aquel asqueroso lugar furioso con el compañero quien lo obligo a salir antes de cumplir sus insanos deseos.

Su pensamiento está en aquella joven de cabellos miel y ojos marrones que lo miraron con desprecio. Si había algo que lo molestara en la vida era que una mujer lo despreciara.

Sonrió.

Eran muchas las mujeres que lo despreciaba y esto lo excitaba en gran manera y a muchas les había cobrado bien caro su desfachatez. Rio al recordar a la última que tuvo avasallada por él.

Los dos hombres se encontraban en la parte de afuera de la cabaña.

Molesto con su compañero por haber interrumpido aquel hermoso momento de deseo así que lo miro con odio y lo increpó.

–Pepe, ¿Qué dijo el Leo? – preguntó Joel malhumorado por la interrupción.

El regordete suspiro temeroso.

Este era su primer trabajo y todo le estaba saliendo mal. Él no se imaginó en lo que se iba a meter y ya adentro no se podía salir sin asumir las consecuencias de aquel peligroso trabajo.

–Que nos tenemos que mover rápido – miraba un papel en la mesa. Luego lo extendió a su compañero de trabajo. El otro lo recibió y lo leyó con cuidado – que son órdenes del jefe.

Joel apretó la boca.  

Odiaba al jefe y pensaba en la primera oportunidad que tuviera quitarle la mercancía y negociar él. Sería mucho más rico que su maldito jefe. Muchas veces el jefe se nota débil o demasiado lento para hacer los movimientos.

–El jefe si es desconfiado– dijo Joel de malagana, sacando un cigarro de marihuana encendiéndolo. Necesitaba tranquilizarse, aún tenía el miembro duro y necesitaba desfogar. Se lamio los labios al imaginarse a la chica en cuatro y   los cabellos miel agarrados en sus manos y halándola con fuerza hacia atrás mientras él se enterraba en ella. Chupo con fuerza el porro.

P**e lo miro frunciendo el ceño y dejo salir el aire de sus pulmones.

–¡Otra vez, vas a meter esa m****a! – camino a un lado, para alejarse. El humo de ese cigarro lo ponía mareado y le provocaba náuseas.

Joel lo miro y sonrió con autosuficiencia.

–Es para los nervios– mientras aspiraba con fuerza aquel cigarro – esta vaina, me relaja.

El hombre que lo escuchaba torció la boca.

–Entonces debes andar muy relajado en estos tiempos – lo criticó.  El hombre siempre andaba drogado y con los ojos hechos un pedazo de carne cruda – en el mapa ya marqué lo que Leo indicó.  Ahí está el camino a seguir, llegamos a la carretera y nos vamos.

Joel lo escuchaba mientras volvía a chupar aquel cigarro.

–Esta vuelta se hizo larga.  Ya estoy cansado de cuidar a esas pendejas   y lo peor es que no dejan que uno se las disfrute– miraba la puerta cerrada donde se encontraba la chica que lo tenía con palo duro.

La pequeña cabaña estaba en un senderito perdido en el bosque. Había una multitud de árboles que rodeaban los caminos y se perdían entre la inmensa espesura.

 Joel miraba el camino que se perdía en medio de los árboles. El trinar de los pájaros y el hervidero de insectos atormentaba a los hombres no acostumbrados a esos deleites del bosque.

–¡Maldita plaga! –  murmura Joel mientras mata a un mosquito.

El día continuo sin afán y la tarde llegó para el nuevo destino de las jóvenes y sobre todo para Susana que cansada de llorar se quedó dormida.

–¡Pilas! ¡Hay que lárganos de aquí! – dice P**e.

Le da una patada a Joel que se quedó dormido después de fumar su cigarro especial. 

Eran las tres de la tarde.

Joel se levantó y rápidamente se dirigió a la puerta de la maltrecha cabaña.   Abrió la puerta donde estaban las tres mujeres atadas.

–¡Despierten pendejas! – le gritó a las mujeres y estas al verlos temblaron de pavor.

 Con rapidez les soltaron los pies y las hicieron levantar del suelo atropelladamente, luego les amaró una soga de cuello a cuello.

Las mujeres temblaban y suplicaba por ser libradas de aquella tortura.

–Por favor, déjenos ir– llora una de ellas.

P**e se tensó al oírlas, no le gustaba para nada el trabajito que le tocó hacer.

–¡Cállense estúpidas! Aun no comprenden que ustedes para nosotros no valen un carajo– le grito P**e. A él no le gustaba verlas llorar. Y también él sabía cuál era su desgraciado destino y esto lo molestaba mucho.

Joel después de terminar de anudar a la soga al cuello de las jóvenes las miro y sonrió con perversidad.

–Miren desgraciadas –dijo mientras aseguraba el nudo la soga en el cuello de Susana– si una corre, esa arrastra a las otras y se matan– las miro– ¿Entendieron? No hay forma de huir.

Rio al ver el rostro de terror de las jóvenes.

Las mujeres están sucias y sus ropas hecha jirones. Se encuentran tan débiles por la falta de alimentos, se ven demacradas y ojerosas. Ellas van arrastrando los pies de manera pesada y atropelladas.

–¡Caminen! –  grita el hombre mientras tira de la cuerda, haciéndolas trastabillar y cayendo una y trayendo por la gravedad a las otras.

Las mujeres lloriquean por los golpes y con gran esfuerzo se levantan y una ayudando a las otras.

Susana con los ojos bien abiertos mira lo frondoso del bosque. Sus ojos que no pierden detalle observan hacia atrás y es cuando reconoce aquel lugar.

Era el lugar donde el año pasado ella y varios amigos y compañeros de clase hicieron una gran fiesta de Halloween. Su corazón se agito con un dejo de esperanza, aun se encontraban en las afueras del pueblo, tenía que tratar de soltarse y escapar.

Pero la cuerda estaba fuertemente anudada y podía sentir los dedos hinchados y dormidos por la falta de circulación.

–¡Caminen! –  grita Joel, miraba con desprecio a las mujeres. Susana se sobresaltó al oírlo gritar.

P**e mira a las mujeres, pero está rezagado del grupo.

 – ¡Hey! –  Joel llama a gritos al compañero –¡Heeeey! –  gritó más fuerte para llamar la atención del hombre que caminaba al frente de las mujeres– ¿Con estas llenamos la cuota del mes? –  preguntó el maleante.

El hombre se rascó la cabeza y pensó por unos instantes.

–No sé. Eso nos lo dice Leo, allá en la carretera– dijo P**e.

Caminaron por otro largo rato.

–¿Falta mucho? – preguntó Joel impaciente nuevamente mientras arrastraba a las mujeres.

Estas tropezaban en el camino, Susana con las piernas arañadas por los arbustos espinosos por llevar la falda corta del uniforme, se llevaba la peor parte de aquel recorrido, sin contar con el pie que no tenía zapato, pero con la mordaza no podía gesticular palabra ni podía quejarse.

Caminaron entre árboles grandes y frondosos, el aire limpio inundaba los pulmones de las jóvenes, pero ninguna de ella prestaba realmente atención a la belleza de aquel maravilloso lugar.

Las diferentes aves trinaban llenando el silencio con un sonoro canto que amortiguaba los pasos tristes de las chicas que cada vez se alejaba de su hogar, las alejaba de todo lo que ellas conocían. Pensamientos oscuros y de dolor era lo que dominaba a las mujeres frágiles y estropeadas.

Después de una hora de camino, ellas cansadas y muy golpeadas llegaron a una carretera desierta donde se encontraban dos carros casa– rodantes aparcados a un lado del camino.

–¡Por fin! – exclamó uno de los hombres al saber que el viaje había terminado.

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