CAPÍTULO 2. Un pervertido en el callejón

«¿Un…un… idiota bilingüe?»

Para ser uno de los mejores abogados del país, Jacob Lieberman tenía instintos demasiado extremos y aquella mujer le despertaba todos a la vez, en especial porque podía sentir todo de ella: la curva de su cuerpo mientras se arqueaba contra la barra del bar, el calor en su vientre, el temblor en sus piernas, la inexistencia absoluta de su respiración…

—¡Mierd@! Te juro que no me provocas ni una sola buena decisión —murmuró muy cerca de su cara, acariciándole el labio inferior con el pulgar—. Es como si solo pudiera besarte o matarte.

Nina sintió un nudo en el estómago que estaba lejos de tener algo que ver con el miedo.

—Qué poca imaginación tienes… —respondió—. También se puede matar a besos…

Jake ladeó la cabeza, y sintió que el cuerpo se le hacía de mantequilla. No era capaz de describir las cosas estúpidas que esa chiquilla le hacía sentir, y lo peor de todo era eso, que él era un hombre hecho y derecho de treinta y siete años y ella no debía llegar ni a los veinticuatro… ¡Y lo tenía descontrolado!

Su nariz le rozó la mejilla con suavidad y fue a dejar un beso allí, uno seductor, caliente y peligroso que hizo que Nina apretara las piernas involuntariamente. Y cuando Jake se alejó de ella con la sonrisa más pícara bailándole en el rostro, ella se dio cuenta de que casi se estaba ahogando.

Para su sorpresa Jake solo se sentó en la banqueta a su lado en la barra y se giró hacia el barman.

—La mejor botella de la casa, por favor —pidió como si solo lo hiciera por molestarla.

Nina arrugó el ceño y se llevó una mano a la cintura, incrédula.

—¿Es una jodida broma?

—No, claro que no —respondió Jake evaluando la botella que Jayden había puesto frente a él y haciéndole un gesto afirmativo—. Nunca me ha gustado decepcionar… mucho menos a ti. Así que aquí me sentaré, con el mejor trago de la casa, tal como dijiste, y trataré de conquistarte, tal como dijiste… —se volvió hacia ella con el desafío retratado en la expresión—, y si no te gusta, mira como hay banquetas hacia allá. Si me tienes miedo, puedes sentarte al otro extremo de la barra. Tú decides.

Vio aquella pequeña y deliciosa boca convertirse en una línea fina ante el reto, y sintió el latigazo que le bajaba por la espalda para castigarle la entrepierna. Y tal como había esperado, ella no era de las que se podían cazar con miel, así que sonrió internamente cuando la vio poner el trasero de nuevo sobre la banqueta más cercana a él y cruzar las piernas con gesto decidido.

Con ella no servían las viejas estrategias, pero a Jake le encantaba inventarse otras nuevas.

—¿Sueles venir seguido? —preguntó con tanta indiferencia como si no acabara de restregársele como un cavernícola en celo.

—No. Primera vez que vengo y puedo asegurarte que será la última —respondió Nina mientras Jayden ponía frente a ella la cerveza de la paz y le abría mucho los ojos para que no fuera a hacer ninguna estupidez.

—¿La última? ¿Por qué? ¿Tan mal está el sitio? —preguntó Jake sin mirarla.

—El sitio es perfecto. La compañía, por otro lado, deja mucho que desear…

Jake se giró hacia ella y Nina no pudo evitar echarse un poco hacia atrás.

—¿Te refieres a mí, específicamente…? ¿O te refieres a la generalidad de imbéciles que han tratado de toquetearte toda la noche porque no se dan cuenta de que no eres una de las chicas del club?

Y ahí estaba… otra vez demasiado cerca de ella.

—Me refiero a la generalidad de imbéciles que se creen que todo les está permitido solo por tener dinero —gruñó Nina—. Y me refiero a ti, específicamente, que en realidad has sido el único que me has toqueteado…

—No te sentí resistirte…

—Eso es porque eres absurdamente atractivo —replicó Nina y Jake levantó una ceja mientras cerraba las manos a ambos lados de sus muslos, sobre la banqueta, y la arrastraba hacia él.

—¿Eres demasiado sincera o no tienes filtro? —le preguntó.

—Padezco de exceso de realismo —respondió Nina, fingiendo que no se estaba erizando solo de sentir el calor de sus manos cerca de sus muslos—. Un hombre llega hasta donde una mujer quiere. Si fueras viejo, calvo y barrigón ya te hubieras ganado una patada en la entrepierna.

—¡Ufff! ¡Una chica superficial! —Se rio Jake. Aquella batalla verbal estaba empezando a gustarle.

—Tanto como todas. Tanto como tú —aseguró Nina humedeciéndose el labio inferior—. ¿O me vas a decir que si yo fuera fea estarías aquí tratando de enredarte conmigo?

El subconsciente de Jake se despabiló, el abogado juguetón emergió en él con tanta emoción como hacía tiempo no salía. Normalmente las mujeres iban del club a su cama sin hablar, pero ella… ella…

—¡Auch! Eso casi dolió. ¿También eres de las que cree que el tamaño sí importa? —la provocó, mirándola a los ojos.

—¡Ah! ¡Por supuesto que importa! —replicó Nina sosteniéndole la mirada. Si él creía que podía hacerla sonrojar con una insinuación tan estúpida, estaba equivocado—. ¿Y te digo un secreto? Si no les importa el tamaño de tu verg@, es porque les importa el tamaño de tu corazón, o el de tu cerebro, o el tamaño de tu billetera… —aseguró mientras una de sus manos subía desde la rodilla de Jake hasta su muslo y lo sentía tensarse— …pero créeme, cariño, no importa lo que sea, dinero, inteligencia, sexo… siempre buscamos lo más grande.

Jake tragó en seco y sintió que su corazón desplazado al sur aleteaba como un pájaro desesperado.

—¡Demonios! ¡Cómo me gustas! —espetó sin reparos porque era cierto. Jamás se daba tiempo para tener duelos verbales fuera del tribunal, pero ella lo hacía sentirse vivo, como si le estuvieran metiendo adrenalina tope en las venas.

—Nooo… no te gusto yo, te gusta la sensación de la cacería —replicó Nina—. Te gusta la satisfacción de obtener lo que nadie más ha podido.

—¿Eres psicóloga?

—Soy cínica.

—¡Auch! ¡Sarcástica y directa! ¡Lo declaro: eres el amor de mi vida! —gruñó Jake acercándose a su boca y Nina cerró con fuerza los dedos sobre su muslo, haciéndolo gemir de gusto.

—No me digas… el amor de tu vida son palabras mayores para alguien que quiere…

—Cogerte.

La palabra salió tan sincera que Nina casi se impresionó. Al menos no podía decir que estuviera tratando de engañarla. Más honesto no podía ser.

—¡Ay, cariño! Tú tan listo para el amor, y yo tan lista para la guerra. —Le regaló una risa condescendiente mientras se giraba para alcanzar el trago que Jayden ponía frente a ella, pero justo cuando lo levantó pudo ver aquellas seis palabras que casi le hicieron escupir lo que estaba bebiendo.

«Es mi jefe. No la cagues», había escrito Jayden en el posavasos. ¡Con razón no se había metido cuando él la había arrinconado contra la barra!

—¿Todo bien? —preguntó Jake, acariciándole el hombro con su aliento caliente.

—¡Mejor que bien! Jayden… me largo. Nos vemos en casa —dijo Nina de repente y lo vio suspirar con resignación.

Aquel juego era estimulante. El tipo era más guapo que un dios, pero a la larga estaba segura de que iba a terminar jodiendo el trabajo de su amigo de alguna manera, y sabía cuánto dependía Jayden de eso. ¡Podía enredarse con cualquiera menos con su jefe!

—¡Alto ahí, señorita!

El tono determinado de Jake la detuvo cuando ya había dado media docena de pasos para alejarse. Nina sintió que se acercaba, que se pegaba a su espalda despacio, que pasaba una mano llena de confianza sobre una de sus caderas, sobre su vientre… y le daba la vuelta para girarla de nuevo hacia la barra.

—¿Estás pensando en irte sin pagar…? —susurró en su oído y pudo sentir cómo su cuerpo se tensó por la sorpresa.

Los ojos de Nina se abrieron desmesuradamente igual que los de Jayden. El muchacho solía llevar a su novio al club cada dos o tres semanas, y nunca había tenido problema para camuflar lo que se bebía, pero no podía hacerlo con los ojos del jefe puestos en él. ¡Y Nina lo sabía! ¡Aquel era un sitio extremadamente caro! ¡Las cuatro boberías que se había tomado representaban las propinas de Jayden de toda la semana y sabía que su amigo se mataba trabajando y estudiando!

Se volvió hacia Jake con la indignación reflejada en el rostro.

—¡¿Es una put@ broma?! —siseó con rabia—. ¿De verdad piensas que así me vas a conseguir?

—Yo diría que ya estoy logrando exactamente lo que quiero —la desafió Jake.

—¡Eso es caer muy bajo…!

—No me importa, para mí se vale todo —replicó Jake con una sonrisa arrogante.

—¿Disculpa?

—Bueno, es cierto que tú estás lista para la guerra, y yo para el amor… —susurró levantando la barbilla de Nina hacia él y rozando apenas sus labios—. Y en la guerra y el amor… se vale todo.

Nina dio un paso atrás y lo miró de arriba abajo. Sentía que la sangre le hervía en las venas. ¡Quería matarlo allí mismo, asfixiarlo con sus propias manos…! ¡Quería…! ¡Quería…!

—Bien —dijo mientras sus labios se curvaban hacia abajo, con un suave gesto de resignación—. Si eso es lo que quieres…

—¡Nina! —La voz tajante de Jayden la hizo girar la cabeza, mientras Jake saboreaba aquel nombre en su mente.

«Nina», le encantaba.

—Nos vemos en casa, Jay —dijo la muchacha con el mismo tono determinado antes de atrapar una de las solapas de Jake y arrastrarlo por la salida trasera del club.

Y justo en ese momento Jacob Lieberman sintió que toda la sangre se le iba a su desplazado corazón. Ni siquiera tuvo tiempo de hablar, pensaba en su reservado, en su departamento, un motel, ya demasiado apurados en su auto… pero realmente no pudo decir ni una sola palabra mientras ella lo arrastraba por los oscuros corredores hasta que el frío de la noche le golpeó el rostro.

Y ese frío se perdió en el mismo instante en que la boca de aquella mujer chocó contra al suya en una comunión perfecta. Por una única vez no dominaba, no podía, solo había espacio para sentir aquella lengua traviesa explorando su boca, aquellos dientes coquetos mordiendo sus labios mientras le quitaba el saco y le abría la camisa.

Jake le dio la vuelta y pegó su espalda a la pared, metiéndose entre sus piernas y levantándola un poco. Olía a gloria y la piel de su garganta parecía arder mientras Jake deslizaba la boca sobre ella.

El frío lo despabiló un solo segundo como para protestar cuando sintió el torso desnudo.

—¡Maldición, Nina, estamos en un callejón! —gruñó, y aquel nombre le pareció hecho exactamente para su boca.

—¡Shshsh… cállate! —le ordenó ella abriéndole el pantalón y bajándoselo de un tirón.

—Pero…

—¡Cállate! —insistió Nina girándolo para apoyarlo en la pared, y Jake tuvo que cerrar los ojos cuando sintió sus manos calientes bajando por su cuerpo desnudo.

Era como si el infierno lo estuviera rozando, el mismo fuego, la misma tentación, esos labios de Nina sobre los músculos de su abdomen mientras le bajaba el bóxer…

La sintió separarse de él y jadeó en protesta, pero cuando abrió los ojos la vio a un paso de él, subiéndose el vestido despacio. Vio la curva perfecta de sus caderas mientras metía los pulgares en los costados de sus bragas de encaje y se las bajaba poco a poco.

—Cierra los ojos —dijo ella lanzándole aquellas bragas con una sonrisa.

—Quiero ver… —gruñó él, incapaz de disimular ya la excitación que lo dominaba.

—Cariño… voy a hacerte algo que ninguna mujer te ha hecho jamás… por favor… cierra los ojos… —suplicó ella y la erección de Jake terminó de dispararse ferozmente.

Cerró los ojos a regañadientes y esperó, esperó porque valía la pena… un segundo, dos, tres, cuatro, cinco…

—¡Las manos contra la pared! ¡Dese la vuelta! —El altavoz de la patrulla lo hizo abrir los ojos, espantado, y Jake solo atinó a cubrirse con las bragas de Nina, mientras la veía caminar con el brazo de un policía sobre sus hombros.

—¡Hay un pervertido desnudo en el callejón! —La escuchó decir mientras giraba la cabeza y le sonreía con malicia—. Se llevó mis bragas…

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