Capítulo 2

La clase llega a su final, camino sin detenerme hacia la puerta, saco mi celular y mis audífonos; en cuanto pongo el pie afuera del salón la música comienza a sonar en mis oídos. De pronto algo se impacta contra mí; la pelirroja insoportable con la que comparto clases se me cuelga enganchando su brazo en mi cuello y con su otra mano me quita uno de los audífonos para que la pueda escuchar mejor.

—¡Que linda sonrisa! ¿En qué andas pensando? —pregunta en mi oído con una voz dulce, pero molesta.

—¡Déjala, estúpida!

Un chico con apariencia de ángel –cabello rubio dispuesto en caireles, ojos azules, piel nacarada y unos toques de iluminador en la comisura de sus ojos a la altura del lagrimal– me defiende. Son el bien y el mal, el diablo y el ángel, la pelirroja y el rubio. 

Regina Weber, el demonio –una chica pelirroja de ojos castaños, piel blanca llena de pecas, mirada perspicaz y sonrisa pícara–, es impulsiva, intrépida y parece no tener miedo a nada. Por el contrario a ella, Konrad Fritz o Kony –como le decimos de cariño–, es esa voz que te dice que no hagas nada estúpido, solo que en vez de sonar dentro de tu cabeza como un susurro, te lo grita en el oído para después golpearte con lo primero que tenga a la mano. 

—Creí que terminaría dormida durante la clase —dice Regina torciendo los ojos y sobándose el cuello.

—Ni me digas. No recuerdo nada de lo que dijo el doctor, ni siquiera tomé apuntes, creo que me dormí —responde Kony bostezando.

—Creo que me iré a extraordinario.

—¡Ya somos dos!

Chocan sus palmas frente a mí. Me da coraje que hablen así, no tienen consciencia de que en un segundo las oportunidades se pierden, no deberían desperdiciar el tiempo reprobando materias.

—Aun no puedo creer que llegues siempre tan temprano a la primera clase del día. ¿Cómo lo haces? —pregunta Regina.

Tuerzo los ojos hasta que los pongo en blanco. ¿En verdad quiere saber? Creo que se llama: aprender de los errores. No quiero tener problemas por retardos… otra vez. 

—Nikolai se levanta temprano para ir al trabajo así que eso me obliga a hacer lo mismo —respondo. 

—Yo creería que con ese hombre en casa no tendrías motivos para levantarte de la cama —añade Regina con su mirada pícara.

—Deja de molestar a Samantha por un día —dice Kony a modo de regaño. 

Sé perfectamente que usar mi nombre real es peligroso, pero en verdad no podía dejarlo; Nikolai me insistió en que debíamos de cambiar de nombres, pero sentí que si cedía eso último, entonces terminaría perdiendo quien soy en realidad. Sé que suena peligroso, pero no podía aceptar otro nombre por muy bonito que fuera. Al final Nikolai decidió conservar su nombre como yo, lo único que cambió fue nuestro apellido –Ivanov–, todos piensan que vengo de Bulgaria –es difícil hablar de ese país cuando nunca lo he pisado–, pero Nikolai se esmeró en contarme una historia que yo tendría que repetir cada vez que me preguntaran por mis orígenes. Ha funcionado hasta ahora.

—¿Estás bien? —pregunta Regina al notarme distraída y pone la mano en mi hombro.

Me detengo sobresaltada por su tacto. Desde mi día cero –el día que perdí a mis padres y creí que había perdido a Nikolai– no soy buena con el contacto físico y las pesadillas se volvieron recurrentes; despertaba llorando después de haber soñado con mis padres muertos, otras veces entraba a la casa de Kurt y veía a Irene con el cuello abierto y una fuente de sangre fluyendo de él, creando ríos que llegaban hasta mis pies. Incluso el contacto de Nikolai me aterraba cuando no lo veía venir, no podía tomarme por sorpresa porque mi corazón se aceleraba, mi cuerpo temblaba y mi histeria me llevaba al llanto y el miedo.

Todo lo que había pasado era como un mal sueño, lleno de muerte y destrucción; perdí mucho, no solo a la gente que me rodeaba, también me perdí a mi misma, me volví ese horrible monstruo que tanto me había esforzado por esconder. Ahora ya estoy mejor, la paz de nuestra nueva vida y mis intenciones de que mi pequeña no sufra el mismo destino, me han ayudado.

—Sí, estoy bien —respondo después de un extendido silencio.

—No lo parece, cariño —dice Kony y se acerca para tomarme de la muñeca y detenerme—. ¿Todo bien en casa?

—Sí, ¿por qué? —pregunto.

Regina hace a un lado a Kony empujándolo; pese a que ella es más ligera y con una complexión muy delgada logra desplazarlo con facilidad. Kony tuerce los ojos resoplando con molestia.

—¿Qué ocurre? —pregunto desconcertada por el repentino interés de ambos. 

—Nada, pero creo que a Kony le encanta meterse en lo que no le importa. —Regina se cruza de brazos y con la punta del pie marca un ritmo sobre el piso.

—¡Parece que no eres su amiga! —reclama Kony empujándola, está vez ignorando que es más fuerte que ella y  haciendo que Regina tenga que dar un par de pasos a trompicones para evitar caer—. Solo estoy preocupado, siempre lo estuve desde que te volviste mi amiga y supe de tu situación.

—¿Mi situación? —pregunto aún más desconcertada.

—Sí, se refiere a tu hombre —interviene de nuevo Regina, molesta—. Cree que tu esposo te tiene secuestrada.

—¿Secuestrada? ¿Es en serio? —digo aliviada. Pensé que habrían descubierto que no soy quién ellos creen; eso se volvería muy complicado de resolver. Veo a Kony y su pánico solo me hace sonreír.

—¡Hablo en serio! ¡Por Dios, mujer! —Me toma de los hombros y me pone contra la pared—. Eres una chica de 26 años, ese tipo tiene 40 y algo…

—44 —respondo, pero por su mirada molesta intuyo que no esperaba que lo hiciera, tal vez para fines prácticos era innecesario. 

—Tuviste una niña con él cuando tenías si acaso 20 años, eres una mamá demasiado joven y él un hombre de buena edad.

—Conozco mamás más jóvenes, créeme. —De nuevo un dato innecesario, pero solo quería aclararlo.

—Ya sé, pero no nos desviemos —dice Kony—. ¿Qué fue lo que pasó para convencerte de hacer esto? No es normal, deberías de estar con un chico de tu edad, disfrutar tu juventud, pero no es así, estás aquí retomando una carrera que quedó inconclusa por un embarazo que no sabemos si fue deseado—. Camina en círculos, manoteando y quejándose—. Ese tipo de seguro abusó de ti, te lavó la cabeza, parece ser de esos hombres que solo saben conseguirse niñas para sus fines maquiavélicos…

—Pues… no me importaría que un hombre como él tuviera fines maquiavélicos conmigo —dice Regina interrumpiéndolo, asomándose por encima de mi hombro y sonriendo de forma pícara. 

Entre todo un mar de alumnos y profesores que pasan por el acceso principal encuentro lo que estaba buscando: Nikolai permanece recargado en su auto negro, viste un traje azul marino que le hace justicia a sus espaldas anchas; ve su celular con atención, pareciera que no se ha dado cuenta de que lo estamos espiando, pero en el fondo sé perfectamente que ya nos vio.

Salgo de mi escondite; cada paso se vuelve más liviano que el anterior siendo mi voluntad de estar con él lo único que necesito para impulsarme. Las mariposas en mi estómago se ponen más eufóricas, revolotean chocando en mi abdomen queriendo salir y llegar más rápido de lo que mis pasos nos llevan. La mirada de Nikolai se levanta hacia mí de esa forma felina y arrogante, enmarcada con esas cejas negras que le dan más fuerza a sus ojos dorados; una sonrisa de lado me termina de desarmar.

Se separa del auto, extiende su mano enguantada con piel negra hacia mí y sin dudar la tomo; acerca mis nudillos a sus labios y los besa suavemente arrancándome un suspiro. Esta emoción que siento al verlo es como la primera vez, me pongo nerviosa y mi corazón se acelera; como si el tiempo que hemos pasado como pareja formando un hogar no hubiera transcurrido y no se hubiera deteriorado o amansado la euforia. 

—¿Tuviste un buen día? —pregunta con esa voz rasposa que tanto amo.

—Maravilloso, te extrañé. —Me acerco solo un poco más, lo suficiente para inhalar mejor su aroma. 

Se inclina hacia mí y recibo su boca con gusto, sus labios son suaves y el beso lento. En verdad lo extrañé, no lo dije solo por decirlo; no es que estuviera pensando en él todo el día, pero… cuando lo volví a ver fue como si mi cuerpo hubiera resentido años de su ausencia, aunque solo hayan pasado un par de horas. 

—También te extrañé, mi hermoso ángel —dice contra mis labios, su voz se vuelve más ronca y profunda.

Me derrito entre sus fuertes brazos y de pronto regresamos a la realidad, noto como Nikolai levanta la mirada y se queda clavada en mis amigos detrás de mí; estos parecen nerviosos y sonríen de esa forma poco agraciada, quieren buscar un lugar donde esconderse, siempre es así cuando hacen contacto visual con Nikolai. 

—Bueno… Nos vemos mañana —dice Regina empujando a Kony para alejarse y huir.

—Creo que te tienen miedo —digo con una sonrisa divertida.

—¿Les has dicho algo que fomente ese miedo?

—No, pero creen que me secuestraste y me hiciste un hijo en contra de mi voluntad. —Volteo hacia él, quiero ver su expresión al escuchar la teoría.

—La historia real de nuestra relación —dice con sarcasmo y abre la puerta para mí.

—¿Alguna vez pensaste en secuestrarme? —pregunto en broma y noto algo de duda en su mirada—. ¿Lo pensaste?

Recibo una sonrisa apenada, pero sin remordimiento.

—¡¿Lo hiciste?!

Me quedo con una mano en la puerta del auto sin intenciones de entrar hasta que diga la verdad. No voy a decir que me sorprendería que lo hubiera pensado, pues él no pertenece a un grupo de gente selecta que se jacte de sus finos modales.

—Sí, lo pensé más de una vez y casi lo hago —responde recargándose en la puerta, sonriéndome de esa forma provocativa y divertida, orgulloso de su travesura.

—¿Cuándo?

—Aquella vez que te seguí saliendo de tu trabajo en la florería… Cuando nos besamos en ese callejón y te rehusabas a regresar a mí, tenía una escuadra .45 en el pantalón, los dedos me cosquilleaban por tomarla y llevarte conmigo en contra de tu voluntad. —Con su mano enguantada acaricia mi mejilla.

—¡Wao! No me lo esperaba —respondo— ¿qué te detuvo?

Se queda pensando, levanta su mirada al cielo y sonríe. 

—Irene.

—¿Irene? —La veo en mi mente sonriente, alegre e ingenua –aunque de ingenua no tenía un solo cabello–, pronto esa imagen dulce se ve opacada por su muerte y la sonrisa se desvanece de mi rostro.

—Ella me explicó que una flor no se corta, cuando es por amor se cuida y se riega, no la extirpas y la mantienes muerta contigo. Si te secuestraba me odiarías, no querrías estar conmigo y no tendríamos esto, si en verdad te amaba tenía que pelear por recuperarte, por tener de vuelta tu amor, no solo tenerte a mi lado encerrada… ¿Lo entiendes? —Se inclina y de nuevo me besa.

Entiendo la lección.

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