CAPÍTULO 3

David se levantó de la camilla después de dos horas, ya no quedaba nada en la bolsa de solución conectada a su brazo, así que sin pensarlo mucho retiró la vía y se dirigió al baño.

Una vez pasado el shock inicial, la realidad cayó sobre él como un baldazo de agua helada. Antes de que Jade se marchara para comenzar su turno, se tomó el tiempo para detallarla con cuidado, y comprendió que los signos estaban allí; la joven veinteañera que recordaba era una chica de abundante cabello castaño que siempre llevaba recogido en un bollito sobre su cabeza porque no podía gastar sus esfuerzos en algo tan banal como el cabello cuando tenía largas horas de estudios por delante; lo gracioso era que llevar el pelo así remarcaba sus ojos levemente rasgados.

También habían desaparecido las oscuras ojeras debajo de sus ojos, y empezaban a aparecer los rasgos maduros de una mujer que ha alcanzado los treinta.

Cuando se miró al espejo del lavado, tras enjuagarse la cara con agua fría, comprendió también que él no era el mismo que recordaba. Seis años atrás su cabello tenía un toque más rebelde, un aspecto de sí que no quiso cambiar en la oficina porque contrastaba de manera atractiva con los trajes que usaba, permitiéndole destacar de sus compañeros que se apegaban al cliché del oficinista regular.

El David que se reflejaba frente a sus ojos, tenía el cabello corto, se notaba que había sido manejado por un estilista, porque a pesar de que no se había peinado, y dadas sus circunstancias, este mantenía una buena forma que ayudaba a disimular su aspecto acabado.

Alrededor de sus ojos empezaban a aparecer los signos del tiempo, pero contrario a lo que hubiese esperado a sus treintas, se notaba el cuidado que le prodigaba a su piel.

La ropa era de buena calidad, el reloj en su muñeca era costoso, los zapatos en sus pies eran de marca. Era indudable que había alcanzado una buena posición económica, laboral y social.

Suspiró, nada de eso importaba en ese instante, porque a pesar de encontrarse viviendo un infierno, lo único que deseaba con todo su corazón era ver a Ángela.

Mientras regresaba a la camilla, pensó en todo lo que le dijo la doctora Wang cuando él le pidió ayuda para ver a su novia. Negó con la cabeza, sintiendo el sabor amargo en su lengua.

«Mi ex novia.»

―Ángela estuvo varias semanas con depresión tras la graduación. En realidad, creo que estuvo deprimida desde antes, solo que lo ocultó ―le contó Jade―. Mientras ustedes tenían sus problemas y tú andabas en amoríos con Laura, Angie acompañó en sus momentos finales a una paciente, eso le recordó mucho a su madre, así que no lo estaba pasando bien.

»Cuando Phill y yo fuimos a buscarla, el departamento estaba hecho un desastre, ella había perdido mucho peso, apenas si comía, llevaba una semana completa sin bañarse y solo estaba allí, acostada, mirando el techo… ―La expresión de su vieja amiga se deformó, era una mezcla de rabia y tristeza―. Te odié mucho, David; créeme que te odié mucho por eso, Angie no ejerce la medicina, siente que todo fue en vano…

»Aunque desees verla, por favor, no la busques, lo de ustedes quedó en el pasado, le hiciste demasiado daño, y aunque ella ya no sienta nada por ti, estoy segura de que no debe ser agradable o cómodo verte.

―¿Salió de la depresión? ―preguntó él, la culpa lo estaba carcomiendo. La doctora asintió.

―Sí, recibió ayuda ―contestó con una sonrisa en los labios―. Se dedicó a otra cosa, viajó por el mundo, ahora tiene otro trabajo, está bien.

―¿Es feliz? ¿Está casada? ¿Tiene familia? ―Hizo cada pregunta con un evidente temblor en su voz. La mujer se rascó la cabeza con frustración, y antes de responderle, desvió la mirada.

―No está casada, ni tiene hijos… y sí, creo que, a pesar de todo, es feliz.

David asintió en silencio, sintiéndose muy culpable por el alivio que lo inundó al saber que no tenía pareja.

Una vez que se quedó solo, en lo único que pudo pensar fue en Ángela, aquella situación inverosímil, casi salida de una película, lo llenaba de ideas locas.

No quería llamar a Laura, la repulsión que sentía por ella le revolvía el estómago; y teniendo esas emociones tan vivas, consideraba que aún si recuperaba la memoria, sus sentimientos no iban a desvanecerse.

Si había estado casado por seis años, cómo era posible que tras esa circunstancia tan peculiar, sus últimos recuerdos no eran de su vida más reciente, sino el distante momento en que se había sentido feliz.

¿Acaso no había sentido alegría al saber que iba a ser padre?

Pensar que existía un pequeño que era su familia le generaba contradicciones, debido a la experiencia con su propio padre, siempre pensó que él mismo no cometería semejantes errores; no obstante, el ver que la existencia de su descendencia se había perdido con el resto de sus recuerdos, lo llenaba de miedo y culpa.

En especial, eso último.

Porque la conclusión a la que alcanzaba era que tal vez aquello era una oportunidad para volver con la mujer que de verdad amaba.

Quizás la vida le brindaba la opción de empezar de nuevo, borrando de su mente la arrogancia, para permitirle resarcirse de sus errores, pedirle perdón a Ángela por el daño que le había causado y luchar por recuperar lo que él mismo les arrebató.

Mientras revisaba el móvil, lleno de llamadas perdidas, notificaciones de mensajes y correos electrónicos, pensando lo irreal que se sentía ver todo eso allí; escuchó el revuelo causado en la sala de espera. Minutos después una despampanante pelirroja entraba en el cubículo tras correr la cortina, acompañada de la misma enfermera que lo recibió cuando llegó allí.

No estaba seguro de qué emociones expresaba el semblante de Laura, parecía que estaba furiosa y preocupada a la vez.

―¿Estás bien, cariño? ―preguntó ella con voz suave, David apretó las mandíbulas con fuerza, sintiendo un profundo desagrado. Asintió.

―Como le mencioné, señora Hansen ―repitió la enfermera, mirando de reojo a David, que continuaba sentado en la camilla, evitando el contacto visual―. Ya llamé al doctor Swan, él le explicará mejor la condición de su esposo; por ahora, la recomendación es que el paciente esté tranquilo, su estado emocional es delicado debido al shock.

―Comprendo, muchas gracias ―respondió Laura, mirando alrededor con cierto desdén―. Agradecería mucho si pueden agilizar el proceso para que cuando el neurólogo esté aquí, podamos irnos de inmediato.

―Haré todo lo posible ―dijo la mujer, en un tono de fingida cortesía.

El silencio se hizo presente entre los dos cuando los dejaron solos, David evitaba mirarla y en contra parte Laura lo veía con intensidad. El ambiente era sofocante, cargado de tensión y expectativa. Ella quería preguntarle qué había sucedido, estaba llena de dudas y miedos después de oír lo que le dijeron sobre su esposo; él, por otro lado, sentía la ira y el desprecio crecer dentro de su ser, unas emociones que iban dirigidas a ella y a sí mismo en partes iguales.

David tenía curiosidad por saber cómo habían terminado juntos, cuáles fueron los pasos que los llevaron a ese final inesperado.

Nunca, ni en sus más locas pesadillas, pensó que iba a dejar a Ángela, muchísimo menos por aquella mujer.

Una persona que, desde que se conocieron en la escuela, no hizo más que torturar a Angie mientras esta se defendía con uñas y dientes.

«Ella siempre se burlaba de Ángela, de que su madre era un cualquiera, de que ni siquiera sabía quién era su padre, de que era pobre y que estaba en esa escuela por pura caridad… y yo odié eso, no soportaba su actitud de niña malcriada que nunca tuvo que esforzarse por nada… ¿Cómo es que me casé con alguien que considera mis orígenes, casi los mismos de Angie, lo más humillante y horrible del mundo?»

―Puedes… ―Laura se detuvo, él la observó con detenimiento, parecía nerviosa, tanto que no creyó que fingiera; soltó un largo suspiro y enderezó la espalda―. ¿Puedes decirme qué pasó?

―Exactamente lo que te explicaron cuando te llamaron ―respondió con frialdad―. Me desperté esta mañana y para mí era un año diferente…

―¿Por qué no me despertaste? ―indagó ella, se abrazaba a sí misma, como si intentara contener la impaciencia.

Quiso responderle con toda la honestidad del mundo, pero tras saber la verdad, no le parecía justo decirle que se sintió culpable y asqueado porque ella estaba a su lado; al final de todo ese teatro macabro del destino, se suponía que Laura era su esposa.

―Tu silencio lo dice todo… ―acotó la pelirroja en un murmullo, mirando al suelo.

―Estoy tratando de entenderlo, ¿ok? ―dijo de manera un tanto dura, conocía muy bien esa actitud victimista que estaba mostrando, la había visto muchas veces desde que se conocieron quince años atrás―. Para mí, en este momento, yo tengo veintiséis, anoche estuve bebiendo con mis compañeros de trabajo y la persona que se supone debía estar a mi lado es… ―Se detuvo. Soltó una exhalación frustrada―. No eres tú. Si eso no supone un shock para ti, entonces tienes nervios de acero.

»Lo lamento, Laura ―prosiguió, suavizando un poco su voz―. Pero hasta donde llegan mis recuerdos, tú y yo nos llevamos bastante mal, a duras penas te tolero, sin embargo, la realidad dice que eres mi esposa y estoy aquí, rompiéndome la cabeza tratando de comprender por qué razón y en qué momento, pasé de detestarte a casarnos y tener familia.

La cortina que los ocultaba de la ajetreada sala de emergencia se deslizó y el doctor Swan, el neurólogo que lo atendió, apareció con su sonrisa bonachona en los labios.

―Buenos días, señora Hansen ―saludó con cortesía, emitía esa energía tranquilizadora necesaria para las personas nerviosas―. Podemos hablar aquí o en mi consultorio, si lo prefiere, para explicarle mejor toda la situación.

―Está bien que hablemos aquí ―respondió ella, manteniendo un tono respetuoso, aunque su lenguaje corporal delataba su incomodidad.

David se desconectó de la conversación, el doctor no iba a decir nada diferente de lo que ya le había dicho.

David…

David…

―David. ―Sintió el toque de una mano sobre su hombro. Laura lo observaba con preocupación―. Te llamé varias veces pero no me escuchaste.

―Disculpa, no estaba prestando atención ―comentó él, apretándose la frente con los dedos, tratando de contener el persistente fantasma de un dolor de cabeza que amenazaba con surgir.

―Vamos, un auto nos espera afuera ―pidió ella, sin mirarlo. Él se bajó de la camilla y por puro instinto se acomodó el cuello y las mangas de la camisa, que había subido para que le tomaran la vía.

Laura descorrió la cortina con determinación, mantuvo su mano sobre la espalda de él, un gesto típico de confort y ayuda para alguien enfermo. David empezaba a acusar una ansiedad fría y aterradora, su realidad parecía todo menos eso, real. Cuando se dirigían a la salida, Jade Wang apareció por un pasillo paralelo, ataviada con su atuendo médico de color azul oscuro, la bata blanca e inmaculada, con su cabello recogido en el bollito sobre su cabeza tal y como él recordaba.

Sintió unas manos heladas e invisibles cerrarse en torno a su garganta.

Sus rodillas cedieron un poco ante el peso de todo lo que estaba pasando.

Su vida había cambiado de la noche a la mañana.

En todo el sentido literal de la expresión.

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