―Mamá va a matarte ―dijo Noah con voz preocupada, mirando de medio lado a su padre.
En el suelo, David se encontraba sentado con sus dos hijas, jugando.
Se suponía que él había subido para ayudar a las niñas a terminar de arreglarse, Ángela sabía que las niñas necesitaban supervisión y tiempo para poder vestirse, por eso le pidió a David que las ayudara… dos horas antes.
En ese momento, no solo las niñas no estaban listas, sino que la ropa que llevaban eran disfraces de princesas, el cabello de ambas tenía moñitos por todos lados y en ese instante maquillaban a David. Rodeados de muñecas y peluches.
―Aún tenemos tiempo ―le respondió su padre, restándole importancia―. Terminamos aquí y nos arreglamos para salir.
―¡Es verdad, hermano! ―dijo la más pequeña, tenía seis años y unos adorables ojos ámbar, iguales a los de Noah. Su color era tan puro que contrastaban con el cabello castaño oscuro―. Además, papá está quedando muy lindo, no podemos parar ―explicó, mientras su hermana mayor