[CAPÍTULO DOS]

Con mi blog a mano avancé hacia el despacho de Daniel, no quería arriesgarme a que aquellas malvadas lo vieran y descubrieran mi secreto, nadie podía saber de su existencia.

Puse en orden el despacho de mi jefe, cada documento donde correspondía. Sobre el escritorio había fotografías enmarcadas, en una estaba él con su esposa, era tan hermosa, tenía el pelo largo y negro, él también lo tenía de ese color, pero corto. En otra estaban sus adorables y lindos gemelos con una sonrisita clavadita a la de su padre, compadecía de los corazones que serían rotos cuando fueran grandes. Y en la otra fotografía como era de esperar, estaban los tres hermanos juntos, nunca había llegado a conocer a Jessica, su hermanita, pero escuché que ahora vivía fuera de la ciudad con su amiga. Con lo linda que era, era de entender que fueran hermanos.

Después de hurgar en la vida perfecta de mi jefe, salí de su despacho y lo aseguré. Daban las cuatro de la tarde y como tenía la autorización de mi jefe salí del trabajo y pedí un taxi, le dije al taxista que me llevara a una tienda a la cual tenía pensado llegar, pero que hasta ahora no había tenido la oportunidad y pensada aprovecharla, necesitaba hacer algunas compras.

Ya en la tienda, me dirigí a la zona de premamás y compré algunas cosas de bebés que me llamaron mucho la atención, sobretodo unos zapatitos muy chulos entre otras cosas.

Después de hacerme con todo lo que necesitaba, pedí otro taxi el cual me llevó derecho a casa. Vivía en un chalet con tres habitaciones, un gran salón, comedor, cocina totalmente amueblada, dos cuartos de baño y un lavabo. Tenía una asistenta que trabajaba durante el día y un guarda de seguridad Max, que se encargaba de proteger la casa. Sé que pensaran que gano una fortuna al poder permitirme todo ese lujo, pero ese no era el caso. Todo lo que tenía era gracias a mi padre que no permitía que me faltara de nada, suponía que era porque a él si no podía tener, estaba siempre ocupado entre trabajos y viajes que pasaba meses sin verlo. No sabía que estaba trabajando de secretaria y si se enteraba le daría un infarto, me consentía demasiado porque aparte de todo lo mencionado, era su única hija y había perdido a mi madre cuando aún era pequeña, años después él había formado otra familia con la que conviví hasta los dieciocho y decidí dejarlos, mi padre para querer saberlo todo de mí decidió ofrecerme aquella casa, así me tendría siempre controlado, pero Max era casi amigo y no le había hablado a mi padre de mi trabajo que por cierto era temporal, solo le estaba haciendo un favor a mi amiga Maya que estaba embarazada, era un embarazo con riesgo y el médico le había dicho que tenía que guardar reposo. Le pedí que se quedara a vivir conmigo durante ese tiempo para cuidarla y me ofrecí a sustituirla para que no perdiera su trabajo hasta que diera a luz y se recuperara.

Max me ayudó con las bolsas y entramos en la casa.

—hoy llegas antes de lo habitual—se fijó mi guardián.

—Así es, mi jefe tiene que hacer un viaje mañana y tengo poco que hacer en la oficina.

—¿Entonces no tienes que ir a trabajar mañana?

—Claro que sí, tengo que ordenar algunas cosas, pero será media jornada. ¡Ya llegué! —informé mientras me dirigía al salón. Le pedí a Max que depositara las cosas sobre la mesa y así lo hizo—Gracias Max.

Max me dejó y regresó a su puesto. Maya salió de su cuarto y me encontró en el salón.

—¿Ronnie? —me miró sorprendida—¿qué haces aquí a esta hora ¿no te habrán despedido ¿verdad?

—¿De verdad crees que he podido hacer algo que haya hecho que me despidan?

—Estás enamorada de mi jefe ¿no? —habló mientras se sentaba en el sillón con un poco de dificultad—quizás te haya pillado besando una de sus fotografías en su despacho o peor aún, rompiendo la foto de Sídney.

La miré estupefacta y me eché a reír por su ocurrencia, ni siquiera se me había pasado por la cabeza algo igual. Me senté junto a ella.

—¿De verdad me crees capaz de una estupidez igual?

—Cariño, de ti se puede esperar cualquier cosa.

—Pero te recuerdo que Daniel está casado, por más que esté enamorada nunca se me ocurriría meterme en su relación. Y aunque lo hiciera, sabes que no ganaría. Ya sabes cómo es tu jefe con el tema de las mujeres. Yo solo quiero encontrar un hombre como él—solté un suspiro y me dejé caer contra el sofá.

—Sabes que es casi imposible ¿verdad? — la miré, me estaba viendo.

—Lo sé, pero quiero creer que sí.

—Te he dicho varias veces que puedes enamorarte de su hermano. Tienen la misma sangre y son uña y carne, ¿quizás sea lo que necesitas?

—Ni me lo menciones, es todo lo opuesto a Daniel, o sea, a mi hombre ideal. De hecho, hoy ha insinuado que mi nombre era de hombre.

—¿Es que te ha hablado? — se incorporó para verme mejor.

—Claro, pero para ofenderme.

—No te ha ofendido, es que Ronnie así como suena, es nombre de hombre. Dime, ¿qué se siente escucharlo hablarte?

—¿Y a él qué más le da? Es mi nombre, conozco chicas que tienen nombres que sí son de hombres y también hay hombre que comparten nombres de mujer. — escuché cómo Maya suspiraba y ponía los ojos en blanco.

—Me da igual todo eso—soltó—solo quiero saber qué se siente que ese hombre carismático te hable— como es evidente, mi amiga también formaba parte de ese club de mujeres que consideraban que Nicolás era el hombre perfecto.

—Nada, no se siente nada aparte de rabia cuando lo primero que se lo ocurre es ofender a una persona a quien nunca le había dirigido la palabra. —abrí una de las bolsas para sacar el plástico de frutas que había comprado.

—¿Quieres que me disculpe por él?

—No es necesario—dije poniéndome en pie con el plástico de naranjas—ya lo hizo el hombre perfecto por él—dije con una sonrisa de boba en los labios. —Ese hombre sí tiene alma.

—Enamorada perdida—me dijo Maya.

—Me da igual.

Caminé a la cocina y abrí el grifo para lavar las frutas y meterlas en un cuenco.

—Entonces ¿a qué se debe que hayas llegado antes de tiempo hoy? —la escuché desde la cocina. Caminé de regreso al salón con el cuenco lleno de frutas. La encontré revolviendo las bolsas que yo había traído

—Mi jefe, o sea, nuestro jefe me ha dado permiso para regresar a casa antes—deposité el cuenco sobre la mesa y me senté otra vez junto a Maya que ahora estaba mirando el contenido de lo que había traído.

—¿Qué es todo esto? —dijo revisando los pares de zapatitos y algunas mantas de bebé. —sonreí.

—¿Tú qué crees? Es para nuestro bebé —cabeceé contra su vientre y lo acaricié. Escuché cómo suspiraba Maya.

—¿No crees que ya has hecho suficiente por mí? no quiero que te molestes tanto por mí.

—¿Molestia? ¿pero qué dices? Tú le has dado emoción a mi vida, aunque no quieras contarme quién es el padre—retiré la cabeza para mirarla con la esperanza de que ahora sí fuera a confesarme ese misterioso secreto que guardaba bien oculto para ella.

—Son lindos—dijo refiriéndose a las ropitas, como iba diciendo, no había manera de hacerla hablar del padre de su futuro hijo. —Prometo que algún día te pagaré por todo lo que haces por mí.

—No digas tonterías, si no hago esto por ti, ¿por quién más lo haré?

—Eres lo mejor que me ha pasado.

—bueno—balanceé la cabeza—eso sí no voy a discutirte. —me sonrió y yo también le sonreí. —Ahora cuidemos de nuestra criatura, que en cualquier momento puede darnos una sorpresa. —tomé un mango de la cazuela y se lo entregué a Maya quien lo tomó. Me comí algunas uvas.

Subí el volumen de la tele que ya estaba prendida, mostraba unos dibujos animados. Le hablé de mi día y charlamos de todo un poco como casi siempre que salía de trabajar.

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