CAPÍTULO 4. Una locura calculada.

Virginia intentó ponerse de pie y se le escapó un gesto de dolor, pero Connor se dio cuenta de que su fuerza de voluntad era más fuerte que todo.

—Vamos —dijo pasando un brazo decidido a su alrededor y llevándola a la salida.

—¿A… a dónde…? —balbuceó Virginia, nerviosa.

—A algún lugar donde seas capaz de hablar. A mi casa.

Virginia se soltó de su agarre y se apoyó en la puerta negando con vehemencia. 

—¡Claro que no…! No te conozco… tú…

—Me llamo Connor Sheffield, soy uno de los abogados más respetados de esta ciudad y no voy a lastimarte. Si me dices tu nombre y me das tu dirección, yo mismo te dejaré en la puerta de tu casa y le explicaré a tus padres lo que te sucedió.

Virginia miró al suelo mientras nuevas lágrimas se agolpaban en sus ojos. No tenía madre que la recibiera en casa, y no podía enfrentar a su padre. Sabía que tenía que irse, pero no tenía idea de a dónde iría. No podía regresar a su casa, no con Jason esperándola allá. Su única amiga se había quedado en España, al otro lado del mundo, y realmente… realmente no tenía a dónde ir.

—Eso pensé —murmuró Connor dándose cuenta de que aquella “situación delicada” de la que había hablado Alan era una terrible realidad—. Mira, lo último que quiero es hacerte daño. Si te tranquiliza, mi ama de llaves vive conmigo, puede quedarse contigo esta noche… o lo que queda de ella. Y puedes llamar a quien quieras y decirle que estás conmigo. Es eso o esperar a la policía, porque ya Alan los llamó. No hay más opciones.

Virginia intentó limpiarse las lágrimas mientras asentía, pero las manos le temblaban.

—Está… está bien.

Connor se quitó el saco y se lo puso sobre los hombros. Echó un vistazo afuera, asegurándose de que no hubiera nadie, y luego la sacó hacia la escalera. Virginia se detuvo después de seis o siete escalones y se aferró a la baranda, haciendo un esfuerzo por soportar el dolor.

—Voy a cargarte —le advirtió Connor—. Haremos esto muuuuy despacio, ¿de acuerdo?

Virginia asintió y pasó un brazo detrás su cuello mientras Connor la levantaba. Caminó lentamente para no lastimarla y la sentó en el asiento trasero de su auto, dejándoselo solo a ella.

Tardaron media hora en llegar a la casa, pero a pesar del dolor Virginia no se durmió en ningún momento. Connor la ayudó a bajar y la invitó a pasar mientras recuperaba su saco.

—Voy a despertar a la señora Liotta para que…

—No. —Virginia lo detuvo con un gesto—. No hace falta, no quiero que nadie se quede conmigo…

Connor la miró preocupado y luego se acercó a ella, haciendo una señal para que supiera que iba a levantarla de nuevo. Subió las escaleras y abrió la puerta de una de las habitaciones. La depositó en la cama y le quitó los zapatos, acuclillándose frente a ella.

—Escucha, estás a salvo aquí. Sé que lo que viviste en muy difícil, pero se ve que eres una chica fuerte y vas a salir de esto —le aseguró Connor—. Puedes descansar tranquila aquí, nadie va a molestarte.

—El doctor…

—Deja que yo me encargue de Alan. Solo meterá las narices para recetarte analgésicos, nada más —dijo él.

—Gracias.

Connor vio sus dedos retorcerse sobre su regazo.

—Agradécemelo diciéndome tu nombre.

Virginia apretó los labios y lo miró a los ojos, asustada. Connor no tenía idea de las cosas que ella había pasado, pero definitivamente estaba asustada y todavía no confiaba en él.

—Lo siento…

—¿Y cómo se supone que te llame? ¿“Linda” porque eres preciosa o “Baby” porque eres una bebé? —suspiró Connor, haciendo que curvara los labios suavemente.

—No soy una bebé —murmuró Virginia.

—¡Uff! Comparada conmigo eres una super bebé, porque al menos debo llevarte quince años —rio Connor aligerando el ambiente—. De hecho, ¿sabes qué? ¡Baby será!

Virginia negó con condescendencia.

—Puedes llamarme como quieras… no me importa —cedió—. Baby es tan buen nombre como cualquiera.

—Al menos hasta que estés lista.

—Hasta que esté lista —repitió ella limpiándose el rostro.

Connor se levantó y salió de la habitación, para regresar pocos minutos después con ropa.

—Son pijamas nuevos —le dijo—. Por suerte tengo siempre de sobra. ¿Necesitas algo más?

—No, solo quiero bañarme —murmuró Virginia.

—Ve entonces, Baby.

Connor lo entendía. Para una persona que había vivido lo que acababa de vivir ella, sentirse limpia era tan vital como respirar.

Se fue a su propia habitación y se dio un baño. Mientras el agua le corría por el cuerpo no podía dejar de pensar en aquella muchacha. En menos de cuatro horas se había llevado tantas impresiones sobre ella que estaba abrumado.

Era hermosa, era valiente, era atrevida y era… inocente. Definitivamente no era una de las chicas del Spectrum y la virginidad no era algo que pudiera fingirse.

Le gustaba. De una forma irracional, inexplicable. Le provocaba protegerla y hacerle el amor salvajemente, todo a la misma vez. ¿Qué se suponía que era aquello? Baby era al menos quince años menor que él. Le faltaba una vida de experiencia… pero su cuerpo lo traicionaba cuando recordaba sus besos, la suavidad de su piel o la mirada traviesa en sus ojos.

Respiró pesadamente pensando en sus opciones. Aunque las suyas parecían infinitas comparadas con las de Baby. Se puso un pijama y dio diez vueltas en su habitación antes de atreverse a ir de nuevo a la de ella. Siempre había sido un hombre determinado, pero tal parecía que la muchacha tenía la cualidad de anularle eso.

Tocó dos veces y esperó hasta que oyó un quejido que intentaba ser bajo.

—¿Baby? ¿Estás bien? —preguntó empujando la puerta con los ojos cerrados por si estaba desnuda.

Virginia lo miró durante un segundo, tan guapo, con su cabello húmedo y su playera de mangas… y su gentileza.

—Pasa, creo que necesito ayuda con esto —consintió.

Connor entró a la habitación abriendo los ojos, y la encontró sentada en la cama, intentando cambiarse una de las vendas que le habían puesto en el hospital.

—Encontré vendas nuevas en el botiquín del baño, pero no alcanzo… no puedo…

Connor se dio cuenta de que no podía desprender la cinta adhesiva que llegaba a su espalda.

—Tranquila, te ayudo. Voy a tocarte ¿de acuerdo?

Virginia lo miró por un segundo.

—No tienes que tratarme como si fuera de cristal o anunciarme todo lo que vas a hacer.

Connor se quedó con las manos en el aire.

—Bueno, me gusta ser cuidadoso, no quiero hacerte sentir mal —dijo alcanzando la venda y despegando la cinta adhesiva para poner otra venta limpia—. Este moretón está bastante feo, tendrás que descansar una o dos semanas para que deje de dolerte.

Le puso una crema analgésica bastante fuerte que Alan le había recetado y la escuchó suspirar porque el efecto era casi inmediato. Se le hizo un nudo en la garganta solo de recordar el resto de su piel, así que le bajó la playera y la ayudó a recostarse en la cama.

—Siento que no puedo respirar bien… —murmuró Virginia y él asintió mientras le quitaba el cabello húmedo del rostro.

—Es normal, no podrás respirar profundo en algún tiempo, Baby, pero pasará, toma.

Le dio otros dos analgésicos en píldoras con un poco de agua y la vio pestañear con cansancio. Poco a poco la adrenalina y el miedo iban saliendo de su cuerpo y era solo una chica hermosa con un sueño dulce.

—¿Eres real? —preguntó ella de repente y Connor pudo comprender el doble sentido detrás de sus palabras. Había personas en el mundo que no se encontraban a menudo con alguien protector.

—Baby, ¿crees que puedas ser honesta conmigo en algo simple?

Virginia lo miró a los ojos, un poco nerviosa y asintió.

—Ahora mismo, en este instante ¿tienes un lugar seguro a dónde ir?

La muchacha desvió la mirada y Connor la vio hacer un gesto de dolor mientras apretaba los dientes inconscientemente.

—No… no tengo. No “seguro” —confesó.

Connor cruzó los dedos bajo la barbilla y no se permitió volver a pensarlo por otro segundo. Aquella sería la locura más grande que cometería en su vida, pero era una locura bien calculada. Quizás Jacob tuviera razón después de todo, quizás solo necesitaba la compañía perfecta para él.

—Baby, ¿te gustaría quedarte conmigo?

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