BABY
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Por: Day Torres
CAPÍTULO 1. Una chica del Spectrum

—¡La corte falla a favor del demandante! —anunció el Honorable Juez Ordaz.

Connor Sheffield cerró su maletín ejecutivo con un golpe seco y pareció que todos en aquel juzgado se estremecían. Era uno de los abogados más temidos de Los Ángeles y le encantaba el efecto que era capaz de causar.

—¡Voy a matarte, Sheffield! —le gritó su oponente mientras se lo llevaban.

—Sí, bueno… ponte en la fila —se rio Connor.

Salió del juzgado directamente a su casa, se alistó para salir con ropa más cómoda y menos elegante; y contrató a un chofer, porque sabía que iba a beber esa noche.

Jacob Lieberman, su socio y mejor amigo desde hacía quince años, lo esperaba en el Spectrum. Aquel era el mejor antro de la ciudad, solo se accedía por membresía especial y era el sitio perfecto para que dos abogados respetables como ellos pudieran desfogarse sin manchar su reputación.

—¡Sheffield! ¿Otra victoria que celebrar? —lo saludó Jacob apenas entró.

—Y otro enemigo para sumar a la lista —bufó Connor abrazándolo­­­—. Pero al menos sacamos algo bueno de ese juicio: El juez Ordaz nos invitó a jugar golf.

—¡Ja! Desde que saliste en la portada de la revista Forbes, anunciado como uno de los abogados más influyentes del país, hasta los jueces tratan de congraciarse contigo —se burló Jacob empujando hacia él una copa de brandy.

—No importa,  me sacrifico —rio Connor—. Esta es la oportunidad perfecta para sacarle a Ordaz un contrato de representación cuando lance su campaña para senador. Ese será el contrato más importante de la nueva sucursal.

—¿Estás preparado para abrir Nueva York?

Connor chocó su copa con la Jacob y asintió.

—¡Diablos, sí! ¡Tres meses en Nueva York serán unas malditas vacaciones!

—Ahora solo te falta una novia, amigo, y serás un hombre decente —se burló Lieberman.

—¡Dios me libre! —exclamó Connor y lo decía de corazón—. Ya conoces mis reglas, Jake: el trabajo es lo primero, el amor no existe, y mi único compromiso es con la justicia.

Ser un soltero codiciado era su vocación. Su único vínculo serio era con su trabajo, y las chicas del Spectrum lo mantenían sanamente satisfecho en lo que se refería al sexo. No necesitaba ni quería nada más.

—Amigo, ¡las mujeres están para adorarlas! —exclamó Jake mientras una de las bellezas del Spectrum se sentaba en sus piernas—. ¿Sabes lo que tú necesitas? ¡Una sugar baby!

—¿Me estás jodiendo, Jake?

—¡No, es muy en serio! —dijo su amigo—. Una deliciosa acompañante a la que puedas controlar con un contrato. Y más joven que tú, porque te lo mereces.

—¿Sabes lo que quiero? —rio Connor—. Quiero una mujer sexy, dura, atrevida, que no me asfixie, que sepa lo que quiere, y que no me quiera para siempre. ¿Es mucho pedir?

—¡Confirmado! ¡Una sugar baby!

Connor puso los ojos en blanco, palmeó en la mesa y se levantó por otro trago. El sitio estaba animado esa noche y reconocía a cada uno de los que estaban allí: gente poderosa que quería divertirse en privado sin tener que mirar por encima del hombro o temer que al día siguiente aparecerían en primera plana.

Connor conocía a todo el mundo… y todos lo aburrían.

Conocía a todo el mundo… menos a ella.

La vio pasar como una sombra luminosa por su derecha. Rubia, enfundada en un mini vestido dorado pálido, con los costados abiertos por encima del nacimiento de los muslos. Parecía haber nacido caminando sobre tacones de aguja y definitivamente tenía mala orientación porque fue a detenerse tras la pared que ocultaba la entrada del baño de hombres.

La vio apoyar la cabeza en la pared y asomarse brevemente mientras intentaba recuperar el aliento. Se había atrapado en ese rincón como si la oscuridad pudiera ocultarla, hasta que giró la cabeza y notó que él estaba frente a ella.

Se miraron por un largo segundo, mientras Connor intentaba dominar sus impulsos, hasta que se dio cuenta de que alguien estaba a punto de pasar junto a ellos. No le sorprendía, había hombres muy insistentes en el Spectrum. La alcanzó en un instante, tomando su boca con un beso rápido y cubriéndola con su cuerpo para que no la vieran.

Quizás su cuerpo era profundamente seductor… pero la lengua coqueta de aquella chica era mortal. La sintió pasar los brazos alrededor de su cuello y abrirse para él. Sus senos firmes y turgentes se pegaban a su pecho y por un segundo Connor ya no fue capaz de pensar, solo de sentirla.

—¡Dios! —jadeó la muchacha cuando tuvo que separarse de su boca para buscar aire.

—No, Connor Sheffield —sonrió él mirándola a los ojos.

—Pues estoy a punto de empezar a rezarte… —respondió ella sin poder contenerse.

Virginia intentó controlar su respiración, pero sentía que le faltaba. No era la primera vez que la besaban, pero sí era la primera vez que no quería que pararan de hacerlo ¡jamás! Pasó un pulgar curioso sobre su labio inferior, fascinada con su boca. Luego sus ojos subieron por el rostro de Connor y él pudo sentir cómo se estremecía.

—¡Maldición! ¡Qué guapo eres!

Él arrugó el ceño, incrédulo. Normalmente las mujeres se guardaban esos pensamientos para sí mismas.

—¿Tú no tienes filtro?

Ella se mordió el labio con una sonrisa traviesa.

—¿Lo necesito?

—Estoy tentado a arrastrarte a la pista de baile y probar si estas caderas saben moverse —susurró Connor en su oído.

—Prefiero bailar de otra manera —aseguró ella.

Y entonces Connor no lo pensó dos veces antes de arrastrarla hacia uno de los reservados. El pequeño cuarto estaba lleno de espejos, luz rosa y música suave. Pero Connor no fue nada suave cuando se dejó caer sobre el sofá llevándola consigo.

Se veía muy joven, inocente, y aún así era demasiado… provocativa, sexy, atrevida. Le recorrió las piernas con las manos y la sintió temblar mientras sus labios volvían a encontrarse.

Virginia olvidó todo, absolutamente todo, comenzando por lo que la había llevado hasta allí. Se perdió en su boca, se estremeció en sus brazos, hasta que sintió la dureza de su erección contra su sexo y entonces todo su cuerpo se tensó. Se separó de él despacio, como si le costara hacerlo y dejó un beso coqueto en la punta de su nariz antes de levantarse y dirigirse a la puerta.

—Te estás confundiendo… —murmuró—. Yo no soy una chica del Spectrum.

Connor se incorporó de golpe, procesando aquellas palabras. Alcanzó la puerta en dos zancadas, pero cuando miró afuera, ella ya había desaparecido. Salió al salón principal y lo recorrió con la vista, pero no la encontró por ningún lado.

A regañadientes, fascinado, nervioso, impaciente, regresó a la mesa donde Jacob lo esperaba rodeado de mujeres. Se bebió dos brandys, uno tras otro, mientras volvía a escanear el local sin conseguir verla.

—¿Estás bien, cariño? —Una morena exuberante se acercó a Connor y trató de sentarse sobre sus piernas, pero él solo la miró de arriba abajo como si fuera un error que no cometería.

—Connor… ¿pasa algo? —Jake se inclinó hacia él y lo vio sonreír.

—De hecho ¡sí! —murmuró Connor como si pensara en voz alta—. Creo que acabo de encontrar exactamente lo que quiero… y acabo de perderlo.

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