Capítulo 1. Últimos días

Una semana antes de la graduación

Los pasillos de Progress eran un verdadero caos, todos los de último año andaban de un lado para otro inmersos en el baile y la graduación. Yo miraba el panorama apoyada sobre mi casillero pensando en el cambio que daría mi vida. En una semana habría terminado la secundaria y mi vida en Green Lake, todo a la vez.

—Lara, necesito con urgencia tu ayuda —me asombré y solté un resoplido. Jennifer era realmente la reina del drama.

—Está bien, pero primero respira, Jenni y luego me dices para qué me necesitas —dije y esperé a que mi amiga se calmara.

—¡Clayton me invito al baile! —gritó con desenfreno y comenzó a dar vueltas en círculo como una desquiciada. No pude evitar reírme ante su acto de circo, pero luego le supliqué que dejara de hacerlo, nos estaba poniendo en ridículo a las dos.

—¿Y en qué necesitas mi ayuda? —pregunté cambiando totalmente la expresión de mi rostro.

—Necesito el mejor vestido para el baile y debes acompañarme a comprarlo —tragué con dificultad y abrí los ojos del todo. Las tiendas y Jennifer Cloobers eran un martirio.

Jenni me miró suplicante. Sabía que por más excusas que buscara no me salvaría de acompañarla a por el susodicho vestido aunque ella conocía el odio que tengo a ir en autobús y a pasar una tarde entrando y saliendo de tiendas. Porque ese era otro pequeño detalle, mi amiga no se conformaba con ir a un solo lugar, debíamos recorrer todas las calles a pie y entretenernos quizás media hora en cada tienda.

—Bien —dije derrotada y abriendo mi casillero para sacar mis últimas cosas.

Unos brazos fuertes me rodearon la cintura desde la parte de atrás y luego unos suaves labios se posaron sobre mi mejilla. Giré mi cabeza un poco para mirar quién estaba detrás de mí, aunque aquellos brazos y el roce de esos suaves labios era algo que me sabía de memoria. Sería demasiado difícil dejar a Michael.

—¿cómo estás, cariño? —dijo con dulzura, mientras yo me volvía para darle un corto beso en los labios.

—Bien, amor—dije con ternura enganchada a su cuello.

Jenni carraspeó su garganta solicitando un poco de atención y los dos nos giramos con una sonrisa para ver a la hermosa rubia frente a nosotros. Se había cruzado de brazos y nos miraba con cierta repulsión, pero así era Jennifer, en cuatro años no había podido superar que Mike fuera mi novio. Compartirme, no era algo que entrara en sus planes inmediatos cuando llegamos a secundaria, pero las cosas pasaron así y me enamoré perdidamente de Michael y él de mí. Eso era algo que ella tenía bastante claro.

—¿Nos vamos, Lara? —preguntó Jenni, ignorando por completo a Michael, que soltó una pequeña carcajada ante el berrinche de mi amiga.

—Jennifer, ¿cómo esta preciosa? —Michael cambio el tono de su voz a uno más serio y pasó el brazo por el hombro de mi amiga, que lo rechazó sin rechistar.

—Bien —dijo con sequedad—. Lara, ¿podemos irnos ya? —insistió Jennifer.

—¿A dónde? — pregunto Michael y se me ocurrió una magnífica idea en aquel momento, aunque sabía que a Jenni le molestaría.

—Jenni nos invitó a comprar su vestido para el baile —me apresuré a decir mientras esta fruncía el ceño—. Es que Clayton Bales la invitó —Jenni se cubrió el rostro con las manos. Sabía que había logrado mi cometido.

No se opuso a ir con Michael y, por lo menos, ahora tendríamos una forma más cómoda de ir al centro de la ciudad. El coche de mi novio no era el mejor del mundo, pero por lo menos era privado y tenía aire acondicionado. Además yo tendría con quien compartir mi agobiante martirio. En serio, mi chico no sabía en lo que se estaba metiendo y, obvio, yo no le dije nada. Pensé que aquel momento era el ideal para decirles a los dos lo de mi viaje a Inglaterra. No sabía ni siquiera por dónde empezar, marcharme sería duro para ellos dos, pero más para mí, estaría sola en un lugar nuevo, rodeada de desconocidos. Con lo difícil que es para mí hacer amigos.

***

El día menos esperado de toda mi vida había llegado. Todos esperaban con ansia salir de la secundaria, pero yo le tenía pavor a lo que se aproximaba. Es muy difícil dejar todo atrás, amigos de tantos años, amores que nos han alegrado la vida. Aquí estaba todo lo que conocía y era penoso dejar a mis padres, aunque ellos se habían empeñado en enviarme a aquella universidad. Según mi madre, era una de las más reconocidas en Europa y la más especializada en la carrera que quería cursar, pero aun así no estaba motivada. Dejar Green Lake no era algo que deseaba.

—¿Lista, cariño? —la dulce voz de mi madre resonó desde la parte baja de la casa.

—¡Sí madre, ya bajo! —dije desconsolada y me miré por última vez en el espejo. Aunque me sentía hermosa, no podía disimular la expresión de mi rostro. Tome mi toga y birrete, puse una falsa sonrisa en mi cara y baje despacio las escaleras.

—¡Oh, por Dios! —dijo mi madre mientras limpiaba una lágrima que corría por su mejilla— Me cuesta tanto creer que ya no eres una niña cariño.

—Lo sé, mamá —dije mientras la estrechaba en mis brazos.

—Es una Scott —comentó papá y sabía que era lo único que pronunciarían sus labios. Mi padre se caracterizaba por no decir nada, mantenerse al margen era su especialidad incluso con su única hija.

—¿Nos vamos? —dije apartándome de mi madre y llevando mis pasos hacia la puerta. Una larga, triste y tediosa ceremonia me esperaba y no podía dilatarlo más.

Todo el camino a Progress, mis padres lo pasaron hablando sobre cosas que no tenían ningún sentido para mí. Yo miraba el panorama, perdida en mis pensamientos y guardando en mi memoria cada tramo e intersección del recorrido. Green Lake quizás sea un pueblo insípido, pero era mi pueblo y lo extrañaría. Cuando llegamos, todos estaban en fila para el desfile de los graduados, menos Jennifer que me esperaba impaciente. Sus tacones la hacían parecer un poco más alta y su pelo rizado le daba un toque más juvenil, el maquillaje resaltaba sus hermosos ojos azules y su pintalabios rosa resaltaba sus labios volviéndolos más carnosos. Toda una princesa era mi amiga.

—¡Hola, señor y señora Scott! —dijo Jenni con su voz chillona que la distinguía de los demás.

—Hola, Jennifer —dijo mi madre con entusiasmo y mi padre solo le regaló una media sonrisa, tan seco como siempre.

—¡Pero, Jennifer! —dije algo exasperada cuando esta se lanzó a mis brazos.

—¡Uy! Qué genio tienes amiga, pero tu mal genio, que es natural —hizo énfasis en esa frase—, no me arruinará el día. ¡Estoy tan feliz!, y tu deberías estarlo también. Por fin saldremos de este calvario llamado Progress High School —me miró con diversión y no pude evitar soltar una risa ahogada.

—Aquí viene tu chico —dijo Jenni, al tiempo que se soltaba de mis brazos.

A lo lejos pude ver a Michael. Aquel traje negro resaltaba su agraciado cuerpo y llevaba su hermoso pelo negro un poco alborotado. Mis ojos se llenaron de lágrimas al pensar que en pocas horas estaría tan lejos de él. Michael se fue acercando poco a poco, sin apartar sus ojos de los míos. Podía percibir una honda tristeza en los suyos. Respiré profundamente y me obligué a sonreír, no podía hacerle las cosas más difíciles.

—Nena, estás preciosa —pasó su mano delicadamente por mi mejilla y no pude evitar cerrar los ojos ante su tacto.

Depositó un corto beso sobre mis labios y uno de los profesores vino hasta nosotros para  decirnos que nos uniésemos a los demás en la fila. Michael me cogió de una mano y Jenni de la otra y los tres caminamos juntos hacia el final de este camino que habíamos recorrido juntos. Sí, sé que soy demasiado dramática, pero perderlos era como perder una parte de mi vida.

***

Llegamos a casa después de una larga ceremonia entre aburridos discursos que casi me hicieron dormir. Lo único bueno de todo fue estar al lado de Michael y poder reír un poco con los calificativos que les ponía a todos los profesores y a algunos alumnos. Como siempre tenía muy buen sentido del humor a pesar de la cruel realidad que nos abrazaba.

Subí a mi habitación porque necesita de verdad quitarme aquel vestido que, aunque me gustaba, ya no quería seguir llevando. Me miré al espejo y mis ojos marrones estaban apagados. Mi madre me había recogido mi larga cabellera negra a un lado y la solté mientras una pregunta singular se formuló en mi cabeza, «¿me aceptarían como soy en aquel lugar?». Mis rasgos físicos son distintos a los de los demás, mi piel es mestiza y mis curvas son más pronunciadas que las de las demás jóvenes, pero me sacudí y deje de lado todas mis preocupaciones. Me coloqué un suéter de talla grande y me dispuse a terminar de hacer las maletas.

En aquella soledad, comencé a darme cuenta de que sabía muy poco del lugar a donde iba a estudiar los siguientes cuatro años. Mis padres se habían encargado de todo, Larabet y Vicent Scott siempre arreglando la vida de su patética hija única. Sólo me habían dicho que era una universidad prestigiosa, la mejor para quién quisiera especializarse en Literatura y letras, y yo simplemente los deje resolver todo. No tenía cabeza para nada y mi amor a la literatura me llevó a dar el sí definitivo a mi partida.

—¿Puedo pasar? —preguntó mi madre, de pie frente a la puerta de mi habitación. Yo asentí haciendo espacio sobre la cama para que se sentara— Sé que estás nerviosa, pero sabes, Lara, que tu padre y yo confiamos plenamente en ti. Eres fuerte, decidida y muy capaz y aunque Inglaterra esté a muchísimos kilómetros de casa, siempre estaremos aquí para ti —Un nudo se formó en mi garganta y no pude evitar las lágrimas que se me escaparon.

—Extrañaré Green Lake mamá —me acuné sobre su pecho y dejé que las lágrimas salieran a montones—. Los extrañaré a todos, a ti, a papá, a Jennifer, a Michael —levanté la mirada y miré directamente los hermosos ojos de mi madre buscando consuelo y fortaleza y en aquel momento sólo encontré tristeza.

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