Siete

Quemaba. 

El fuego lo consumía todo, le calcinaba la piel. Aun así, sus piernas delgadas y adoloridas no dejaron de moverse, tenía que llegar a ella. Extendió su mano hacia la mujer de cabello rubio, en un intento por alcanzarla, pero, por mucho que corriera, no parecía acercarse.

—¡Oye! 

La mujer agitaba sus brazos incitándolo a seguir. Pero mientras más se adentraba entre las llamas, más le ardían los pies descalzos. Ya no podía. 

—¡Oye! 

Hizo un último esfuerzo, aunque no pudiera ver su rostro, quería alcanzarla. Si llegaba a ella, quizás por fin podría saber de quién se trataba. Siguió corriendo. Estaba cerca, tenía que estarlo. 

—¡Oye!

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