El amor oculto del Ceo
El amor oculto del Ceo
Por: J. I. López
Prologo

La naturaleza humana puede ser muy extraña, ya que muchas de las veces sólo nos damos cuenta de cosas que pueden ser muy obvias cuando algo verdaderamente trascendental nos las pone en frente.

Ese día, mientras el cielo plomizo dejaba caer una lluvia tristemente fría, veía a muchas personas que están estimadas, incluso amado, a una persona especial reunidas.

Quizá … Quizá en ningún otro momento se habrían reunido allí por todos los muy probablemente distintos motivos que existiesen, porque otros tenían rencillas unos con otros.

Porque en algún momento la amistad había terminado y tomado caminos distintos.

Porque había habido siempre algo mucho más importante o placentero que hacer.

Porque… Bueno, los “porque” podrían no terminar nunca; pero eso no importaba… ya que todos estaban allí reunidos para despedirse de alguien. Para darle aquella despedida, que nadie en realidad quería darle a esa persona, para siempre.

Quizá la situación era más trágica, porque despedían a alguien a que no debería estar despidiendo ahora.

Ella sólo tenía veintiocho años, estaba verdaderamente en la flor de la vida. De hecho, estaba a punto de darle un giro de ciento ochenta grados a su vida en cuestión de unos cuantos meses.

Pero lamentablemente, como muchas veces pasaba, ella sólo se encontró en el lugar incorrecto a la hora incorrecta.

Observó a la persona de entre la multitud que era, sin duda alguna, la persona que más la iba a extrañar. Estaba ahí de pie nada más, silencioso, taciturno y con una enorme tristeza en sus bellos ojos.

Ellos han estado juntos durante tres largos años y no dudaba, ni siquiera por un segundo, que la había amado todos los días, que no había habido día que no lo hiciera.

Le había sido incondicionalmente fiel y la había amado, como seguramente nadie más la iba a amar.

Pero la joven era quizá la única persona que sabía que ella no lo había amado, al menos no de la misma forma en la que él lo hacía. Pero eso iba a ser un secreto que jamás revelaría, no diría ni media palabra… Él no necesita saberlo, y sería muy cruel para su memoria.

Deseaba poder ofrecerle algún tipo de consuelo, alguna palabra que aligerara por lo menos un poco su dolor; pero, la verdad fuera dicha, no tenía ninguna.

El sacerdote budista terminó su larga plegaría y el ataúd había comenzado a descender en la cripta abierta. Casi quiso reír… Después de todo, Alessa le había dejado muy en claro a toda su familia y amigos que ella quería ser enterrada en el lugar de cremada, como casi todo el mundo. Y como su mejor amiga, Astrid sabía que Alessa había decidido eso sólo por su enorme sentido de la vanidad. Ella quería permanecer bella y entera aún después de la muerte, lo que hecha cenizas nunca lograría.

Cuando la tierra comenzó a caer sobre el ataúd, su mirada volteó hacia Emmett; el sólo miraba la tumba ser cubierta con la misma expresión de tristeza que nada podría reparar más que el tiempo.

A ella le rompía el corazón verlo así, demasiado, porque…

Era un sentimiento traidor. Alessa había sido su mejor amiga, pero… ella lo amaba.

Se enamoró de él desde que lo vio por primera vez, y aquellos tres años que estuvo en su vida, estando al lado de Alessa, sólo ha hecho que descubriera más y más cosas de él que estuvo hecho que lo amara muchísimo más.

Y como a ella, que se había enamorado de Emmett a primera vista, lo mismo le había pasado a él, pero con Alessa.

No tuvo ni una sola oportunidad; pero así lo aceptó, no tenía rencor o arrepentimientos porque ella había amado a Alessa tanto como él, y ella era feliz de que su amiga tuviera a alguien que la quisiera tanto… a pesar de que esta no le hubiera correspondido como se lo merecía.

El ataúd quedó bajo la carga de tierra y fue cubierto enseguida por una capa de pasto verde y fresco. Sobre este estaba una lápida blanca con su nombre completo, la fecha de su nacimiento y fallecimiento junto a una simple frase amorosa que decía “En memoria de nuestra amada hija. Siempre te recordaremos”.

Las personas empezaron a despedirse y pronto sólo sus padres se encontraban allí junto con otras dos personas más.

  • Gracias por venir Astrid —se acercó la madre de Alessa con los ojos tan rojos y hundidos, que una persona podía sentir pena con tan sólo verla.

  • No ha sido nada Yoshida-sama —le respondió ella—. Sabe que amaba a Alessa… No podía estar en ninguna otra parte.

La bella mujer la miró un momento y después empezó a llorar con amarga desesperación.

No era para menos, podía imaginar por qué. Toda la vida anterior dicho que se parecía muchísimo a Alessa. Ambas se conocían desde niñas, fueron amigas prácticamente desde el jardín de niños. Las dos se parecían tanto, que en todas las clases siempre las sentaban juntas, pues todo el mundo pensaba que eran gemelas.

Ambas compartían un largo cabello azabache, una piel clara, limpia y ojos marrones; desde el jardín de niños hasta la preparatoria había sido así. Pero lejos de molestarles, cómo les pasaba a las gemelas por lo regular, ellas se divertían de aquel suceso; y al estar todo el tiempo juntas, llegó a amarse como verdaderas hermanas.

Astrid abrazó a la madre de la que había sido su mejor amiga, ofreciéndole todo tipo de consuelo.

Quiso decirle muchas cosas, entre ellas que dentro de un mes se debería que marchar de Tokio, pues había obtenido una beca en una de las más importantes escuelas de Kioto y que había decidido marcharse…

Pero ese no era el momento, y lo sabía. Además, muy a sus adentros sabía que la distancia la ayudaría a superar la pérdida de su mejor amiga…

Y que también sería lo más sano el alejarse completamente de él.

Poco a poco, la mujer dejó ir a Astrid, lo que dio paso a que su esposo fuera a sostenerla por los brazos, apoyándola en su pecho.

  • Lo siento mucho Astrid, es sólo que…

  • Está bien disponible la joven de cabello azabache—. Lo entiendo, de verdad.

  • ¿Quieres que te llevemos a casa? —Propuso el padre de Alessa.

Antes de responder, Astrid volteó al lugar donde había estado Emmett solo un minuto antes. Para su sorpresa, ya no estaba allí.

Había querido despedirse de él, ya que no estaba seguro de poder verlo de nuevo antes de tener que partir a Kioto. Tenía que por lo menos darle un adiós, pero lamentablemente él ya no estaba. Se había ido.

Quizá era lo mejor.

  • Si —respondió por fin—. Se lo agradezco.

El automóvil estaba estacionado cerca del lugar. Era casi de noche, la lluvia había parado, y el campo santo estaba empezando a llenarse de penumbra.

Si, la mortalidad te hace considerar muchas cosas, entre ellas lo poco que en realidad podía durar la vida. Es por ello que deberíamos tomar cada momento como algo único. La lección está allí… Una verdad tan dura como una roca; pero, le hacía falta un ingrediente clave para llevarlo a cabo: Valor.

Y eso era algo que evidentemente no tenía. Quizá por ello se iba, porque no tenía el valor de pelear por lo que quería, porque no quería pelear contra Alessa, aunque no estaba con vida.

Si tan sólo ella… No, era egoísta, mezquino, incluso perverso pensar en ello, y no dejaría que ese pensamiento hiciera eco en su cabeza. Alessa se había ido, e Emmett siempre la debería en su corazón.

Ella no quería pelear contra eso…

Definitivamente no quería…

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