The Destiny - Efímero
The Destiny - Efímero
Por: kesii87
1 - El tiempo pasa, las cosas vuelven a su cauce.

Me gustaría poder deciros que se me pasó, que volvimos a ser amigos, que volvimos a hablar después de aquello, que al menos… aún nos hablábamos. Pero si os dijese algo de esto, os estaría mintiendo.

Él no volvió a hablarme después de ese día, y yo tampoco lo hice. Ni un mensaje, ni una llamada, ni un hola cada una de las veces que nos encontramos por la calle, tan sólo éramos dos desconocidos, y ya no quedaba nada sobre el cariño que nos teníamos, o al menos, así era la teoría.

Nuestro repetido error tan sólo había sido una despedida, la guinda que coronaba al pastel.

Me quedó claro, tras seis meses de absoluto silencio, que todo había terminado. Pero eso no hacía que doliese menos, y por más que intentaba cerrar aquel capítulo de mi vida y encerrarlo en un cajón que nunca, jamás abriría, no podía lograrlo. Era como si aún quedase algo por hacer, pero yo ya no quería hacer absolutamente nada.

Las cosas habían cambiado demasiado, en aquel momento vivía con Marta y Alfonso en el piso de este, y tenía que aguantar el constante tonteo de aquellos dos, que se llevaban como el perro y el gato, aunque era más que obvio que había una fuerte atracción sexual entre ambos.

En el trabajo las cosas habían mejorado bastante, aunque mi jefe seguía siendo un capullo con todas las mujeres a las que se tiraba, conmigo era todo un encanto.

Mis relaciones sentimentales… bueno, no tenía absolutamente ninguna, algún amigo que conocía en alguna aplicación de citas, que terminaba tirándomelo alguna que otra vez, pero nada más. Creo que había algo que me impedía avanzar de esa forma que necesitaba, y ese algo era el miedo. Miedo a ser rechaza de nuevo, a confiar en alguien y ser tratada de manera similar a como lo hizo Salva. Miedo a enamorarme, a sufrir de nuevo por amor.

  • Qué callada estás hoy – me recriminó mi jefe, mientras me tomaba el café con él, en su oficina, como cada mañana. Era nuestro único momento de paz, en aquellos días de estrés que frecuentábamos con demasiada asiduidad. Levanté la vista de la mesa y le sonreí, intentando parecer calmada – He pensado que podrías acompañarme esta vez – comenzó, haciendo que perdiese la sonrisa, porque ya habíamos hablado sobre aquel tema, y mi respuesta seguía siendo la misma que en las últimas seis veces en la que lo habíamos discutido – se te dan bien las negociaciones, no entiendo porqué te niegas a ayudarme con este caso.

  • Sonia Anjaro – declaré, haciendo que él asintiese, en señal de que ponía toda su atención en mis palabras – es la demandante.

  • Exacto – aceptó él, para luego dar un sobo a su café y ponerlo sobre la mesa – y sé que la conoces, por eso quizás puedas…

  • No – dije, tajantemente, mientras él negaba con la cabeza, divertido, porque le encantaba que me pusiese tan seria, solía decir que era sexy – si me pides ir a cualquier otra reunión sabes que iría, pero …

  • Salva estará allí – declaró, haciendo que algo doliese dentro de mí. Era esa habitación que luchaba en erradicar cada día, lo que dolía. Aquel lugar oculto que aún quería fulminar de mi corazón – sería una buena oportunidad para que hicierais las paces.

  • ¡Odio que Alfonso y tú os halláis echo tan amigos! – espeté, haciéndole reír a carcajadas. Pues era cierto, desde que hicieron negocios juntos, se habían hecho inseparables, y por aquella época salían juntos a “cazar”, como ellos solían llamarle a salir a ligar – eres mi jefe, no deberías de meterte en mi vida privada.

  • Laura – me llamó, con una pícara sonrisa – me considero tu amigo, además de tu jefe – declaró, divertido – creí que quedó claro después de la última salida a bailar que tuvimos.

  • Estamos trabajando, Borja – le regañé, haciéndole reír de nuevo - ¿Qué dirán en la oficina si se enteran de que sueles pasar la mayor parte del día metido en mi casa, planeando estrategias de ligues con mi compañero de piso? – bromeé, haciendo que él volviese a reír, esta vez un poco más fuerte.

  • ¿Entonces tu respuesta sigue siendo no? – Preguntó. Mi respuesta fue asentir, divertida, pues era obvio que volvíamos a hablar sobre trabajo - ¿qué te hizo ese idiota para que rechaces una oportunidad como esta? – insistió, pero dejó la broma tan pronto como vislumbró como me cambiaba la cara. Lucía triste, dolida, arrepentida, y sola, pero aun así, sonreí, intentando parecer estar bien, cuando era más que obvio que no lo estaba, en lo absoluto - ¿Tan terrible es? – insistió, haciendo que mirase hacia la mesa, incapaz de seguir manteniéndole la mirada, sintiendo sus ojos sobre mi rostro, sintiéndome miserable al no poder hacerlo yo - ¿demasiado complicado hablar con tu jefe sobre esto? – instó mientras yo asentía, sin mirarle aún – Entonces no me va a quedar otra que ir a tu casa luego, e intentar adivinarlo como tu amigo – Reí tan pronto como escuché aquellas palabras, volviendo la vista hacia él, observándole sonreír, agradecido de haber logrado sacarme una sonrisa.

  • ¿Por qué no puedes ser igual de amable con todas las de la oficina? – pregunté, divertida, porque siempre estábamos bromeando con ello. Él rio al escucharme pronunciar aquellas palabras. Se sentía bien tener aquel tipo de relación con el que antaño solía llamar “el capullo de mi jefe”

  • ¿Aún no conoces mi carácter? – bromeó, divertido, dejándome claro que él era así de capullo, como siempre solía ser. Siempre con un humor de perros, con todos, hasta conmigo, pero en los últimos meses las cosas conmigo habían cambiado, sobre todo, desde que Alfonso apareció en su vida. Y yo no tenía ni idea de que era lo que aquel tunante le había contado sobre mí, pero él dejó de ser tan borde conmigo después de eso – Bueno, café terminado – aseguró, tras darle el último sorbo a su café, obligándome a hacer lo mismo – y ahora si es usted tan amable, me gustaría repasar las citas de hoy.

Asentí y me levanté de un salto, saliendo de su oficina, para llegar a mi escritorio, sacar la agenda del cajón, disponiéndome a volver a la suya, pero alguien me interrumpió antes de haberme puesto en marcha. Era Carla, una de las chicas de recepción.

  • ¿Qué pasa? – pregunté, al ver su rostro, desencajado. Pero lo comprendí tan pronto como unos gritos y unos pasos llegaron hasta nosotros. Manu, otro de los abogados y socios de mi jefe, intentaba detener a Montse, uno de los ligues de Borja, mientras esta gritaba para que la dejasen pasar.

Sonrió al verme, caminando hacia mí con aires de superioridad, justo como ella era, hija de un político rico, del que no daré su identidad, pues no se merece aparecer en estas hojas sólo porque su hija, malcriada, fuese una insolente.

Me miró, enfadada, para luego sonreír, con ironía, justo antes de darme una bofetada que resonó en toda la oficina. Fue tan sumamente fuerte, que me giró la cara con ella, incluso me rompió el labio al impactar este con mis dientes.

  • Ahora sí – aceptó ella, fuera de sí, molesta conmigo, por algo que ni siquiera entendía, pues yo no le había hecho absolutamente nada a aquella muchacha – podéis iros a la m****a juntos.

  • ¡Montse! – la llamó mi jefe, desde la puerta de su despacho, haciendo que todos mirásemos hacia él, mientras yo me sujetaba el rostro, que me picaba a horrores, pues aquella tipa me había dejado la mano señalada – hablemos.

Aquella mujercita me miró por encima del hombro, para luego caminar, con elegancia hacia mi jefe, entrando en su despacho, mientras este cerraba la puerta tras ellos.

  • Laura – me llamó Manu, observándome con detenimiento – estás herida, deberías de ir a curarte eso. Asentí, para luego marcharme al cuarto del café, dónde teníamos el botiquín, mientras pensaba en lo sucedido, pues no lograba entender que había causado que aquella chica la tomase conmigo, yo no le había hecho absolutamente nada.

La mañana continuó sin altibajos, hasta que aquella tipa abandonó el despacho de mi jefe, a gritos, y se detuvo frente a mí, con una mirada asesina que no comprendía. Pero tan pronto como mi jefe apareció, y ella le miró, se marchó, sin tan siquiera decir una sola palabra más.

- Laura – me llamó él, que lucía algo exasperado tras su conversación con la rubia, mirando con fijeza hacia mi labio cortado – a mi despacho, tenemos que repasar las citas.

Agarré la agenda del cajón y le seguí hacia su despacho, me senté frente a él, al otro lado del escritorio, y abrí la agenda por ese día en concreto.

- Siento lo de Montse – se disculpó cuando yo había abierto la boca para empezar a hablar – tenía la ligera idea de que había algo entre nosotros, por eso ella…

- ¡Qué tontería! – me quejé, molesta con aquellas palabras, porque jamás en la vida se me ocurriría tener algo con Borja. Primero que nada, porque era mi jefe, y segundo, porque era un cabrón con las tías. Su mirada fija en la mía me desconcertó hasta tal punto que olvidé que era lo que hacía allí.

- Las citas del día – pidió, bajando la mirada, obligándome a que mi mente volviese a su despacho, centrándome por completo en el trabajo.

- A las once tienes cita con Sonia Anjaro para discutir sobre su caso, a las doce y media reunión con Manu en el despacho de juntas, a las dos, comida con sus padres en “La mafia se sienta a la mesa”. Eso es todo – le dije, pues era obvio que aquella tarde no teníamos que trabajar, era sábado y sólo abríamos por la mañana, como consecuencia de que el lunes era día de fiesta.

Cerré la agenda, tras dedicarle una sonrisa, e hice el amago por levantarme de la silla, cuando el habló.

- Iré a cenar esta noche – me dijo, obligándome a mirarle, porque yo ya conocía aquella información, pues había estado presente cuando Alfonso le invitó a cenar para celebrar su cumpleaños, incluso sospechaba que Salva estaría allí. Sería difícil para mí, por eso me obligaba a no pensar demasiado en ello – siento si te hago las cosas difíciles estos días, en la oficina.

- Yo no me quedaré mucho tiempo – le dije, refiriéndome a la cena, porque me era incómodo hablar sobre nuestra relación extraña en la oficina – Marta y yo saldremos a tomar unas…

- Salva y Sonia estarán allí – declaró, haciendo que mi corazón doliese al escuchar aquello que ya sospechaba – por eso no te quedarás mucho tiempo.

- Tengo que volver al trabajo – le corté, dejando claro que no quería hablar sobre temas personales, en aquel momento.

Me pasé la mañana enfrascada en la contabilidad de la empresa, teníamos que cuadrar los gastos con los ingresos, y aquello era un verdadero caos, porque Manu, que era el que se encargaba de las cuentas, había perdido la mitad de los recibos.

Cuando Borja salió de su oficina, listo para reunirse con sus padres, yo estaba que me tiraba de los pelos. ¡Por Dios! ¿Cómo iba a cuadrar todo aquello sin nada que lo corroborase?

Casi media hora después de eso, Manu me incitaba a que me marchase a casa.

Decidí dejar todo aquello de la contabilidad para retomarla el martes, apagué el ordenador, recogí mis cosas y me marché con él en el ascensor.

- Laura – me llamó, cuando casi habíamos llegado abajo, haciendo que le prestase atención, despreocupada – hace tiempo que quería darte las gracias por todo tu trabajo y ayuda – me sorprendí bastante al escuchar sus palabras, pues él no solía ser la típica persona que soltase cumplidos a la ligera – sobre todo… agradecerte por mi hermano.

- Soy yo la que debería de estar agradeciéndote, Manu – le dije, porque aquella situación me hacía sentir realmente incómoda – por darme esta oportunidad, por este trabajo, por vuestra paciencia y …

- Gracias por encauzar a Borja – me interrumpió, cuando el ascensor llegó a nuestra planta, y ambos nos bajamos de él – lo digo de verdad, Laura – se quejó, obligándome a detenerme en el pasillo, a escasos pasos de la puerta, para mirar hacia él – mi hermano era insoportable antes de llegar tú – declaró, haciéndome bajar la cabeza, avergonzada – Sólo quiero que supieses, que no estoy en contra de las relaciones en el trabajo.

- ¿Qué? – fue lo único que pude decir al darme cuenta de que era lo que él estaba presuponiendo - ¡No hay ese tipo de relación entre tu hermano y yo! – me quejé, haciendo que él sonriese, divertido.

- ¿Lo he confundido? – preguntó, algo abochornado, haciéndome reír con ello - ¡Vaya! Lo siento mucho, Laura.

- No te preocupes, hombre – le calmé, para luego seguir caminando, con él a mi lado hasta salir del edificio.

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