Capítulo 3

Al mirarla, Adam sintió que una ola de calor recorría su cuerpo y recordó que hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer. Desde la desaparición de su padre, hacía poco más de un año, la vida de Adam se había consumido tratando de aclarar el nombre de su padre... su propio nombre. No había tenido tiempo, ni ánimo, para romances.

Pasaban minutos de las diez. ¿Dónde diablos estaba Isabel? Habían quedado en encontrarse a las diez de la noche. En cuanto ella entrara por la puera, la agarraría del brazo y la sacaría de allí. Aquel no era lugar para una princesa. Tenía que haber otra manera de conseguir la información que Isabel buscaba. 

Volvió a mirar a la mujer que estaba en el otro lado del salón. Lo atraía como un imán. Ella lo miró, agarró la mano del borracho que estaba a su lado y tiró de él hacia Adam. Adam frunció el ceño. Se preguntaba si habría dado un paso en falso simplemente por mirar a esa mujer. Quizá el borracho era su chulo y lo habían confundido con un cliente. Se puso en pie. 

Ella se acercó lo bastante de forma que él podía ver sus labios carnosos pintados de rojo, sus pómulos prominentes empolvados y unos ojos verdes que lo impresionaron. Conocía esos ojos verdes. No eran los ojos de una prostituta... eran los ojos de una princesa. Era Isabel. 

Antes que pudiera valorar la situación y salir de su asombro, ella se arrimó a él y presionó su cuerpo íntimamente contra el de Adam. 

-Estaba hablando con Willie de mi maravilloso marido, levanto la vista y ahí estás -dijo ella ladeando la cabeza-. Bésame, cariño, y demuéstrale a Willie cuánto te alegras de verme. 

Con la mirada rogaba que siguiera el juego y Adam no pudo hacer otra cosa que satisfacerla. En cierto modo, a medida que acercaba sus labios a los de ella, sabía que estaba cometiendo un gran error. Isabel no le había dicho nada acerca de besarla cuando le habló de que tendrían que fingir que estaban casados. 

Pero, incluso sabiendo que estaba cometiendo un gran error, Adam no pudo detener la ola de excitación que recorrió su cuerpo cuando se dio cuenta de que estaba a punto de hacer lo que había soñado durante años. Iba a besar a la princesa Isabel Stanbury. 

Tenía la intención de que el beso fuera una simple caricia, un roce suave de sus labios, pero en el momento en que sus bocas entraron en contacto el deseo se apoderó de él. Con el roce de sus senos contra su pecho y el tacto de la suave piel de la espalda de Isabel, Adam se dejó llevar por el beso. 

Isabel tenía la boca entreabierta y le rodeaba el cuello con los brazos. Tenía un sabor dulce y más ardiente que en cualquiera de sus fantasías. Al cabo de un momento, que Adam percicbió como una agradable eternindad, ella se separó dando un paso atrás. Tenía las mejillas sonrojadas y los ojos bien abiertos a causa del asombro. 

-Yo diría que este hombre se alegra muchísimo de verte -dijo Willie. 

Las palabras de aquel hombre rompieron el hechizo que había atrapado a Isabel. 

-Adam, cariño, este es Willie Tammerick. Era amigo de mi primo Shane. Willie, este es mi marido, Adam Wilcox. 

Adam asintió. No le gustaba la manera en que Willie miraba a Isabel, como si fuera un delicioso placer que estaba deseando probar. Había notado que otros hombres del bar la miraban de la misma manera. 

Quería rodearla con los brazos, echarle un abrigo por encima, o hacer todo lo posible para esconder las curvas sensuales que mostraba sin pudor. ¿En qué estaba pensando cuando eligió esas ropas? ¿Y qué diablos se había hecho en el pelo? Le hervía la sangre y no estaba seguro de si era por la irresponsable que había sido ella al elegir esa ropa que llevaba o por el beso que habían compartido. 

Rodeó los hombros de Isabel con el brazo y la atrajo hacia sí para dejar claro a todos los hombres del bar a quién pertenecía esa mujer. 

-¿Así que eras amigo de Shane? -le preguntó Adam a Williw Tammerick. 

El hombre era una especie de comadreja, tenía los ojos bastante juntos, la nariz larga y una barba gris y desaliñada. 

-Sí, Shane y yo... estábamos así -dijo juntando los dejos índices-. Pobre Shane, la guardia real lo mató de un disparo como si fuera un maldito perro. 

Adam dudaba de que un hombre inteligente como Shane Moore fuera un buen amigo de Willie quien parecía no ser más que un borracho bocazas. 

-Me temo que Shane se metió en un asunto complicado -dijo Isabel. -Willie sonrió y un diente roto quedó al descubierto. 

-Ahora sí que estará en un sitio complicado a unos metros bajo tierra -su sonrisa se desvaneció al ver que nadie apreciaba su broma-. Vamos a echarlo de menos. Siempre invitaba a un par de rondas. 

Miró a Adam. Sin duda estaba esperando a que Adam invitara a una ronda. En cambio, Adam se fijó en un hombre alto y corpulento que llevaba los brazos llenos de tatuajes y no dejaba de mirar a Isabel. 

La miraba de aquel hombre irradiaba deseo y Adam se fijó en Isabel, viéndola como una mujer y no como una princesa a quien debía proteger. Una mujer con un cuerpo estupendo y una boca preciosa que nublaba el pensamiento de cualquier hombre. Una mujer que podía causar una pelea en un bar solo con pestañear. 

El hombre caminó hacia ellos. Adam se puso tenso al prever que podía haber problemas. Abrazó a Isabel con más fuerza y al ver que el hombre pasaba de largo y se dirigía hacia las meses de billar que había en el fondo del bar, suspiró aliviado. Lo último que quería Adam era una pelea. Lo que quería era sacar a Isabel de allí y evitar tener que pelear por defender su honor. 

-Tengo que hablar contigo -le dijo a Isabel. -ella asintió y sonrió a Willie. 

-Después hablamos, Willie. Mi hombre quiere pasar un rato conmigo. 

¿Su hombre? ¿Dónde diablos había aprendido la princesa a hablar así? Cuando Willie se marchó Isabel sacó una llave del bolso que llevaba. 

-Nuestra habitación está en el tercer piso -dijo ella y señaló hacia la puerta trasera del bar-. Todavía no he subido. Déjame que recoja mi bolsa. -se separó de Adam y se dirigió al camarero-. Bart, encanto, ¿puedes darme mi bolsa? 

-Por supuesto, muñeca -el camarero sonrió y le guiñó un ojo, después sacó una bolsa de tela y la dejó sobre la barra.

Adam observó cómo flirteaban el uno con el otro y se sintió molesto. Desde el momento en que entró en el bar estaba descentrado. No, no fue desde que entró en el bar, sino desde que vio a Isabel vestida tan sexy y, cuando la besó, perdió definitivamente el juicio. 

Se sentía completamente fuera de control y no le gustaba nada. Tenía que recuperar el control. Siguió a Isabel por unas escaleras que conducían hasta las habitaciones y trató de no fijarse en lo ceñida que era la falda ni en cómo se contoneaba su trasero con cada paso que daba. 

También intentó ignorar la ola de calor que recorría su cuerpo. No podía hacer aquello. Y ella tampoco debía hacerlo. Aquel sitio era demasiado peligroso, y la ropa que había elegido Isabel y el papel que había decidido representar eran como encender una cerilla en una lata de queroseno. En ese momento, él se sentía como si fuera esa lata de queroseno. 

Isabel era consiciente de que Adam estaba justo detrás de ella cuando subían las escaleras. Al entrar en el bar y verlo sentado en el taburete, se quedó sin respiración. En todo el tiempo que conocía a Adam y que habia trabajado con él, nunca lo había visto sin uniforme. 

Con los vaqueros negros y la camiseta apretada que resaltaba la musculatura de su torso tenía el mismo aspecto de hombre peligroso que el resto de los clientes del bar. La barba incipiente que oscurecía su mentón le daba un toque aún más peligroso. 

Y aquel beso. El calor se extendió por su cuerpo al recordar cómo la había besado Adam. ¿Cuántas veces había soñado con besarlo? Sus fantasías no había hecho más que comenzar a convertirse en realidad. 

Nada de lo que había sentido en la vida la había preparado para el intenso placer que sintió cuando Adam la besó. Con aquel beso, él le pedía algo más que los labios, le había cortado la respiración y le había alcanzado el corazón. 

Adam no dijo una palabra mientras subían por las escaleras, pero ella notaba que estaba enojado. En el pasado, había trabajado bastantes veces con Adam como para reconocer cuándo estaba enfadado. Pero esa vez, no estaba segura de cuál era la causa de su enfado. Hasta el momento, el plan que habían ideado funcionabada a la perfección. 

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