-Sé que es ridículo, pero me siento como si estuviéramos divorciándonos -un divorcio que ella no deseaba. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Él le tocó el brazo. Era una caricia suave, pero el cuerpo de Isabel se llenó de dulces sensaciones.
-Vamos, te acompañaré hasta la puerta.
Salieron del coche y él caminó a su lado. Había tantas cosas que ella quería decirle, pero sus sentimientos se habían quedado atrapados en la garganta y no podía ni hablar.
-Isabel -dijo él-, parte del peligro que tienen las operaciones encubiertas es que, a veces, la gente se queda atrapada en el papel que tiene que representar -ella asintió, era incapaz de hacer nada más. Se detuvieron cerca de la puerta donde había dos guardias apostados-. Es hora de olvidar el juego -dijo él-. La operación ha sido un éx