Capítulo 4. “Un cumpleaños que celebrar”

— ¿Tara? Apura ese trasero y deja de soñar despierta, tenemos el tiempo contado por tu madre.

— ¿Llevas mis frutas favoritas? —Julya sonrió asintiendo al mismo tiempo.

—Sí y tus ciruelas, ah y las fresas para el postre de queso que haremos en la tarde. —Julya se concentraba en llevar todo en la canasta semanal.

—Vieja pero no olvidadiza, nana—Tara carcajeó entre bromas con su nana.

—Vieja tu bisabuela, yo apenas cumplo 65 años—se hincha el pecho de orgullo.

—Vale, no te enojes. ¿Vamos rápido a la pastelería? —rogó Tara a su nana.

—Ten cuidado de que no te mire Pedro emocionada, acuérdate que son los oídos y ojos de tu madre, si sospecha que tienes un pretendiente, lo desaparece—murmuró Julya cerca de Tara en un tono bajísimo.

—Calla, nana. Dios no lo quiera, mi madre no llegaría a tanto—soltó un suspiro—solo son pastelitos de sabor.

—Sí, «solo son pastelitos de sabor» Ese joven solo te coquetea, Tara, y cree que con unos «pastelitos» ya vas a caer a sus pies, no, no, no, no. Tú te mereces un hombre, no un niño, además está tu madre así que no sigas su juego, niña. —soltó irritada mientras recogía el resto del pedido, y salían del lugar para ir al lado.

—Ya, nana, ven. Mira el aparador, se ven bonitos y apetecibles, ¿Verdad? ¿Cuál quieres? —preguntó Tara dando leves golpecitos con su dedo en el vidrio donde les mostraba del otro lado pequeños pasteles o cupcakes de colores y texturas.

—Los de arándanos, tus favoritos, niña. Pero primero pregunta por los ingredientes, no vaya a tener nuez, recuerda que eres alérgica. —comentó Julya mientras caminaba detrás de Tara para entrar a la pastelería.

Entraron al pequeño local, tipo vintage. Llegaron al mostrador y estaba el joven alto y fornido que atendía en ese momento. Este le guiñó un ojo y Tara sonrió tímidamente. Julya solo negó sonriendo.

—Bienvenidas, ¿Lo mismo de cada semana? —Tara asintió intentando esconder una sonrisa.

—Solo que podrías revisar que no tengan nuez, la última vez encontraron. —el joven se sonrojó con pena, él estaba al tanto de la alergia, pero estaba desconcertado al escuchar que el pedido anterior tenía nuez.

Tomó la caja rosa, e introdujo seis bollos de arándano, 6 de chocolate con fresa, 6 de manzana. Llevaba para las cocineras y para ellas. Se alejó para mirar unos detalles en otra vidriera. Y cuando regresó al mostrador, el joven le entregó la caja con una sonrisa nerviosa. Tara se extrañó y salieron del local con el pedido en manos.

Ya iban en el auto en silencio, veinte minutos después llegaron a la hacienda. Cuando el auto se detuvo en su lugar, miró a su madre que bajaba las escaleras para llegar a ellos, y no se le veía buena cara. Las manos le empezaron a sudar de los nervios. Agarró la caja con más fuerza.

Sofía bajó las escaleras y caminaron para acercarse a ella. Sofía vestía impecable. Pantalones sueltos desde la cadera a los pies, apenas se veían las sandalias de marca, una blusa rosa verde de ¾ y su sombrero corte tipo cubano, el aire ondeaba sus ondas rubias. Sofía cortó la distancia quedando plantada frente a Tara, miró a Julya, luego a Tara y dejó la mirada en la caja que sostenía ella.

—Ábrelo. —ordenó Sofía.

Tara arrugó su entrecejo.

— ¿Por qué? Son solo pastelitos de sabores...—intentó controlarse aparentando serenidad, pero el corazón se le aceleró de los nervios. ¿Qué era eso?

—Ábrelo Tara, no lo repetiré de nuevo—Sofía apretó su mandíbula.

— ¡Son solo pastelitos, madre! —Tara cerró los ojos brevemente antes de reponerse por el tono de voz que había usado con su madre. «Eso merece un castigo sin duda, Tara»

Sofía estiró su mano bruscamente y le quitó la caja de las manos a Tara. Lo abrió y miró el interior. Tomó algo y levantó en el aire:

Una nota.

«Mierda, m****a, m****a, m****a» Sofía miró la hoja y comenzó a leer en voz alta.

—"Hermosa, te incluyo un extra, es especial, como tus hermosos ojos, ¡Qué lo disfrutes, te espero la otra semana!"...vaya, ¿Son solo unos pastelitos? —soltó sarcástica. La nota la había pillado por sorpresa, ¿Cómo mierdas iban a salir de eso?

—Madre, no...—Sofía le planta su mano en la mejilla de Tara haciéndola retroceder.

— ¡Sofía! ¡Déjala! —Julya se interpuso entre las dos, estaba asustada y sorprendida. Era la primera vez que le ponía una mano frente a ella. La mirada de Sofía la intimida.

— ¿Qué? ¿Y luego? ¿La quieres ver con una barriga quien sabe de quién? ¡Tú también sigue sonsacándola! Sigue premiando sus malditas rebeldías. —miró a Tara.

— ¡No estoy premiando nada! ¡Son solo unos pastelitos! Ella claramente no sabía de la nota. —espetó furiosa Julya.

— ¡Y tú, entra! ¡No vas a volver a salir a ninguna parte! Estoy a punto de cancelar la fiesta de tu cumpleaños—gritó Sofía a Tara que seguía con la mano en su sonrojada mejilla. Tara se armó de valor.

— ¿Cancelar? ¿Es lo que quieres? ¡HAZLO! ¡Me importa un carajo! —Tara gritó furiosa a punto de romperse en llanto frente a ella. La esquivó y la dejó de pie frente a Julya. Estaba furiosa. Era su baile de cumpleaños, ella se lo había prometido, estaban en los últimos arreglos, y por algo insignificante amenazaba con cancelar. Entró a su habitación azotando la puerta con todas sus fuerzas, se acurrucó en su cama y terminó por romperse en llanto.

Añoraba tener una oportunidad de largarse de la hacienda, el maltrato que había recibido no lo merecía, así como otras cosas. Recordó que no era ahora, si no de años el control que tenía su madre sobre ella. A veces Tara pensaba que Sofía la odiaba, o a veces se desquitaba con ella por la culpa de que su padre las había abandonado. Ella no era rival, por Dios santo, eran madre e hija.

Tenía que buscar la manera de salir de esa cárcel, antes de que se volviera realmente loca.

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