Capítulo III

Gruño.

Lo que menos me gusta es que finjan ser como ellos. Y ahora, que su cerebro se iluminó para molestarme, el mío lo hizo de igual modo para pegarle un manotazo a quemarropa en su abdomen. Chilla, lo hace tan fuerte que me deleito lo suficiente.

—No volveré a molestarte en mi maldita vida —gime.

Me arranco la máscara al tiempo que se retuerce.

—No es para tanto, te pegué suave.

Agita su cabeza en desacuerdo. No tardo en apoyar la espalda contra el tronco y pasear los ojos por su figura.

—Me hubiese gustado que siguieras como mi compañero.

Deja caer los hombros, sin mirarme tan siquiera.

—Mi hermano es bueno, dale más oportunidades. —Alzo las cejas—. Vale, sé que le falta mucho para estar a tu altura, pero tiene ese don inigualable de percibir lo que tú o yo no podemos. Ya sabes a qué me refiero.

Bufo.

—Lo sé, Lion, demasiado. Sin embargo, no puedo hacer de maestra y compañera a la vez. Sé que se preocupa mucho de mí, gracias a que tú le metiste ideas estúpidas…

—Proteccionistas.

—Cómo sea. No necesito un guardián —alego con los párpados apretados.

—Es de tu edad, podrá comprenderte y más tarde que nunca, estará a tu altura. Créeme.

Abro un ojo, los suyos de color ámbar resplandecen y el por qué es muy obvio; se siente orgulloso de su hermano menor. Solo tienen similitudes en el cabello, nada más.

—Aunque sea Tiger no es tan inmaduro como tú —escupo con la risa atrapada en la mitad de la garganta.

—En eso sí tienes mucha razón.

Comprimo la mandíbula y desvío la atención a las ramas de nuevo.

—Aún sigo sin entender por qué te retiraste…

—Soy un simple humano, que eso no se te olvide. Mi hermano también lo es, pero encontró su deber como guardián, y yo quise darle la oportunidad.

—Dime la verdad. —Lo encaro.

Ingiere saliva.

—Porque no quiero perder mi vida tan rápido, Red… soy envidioso, demasiado orgulloso. No me veía contigo estando a punto de dar un paso a la muerte. Me veía con hijos como mi hermana, con una pareja que me soporte y siendo un estúpido leñador con tal de seguir respirando.

—Ah, con que es eso. Sí eres un completo cobarde.

—Lo soy, y no estoy orgulloso de serlo. Tengo muchas cosas por delante. Y tengo entendido que mi hermano siempre soñó con prestar su juventud a esta causa. No como yo, que ingresé para hacerme el valiente.

—Entiendo —susurro, porque es lo único que puedo decir.

—Solo… protégelo, da tu espalda por la suya como él lo hace por la tuya —ruega en voz baja.

—Tienes mi palabra. Si es necesario arriesgarme por él, lo haré. De eso no tengas dudas.

Asiente, pero aún su interés se halla en la nada. Golpeo su hombro y casi lo obligo a que apoye su frente en el mío.

—También tengo el conocimiento pleno que eres feliz, que ya tienes una mujer que babea por tus huesos y que auxilias a tu familia lo suficiente. No creo que el hecho que te hayas ido sea cobardía, como afirmé hace poco. Más bien valentía, porque tus padres ya no están jóvenes, y mientras tú no estabas, hacían magia por coexistir. Eres valiente por dejar tu sueño, porque sé que lo fue, por volver a tu casa y buscar el ideal que tanto te enseñaron.

Ríe.

—Me conoces bien.

—Sí. En fin, cuéntame de tu nueva pretendiente.

—Ah. Es una mujer muy mona, comprensible. Me tiene mal…

Lo oigo, pero mi mente está en otro lado. Ah, lo extrañaré demasiado.

Allí está él, de brazos cruzados con la vista en el suelo. Me acerco con suavidad hasta rozar su brazo con el mío. No digo nada, espero a que comience con su sermón.

—Llegas temprano.

Arrugo las cejas. ¿No dirá más?

—Intuí que me necesitabas —ironizo.

Me ve con el semblante exánime. Trago.

—No soy yo quién te necesita.

Maldigo en voz baja.

—Bien. Vamos —refunfuño.

El general está en su escritorio. Revisa papales y parece no notarnos, pero lo hace, porque su boca se frunce de tanto en tanto. Un hábito en él cuando está a punto de soltar un sermón.

—Red, Tiger —saluda con su habitual voz de mando.

—Señor. —Asentimos al mismo tiempo.

—Pensé que estarían en rondas.

—Es nuestro día de descanso —digo yo con serenidad.

No hay que demostrarle temor.

—Los vampiros no tienen descanso. —Aprieto los dientes. Ahí viene—. A cada hora, minuto y segundo, pululan por la zona de peligro, acechando, aprendiendo. Ellos también caminan bajo el sol y, al parecer, a ustedes se les olvidó ese detalle.

—Hemos hecho muchas rondas esta semana —recrimina Tiger. Agarro su mano dándole un apretón para que se calle, más me ignora—. Red no descansó lo suficiente, no pegó ojo en ningún momento y se merece una buena dormida.

El jefe enarca una ceja. M****a.

—No eres su abogado para hablar por ella. —Me echa un vistazo de superioridad.

Retrocedo las ganas de tratarlo mal.

—Se preocupa mucho por mí, señor. Creo que usted entendería mi posición y la suya, dado que usted también estuvo como nosotros día y noche dando el pellejo a esas alimañas —argumento, neutra. Sin un ápice de nerviosismo—; merecemos un descanso grande. No somos esclavos. Yo me canso, no soy inmune y Tiger aquí presente, ha podido darse cuenta que mantengo estresada con tal de mantener el orden. Bien sabe usted que mi humor varía y no le gusta verme de malgenio.

Asiente, rígido. Mientras, mi compañero mantiene con la mandíbula desencajada. No esperaba tanta impersonalidad en mí hablar con el general.

—Es entendible, Red. —Tiger retrocede al verle pararse de su cómodo sillón. No me inmuto ante ese acto. Sigo sus dedos abrochándose el impecable traje de militar—. Pero es bien sabido que tu fuerza en el campo le da refuerzos a la mente y compostura de tus compañeros…

—No soy un ejemplo a seguir.

—¿Acaso lo he afirmado? —Gruño, técnicamente lo hizo—. Ven en ti la fuerza que les falta y por ello se esfuerzan para que nosotros, los del alto mando, los tengamos en cuenta para el futuro.

—Qué contradicción, jefe.

—Red —musita mi camarada. Lo hago callar con un gesto solemne.

—Mire, mayor, hay nueve más como yo. No, diez más, gracias a la nueva. Y bien sabe que pueden ser un buen ejemplo a seguir para los que no son como nosotros. Como Tiger. —Arrastro la silla frente mía para sentarme. Esto de estar parada, enfrentándole, no es lo mío—. Yo me merezco un descanso, aunque sea, de un día.

—Y ya ese día pasó. —Vuelve a posarse en su sillón. Despego los labios—. Y te necesito esta noche haciendo guardia en la retaguardia, frente.

—¿En la zona de más peligro? —exclama Tiger, aturdido.

El viejo hombre se toquetea la barba a la vez que sonríe.

—Ella sabrá cómo defenderse allí. Tú harás guardia en el centro, en la zona media.

—Me opongo…

—¡Tiger! —Me contempla con los ojos grandes por la angustia—. Haz lo que se te ordena.

El jefe sonríe.

—Bien, alistaos.

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