Aprendiendo a vivir

          Volví a mi nueva habitación atravesando la sala, pasando frente a la cocina y luego el pasillo, Mira había sacudido algo el polvo y cerrado las cortinas, miré todo a mí alrededor, mi maleta parecía poquita cosa, papá se había encargado de seleccionar la ropa más juvenil que tenía, pensaba que tenía que estar todo el tiempo preparada para salir.

            Me senté al borde de la cama y con mis piernas unidas y las manos en ella contemplé mi nueva vida, ¿Qué estarán haciendo papá y Emanuel? ¿Pensarían en mí? ¿Me extrañarían como yo a ellos? Si pudiera salir volando y llegar a ellos por un momento, solo instantes y mirarlos Decía el doctor Caster que lo malo de morir no era el hecho de perecer sino el  tiempo que tendríamos sin ver a la persona querida, y si, con mamá me sucedería eso pero a papá y Emanuel los vería pronto, y aunque me esforzará en volar no llegaría a San José, donde seguramente se estarían golpeando las olas contra las rocas, las flores de mamá bailarían con el viento y el heladero pasaría con su musiquita para ver correr a los niños.

            Tocaron a la puerta y al mismo tiempo abrieron, el porte señorial de Lucy se hizo presente, su cabello negro parecía recién cepillado y algo en su cara me decía que también había retocado su maquillaje.

            -No te levantes.- Me detuvo con un gesto de su mano y tranco la puerta detrás de ella, ya que había intentado ponerme de pie y regresé a la cama.- Es cómoda tu habitación ¿verdad?

            -Sí, gracias.- Respondí

            -Arriba hay tres más aparte de la matrimonial pero por ahora quiero estar sola, en ese lado.

            -Estoy bien aquí.

            -Uhh.- Hizo un gesto con la boca y luego de pasear la vista por mis cosas, me miró.- Me dijo Mira que te mostró la casa.- Afirme  con la cabeza.- Es grande, lo suficiente para que tengas intimidad.- Se refería en pocas palabras a que no me cruzará en su camino.- Quiero mucho a la tía Nilvia, la ayudo con gusto.- ¡Por Dios que termine de vomitarlo todo! – Me aseguró que tu madre te ha enseñado como llevar una casa.

            -Así es.

            -Bueno Mira te dirá en que puedes ayudar, lo demás queda de tu parte.

            -Agradezco la preocupación.

            -Bien.- Dio un paso en retroceso y pude notar sus altas sandalias blancas.- Aníbal, mi esposo y yo somos los únicos que comemos en el comedor, tú puedes hacerlo con el resto.

            Eso era todo, me veía como una entrometida.

            -No hay problema, me agrada ayudar y también charlar a la hora de la comida, me agrada hacerlo con Mira y los demás… donde sea.

            Arqueó la ceja sí, sólo doce años, pensé, pero cerebro desarrollado.

            -De acuerdo, quedas en tu…

            -Cuarto.- Completé, ella muecó y salió. Yo suspiré.

            No recuerdo a qué hora me recosté y tampoco en que pensaba cuando abrí los ojos, lo cierto era que no estaba en casa, porque la mancha del tanque en mi techo no estaba, sobresaltada, la urgencia de ir al baño me invadió. Sudaba por ambas partes de la cara y en la frente pegado al cabello, me molestaban los pies a causa de haber dormido con zapatos, así que poco a poco me incorporé y me estiré antes de ponerme de pié completamente. Escuchaba tenuemente sonar platos y cubiertos, ¿el almuerzo? Miré por la ventana, no ¡la cena! Estaba completamente oscuro y una brisa cálida entraba por la ventana seguramente haría calor esa noche y al día siguiente tenía que ir a clases, sería mejor darme un baño y luego comer, el estómago comenzaba a protestar. Pensé en mi reloj de mesa, lo traía en la maletica de los libros, todo estaba en su sitio, mi ropa colgada, ropa interior en las gavetas, los zapatos en el cajoncito, mi reloj sobre la mesita de noche indicaba las 7:30 y una bata de baño colgada en el perchero detrás de la entrada, Mira, que linda, debí haber tenido el sueño pesado. Me fui al baño que me indicara Mira y tomé una ducha, luego volví a mi cuarto y traté de frotarme bien el cabello para escurrirlo, vestí con pantalón de algodón rosa y franela blanca y salí directo a la cocina, yo por el pasillo podía escuchar un concierto de voces, el resto de la casa permanecía a oscuras y en completo silencio. No sé qué estarían hablando, lo más seguro era de mi porque al verme aparecer guardaron silencio.

            -Buenas noches.-Les dije, Samuel y Raquel estaban frente a mi sentados alrededor de la mesa, Mira llevaba algo hacia la nevera y a su lado una chica más o menos de diecisiete años le cargaba algo. En la ventana que daba al jardín un joven me miró y arrugó el ceño.

            -¡Aquí está la dormilona! –Dijo Mira sonriente, dejó lo que tenía en la nevera y la chica introdujo también lo suyo.

            -Lamento haber dormido tanto, no sé qué me pasó.-Me excusé siendo el blanco de todas las miradas.

            -Lo que sea quisiera que me sucediera a mi.-Masculló Raquel.

            -No importa querida.-Mira me tomó la mano y me atrajo al grupo.-Estabas cansada, seguramente tenías días sin poder dormir bien, aquí en la casa estamos solos esta noche.

            -Si, por fin logró la niña Lucy convencer al señor de salir a bailar-Samuel rió.

            -No le digas niña Lucy, Samuel.-Lo regañó Mira.-Ella no quiere que la llames así, ahora es la señora Campos.

            -Cierto.-Samuel se levantó.-Ven Victoria siéntate.

            -Gracias.-Lo hice lentamente, el joven de la ventana no paraba de mirarme toda con sus oscuros ojos café.

            -Tienes hambre ¿verdad?-afirmé con la cabeza a Mira.-Te voy a servir el mejor asado que hallas probado con puré de papas que nos trajo Rosita…ah… ¿conoces a Rosita?

            -No.

            La chica se acercó mostrando toda dentadura, extendió su mano y yo la tomé, era muy simpática y bonita.

            -Rosita trabaja en la casa del lado, sus patrones han salido de viaje y ella viene aquí a charlar.

            Mira hablaba sin parar, Raquel hacía breves explosiones de risa.

            -Hola Victoria,-Soltó mi mano y no dejó de sonreír.

            -Me alegra conocerte Rosita.

            -¿Tienen más o menos la misma edad? –Preguntó Samuel.

            -Siii, Rosita cumple            quince en una semana, vamos a celebrarlo aquí.

            -Conmigo no cuenten, si Lucy se entera nos echará a todos.

            -La señora no se enterará, todos los sábados va a jugar al bingo, y el señor estará estudiando para su post-grado, luego irá a buscarla. ¿Quién se lo dirá?-Mira se colocó los brazos en jarras.

            -Ella tía Mira.-Por fin el joven habló, Mira miró a Raquel y esta sonriente miró al joven.

            -Oh, no, no creo.-Se negó Mira y colocó el pedazo de asado caliente en el plato, luego el puré y algunos pedazos de pan me trajo en una cesta.

            -¿No es así Raquel? – El chico se colocó justo tras la oreja de la mujer y si mis instintos femeninos no me engañaban ella se puso algo nerviosa.

            -Claro que no.-Se negó.

            Samuel rió con ganas. Rosita me colocaba un vaso con jugo de tamarindo a un lado del plato.

            -No quiero que les traiga problemas mi cumpleaños, podríamos irnos a la piscina de la casa.

            -No, aquí voy a hornear la torta.- Afirmó Mira y me hizo un gesto para que comiera.- Aquí voy a adornar y picaré.

            -¡Bravo tía Mira! – Me llevé lentamente un trozo de pan a la boca y vi al muchacho acercarse a mí.- Hola, soy Gary.- Tragué grueso mientras me reflejaba en sus ojos.

            -Hola.

            -Él es Gary, Victoria, sobrino de Samuel y mío.

            -Ah.- Él sonreía y detallaba mi cara.- no sabía que ustedes eran hermanos.

            -Eran tres, ahora son dos.- Rió Gary y se enderezó, era como del tamaño de papá, muy joven, cabello castaño liso y color trigueño, sonreía como si nada le importara, nada ni siquiera la mirada de Raquel.

            -Bueno, ya come María Victoria mañana haz de irte temprano a clases, ya sabes Gary que debes acompañarla, nada de negarte a levantarte.

            -Nada de eso.- Dijo él y rió.

            -Vaya, la niña tiene quien la lleve y la traiga.- Comentó Raquel.

            -Es solo por unos días.- Aclamó Samuel mirándome con dulzura.- pronto sabrá hacerlo sola, tiene aspecto de ser muy inteligente.

            Todos sonrieron, yo comí y comí.

            Si bien no era el mejor asado del mundo, porque el mejor era el de mi madre, aquel estaba muy bueno, a pesar de que había dormido tanto, nada me costó volver al profundo sueño donde una mezcla de rostros y ojos llenaban planamente mis pensamientos. Y sobre la cama y a pesar de mi más profundo abrazo a la almohada el sonido de un chapuzón me despertó. Lo supe antes de asomarme como ladrona a la ventana, sin correr demasiado las cortinas y sintiendo el frío en mis pies descalzos. El agua de la piscina se movía pero no veía a nadie, hasta que de un extremo salió él, me lleve las manos a la boca al verlo surgir en ropa interior, primero se sacudió como un perro empapado, después corrió en puntillas al otro extremo de la piscina y se lanzó de nuevo, parecía un niño jugando a las carreras, así hacía Emanuel correteando las olas, quise reír pero guardé silencio, la piscina estaba a unos siete metros pero el silencio de la noche me delataría. El cabello ensortijado iba de un lado a otro y su cuerpo con muy poco vello brillaba por el agua.

            -¿Hasta cuándo vas a estar haciendo lo mismo Aníbal?- La voz de su esposa lo detuvo al último intento de zambullirse.

            -Me diste un susto Lucy.

            -Te estoy esperando.

            -Deberías venir a darte un baño.

            Ella ni él se movieron, él no quisiera olvidar su chapuzón y ella temía un salpicón.

            -Pareces un niño Aníbal, ven conmigo.- Le hablaba mimosa, recordé a mamá cuando le pedía algo a papá, este se hacía gelatina e inmediatamente obedecía.

            -De acuerdo, un par más y subo.

            -¡Aburrido! – Le dijo Lucy y se marchó, yo volví a entreabrir un poco la cortina y lo vi como negaba con la cabeza.

            -Miren quien es el aburrido.

            Dijo y se lanzó en clavado al agua, salió luego de darse el gusto de unas brazadas, de quedar flotando y luego hundirse, por unos segundos no lo vi, pero surgió de un golpe, manos apoyadas en el cemento, pecho arriba y respiración agitada, después con otro esfuerzo salió por completo del agua. No corrió como papá lo habría hecho detrás de mamá y ahora luego de dar brinquitos se bajó la ropa interior y la lanzo a un lado. Un ahogado sonido de mi garganta lo dejó con la mano derecha extendida y la vista a mi ventana. Me agache espantada ¿me habría visto? ¿Cómo se le ocurría a una niña de doce espiar a un hombre de veintidós? ¡Loca! El corazón me latía tan a prisa que me alcanzaba la mano para cubrir mi pecho, no sé cuánto tiempo paso pero para mí fue una eternidad, a gatas llegué a mi cama y desde ahí vi apagarse la luz de la piscina, entonces mi respiración volvió a tranquilizarse y mis recuerdos a hacerme sonreír que importa si me vio, o su edad, que me devuelvan mañana mismo a San José, esta noche vi a un ángel.

            Tuve sueños relajados, luego de la muerte de mamá, inesperada a pesar de haberla visto sufrir durante semanas, no había podido tener un sueño confortable, yo misma, papá o Emanuel interrumpíamos el descanso con un mal sueño, un sollozo o con el ruido de la cama moviéndonos en ella de aquí para allá. ¿Cómo habrían dormido papá y Emanuel sin mí? Me sentía culpable por haber dormido tan bien, despertado a las seis y ya lista a las seis con diecisiete minutos de la mañana, el baño quedaba cerca, la ropa a la mano y el cepillo se encargó de darle brillo a mi cabello, tomé un par de cuadernos, un bolso con mis cosas y salí a la cocina, para más grata mi sorpresa la fragancia divina del desayuno abrió mi apetito, cuando llegué a la cocina estaba como la noche anterior, excepto por Rosita.

            -Buenos días linda.- Saludo Samuel desde la mesa.- ¿Cómo dormiste?

            -Como los ángeles.- Respondí.

            -¡Que gusto querida! – Mira me entrego unos platos y me señalo donde colocarlos.- Estaba preocupada por ti, por si extrañabas tu casa.

            -Quiero que pasen a prisa los días, papá vendrá el fin de semana con mi hermanito.

            -Tendrás visitantes entonces.-Volvió a comentar Raquel.

            -Por lo menos alguien durmió como ángel.- Dijo Gary sentándose junto a su tío.- Yo no hice más que pensar que hacer con los eucaliptos que la señora me mando a sacar del jardín.- Nos miró buscando respuesta, Mira me alargó un plato con una empanada de tamaño mediano y un vaso de leche, yo tomé asiento junto a Samuel y frente a Gary.- Todos los días se le ocurre algo diferente, ahora sufre de alergia debido al eucalipto.

            -¿Qué te dice ella que hagas? – Pregunto Samuel, Mira y Raquel se encargaban de preparar algo, pero podrá notar que Raquel observaba y escuchaba con atención al muchacho.

-Sólo quiere que desaparezca las matas.- Continuó Gary apenas mordiendo el pan.- Entonces las arrancaré y a la b****a después de que nos costó tanto tío ¿recuerdas?

            -Sí, recuerdo, pero bueno, ¿Qué vamos hacer?

            -Afuera.- Dije mordiendo sin parar mi empanada.

            -¿Afuera? – Mira se secó las manos del delantal y se acercó a la mesa.- ¿Dónde afuera? No hay sombra, aquí el techo les hace el quite pero afuera.

            -Bajo el tejado del muro.- Afirme recordando los eucaliptos que mamá preparaba bajo la sombra de un árbol en el fondo de la casa de la señora Manrique.- Cuando llegué noté que había tierra por las orillas de la casa, está lejos del olfato de la señora Lucy y resguardado del fuerte sol, si quieres yo te ayudo a sacarlo y sembrarlo de nuevo cuando regrese.

            Todos me miraron, pensarían: es una campesina, algo debe saber.

            -Quizás ella tenga razón.- Dijo Mira y regresó a sus oficios.

            -Nada se pierde con probar.- Samuel se puso de pie y estiró su camisa.- Yo te ayudaré a sacarlo y ella puede ayudarte a sembrarlo afuera.

            Gary no respondió sólo me miró, no supe descifrar sus ojos, pero había en ellos mucha experiencia.

            -Ahora de prisa, no debes llegar tarde a tu primer día de clases.

            -Bien Mira.- Comí a prisa para salir.

            -El señor sale temprano y la señora aún duerme.- Me informó Gary una vez salimos de la casa, vestía de jean y franela sin mangas de color negro, cerró bien el portón y al caminar a mi lado volvió la vista atrás.

            -Te agradezco el levantarte temprano para acompañarme.- Nos pusimos en marcha.

            -Siempre despierto temprano, hay cosas que hacer en la casa.

            Apenas si pocas personas transitaban a esa hora por las calles, al salir de la avenida uno que otro auto y si había un número regular de personas. Nosotros caminamos a paso normal algo distanciados.

            -Recuerdo toda esta calle.- le dije mirando a mí alrededor.

            -Asiste a una buena escuela.- me dijo.

            -También en San José asistía a una buena escuela.

            -¿Estaba lejos de casa?

            -No mucho, el viaje lo hacíamos papá, mi hermano y yo.

            -Lo extrañas ¿verdad?

            -Uff, mucho, no sólo a ellos, la casa, a mamá.

            -Sí, supe que perdiste a tu mamá.

            -Hace tan poco.- Mire a un punto cualquiera para no llorar.

            -Aquí te sentirás bien.- Se acercó un poco a mí, era muy guapo y gallardo.- Ya en la casa te tomaron camino y los señores de la casa ni te tomarán en cuenta.

            -Eso espero, y a mí también me simpatizaron todos, aunque veo que a Raquel no le simpatizo mucho.

            -A ella nadie le simpatiza.- Sonrió y pude ver un poco de picardía en sus bonitos labios.

            Como todo era en línea recta, pronto vi el colegio y de algunos autos chicas y chicos bajar y entrar.

            -¿Y tú Gary? – Me miró intrigado por lo que diría a continuación.- ¿Tú no vas al colegio?

            -Ahhh.- Volvió la vista al frente.- Yo debería ir ahora a la universidad.

            -Vaya ¿y por qué no lo haces?

            -Porque me hace falta tiempo, y mira ahí está tu nuevo colegio.

            Me detuve y miré el interior ahora que el portón azul se encontraba abierto.- tengo un poco de miedo.

            -Es normal, pasa, estaré aquí cuando salgas.

            -Sí, gracias Gary.

            -No es nada, no te agotes demasiado, nos esperan los eucaliptos.

            -Está bien, por favor recuerda venir por mí.

            -Claro.- Comenzó a alejarse con un estupendo son al caminar, entonces yo entré.

            Parecía un sueño lo que en tan pocos días y sin planearlo, había cambiado mi vida. No sólo era salir de casa, si no que hasta ayer mamá nos prohibía hablar con extraños, papá siempre estaba a mi lado protegiéndome, ahora viajaba lejos de casa con la directora, me rodeaba de completos extraños y un joven que no conocía me acompañaba al colegio ¿Qué pasaría luego? Me pregunte caminando hacía la entrada del colegio, donde otros estudiantes se dirigían. En el liceo San José tocaban un timbre que marcaba el inicio de clases, por lo visto aquí bastaba con entrar al salón justo a las siete y treinta. Todo estaba impecable, como el día anterior, llegué al pasillo y entre otras chicas curiosas me propuse a leer los letreros a la entrada de cada aula, no logré encontrar nada de extremo a extremo, entonces vi una escalera.

            -¿Eres del primer año? – Solté un grito y me lleve la mano derecha al pecho.- Lo siento te asuste.

            El muchacho se acercó a mi acompañado de una niña como yo.

            -Dime, ¿Eres de primer año? – Repitió la pregunta y esta vez sus lindos ojos oscuros me simpatizaron.

            -Sí.- Respondí tranquilizándome

            Entonces debes subir.- Sonrió, no sé por qué pero el gesto cariñoso tan sólo me encanto y yo sonreí también.- Mi nombre es Diego.

            -Hola, soy María Victoria.- Acepté su mano y ambos sonreímos, él hizo un gesto con el lacio cabello que caía en sus ojos.

            -María Victoria, ella es mi amiga Melina.

            La niña sonrió también, vestía como yo y su cabello castaño era corto y con pequeños lazos de cada lado, sosteniendo un poco el cabello.

            -Yo te acompaño, estudio primero también.

            -Nos vemos más tarde.- Dijo él levantando la mano, había algo en él que se me hacía singular, yo levante la mano y lo despedí para junto con Melina comenzar a subir las escaleras de metal.

            -También soy nueva aquí.- Comenzó a decir ella.- A penas si conozco a poca gente, no son muy amigables. Arriba solo está el primer año, el director me explicó que es más fácil para el proceso de adaptación ¿Ya conociste al director?

            -Sí, ayer apenas.- Respondí y llegamos arriba donde sólo existía un salón y las puertas de los baños.

            -Es un hombre simpático.- Comentó y pasó con sus cuadernos y bolsos al lado derecho y con la izquierda, tomo el pomo de la puerta del aula.- ¿Te sentarás a mi lado?

            -Claro, tu dime.- Abrió entonces y pareció quedarse el mundo en silencio, calculé al menos diez hileras de pupitres con cinco o seis alumnos a los largo, un maestro abría su maletín sobre el escritorio y al vernos llegar se detuvo. Melina me hizo un gesto con la cabeza y yo la seguí caminando entre todas las miradas que quizás por mis nervios me parecían frías o algo odiosas, yo no quise detallar mucho los rostros, me temblaban las piernas y la boca la llevaba seca.

            -Buenos días Melina.- saludo el maestro.

            -Buenos días.- Respondió ella e inmediatamente se situó en un pupitre en las hileras del centro.

            -Veo que ya conociste a quien va acompañarnos a partir de hoy

            Me senté helada, seguramente ya no tenía color mi cara, se habían vuelto a mirarme mientras me sentaba en el puesto al lado de Melina, entonces la vi, rezagada, como queriendo ser invisible, quizás cuando entre se hundiera en ella siento pensando que yo la saludaría.

            -Ella es la señorita Ríos, María Victoria Ríos, te doy la bienvenida en la institución, espero te agrade.

            Casi todos se volvieron para mirarme, incluso Gloria, y yo sonreí, mamá aseguraba que ante una adversidad una sonrisa te mantenía en pie.

            Melina también me sonreía todos miramos al frente para escuchar al maestro, para mi tranquilidad nada de lo que explicó era nuevo para mí, de esa clase pasamos a otra con una maestra ya al cabo de un rato a un corto receso.

            -Ven, compremos algo para el calor.

            Recordé que apenas si tenía dinero, debía estirarlo para los días venideros a la llegada de papá. Tomé mis libros y me dispuse a seguirla, por lo menos ya tenía una amiga en el primer día.

            -María Victoria.- Me llamó Gloria alcanzándome en el principio de las escaleras, Melina también se detuvo.- ¿Cómo estás?

            -Bien.- le respondí.- Vamos a bajar a comprar ¿quieres ir?

-¿Tú vas a comprar? –Soltó una risita.

            -Te espero abajo María Victoria.- Melina comenzó a bajar  y no pude detenerla.

            -Pensé que sólo me conocías a mí en este colegio.- me dijo Gloria notando como yo trataba de alcanzar a Melina y mis ojos la seguían.

            -La conocí esta mañana, ella y un joven llamado…

            -Diego seguramente

            -Sí, Diego.- La miré extrañada, tal parecía que me habían cambiado a la amiga.

            -Es el samaritano de aquí.- Continuó y puso un pie para comenzar a bajar las escaleras, hacia movimientos extraños con la boca y movía mucho sus manos.- El profesorado lo quiere mucho por adelantar un año de su nivel.- No entendí muy bien y ella lo noto.- Si está en cuarto año tan solo con catorce que de paso recién cumple.

            -¡Vaya! – Estaba maravillada con esa información, yo apenas cursaba primero con doce años y ya me creían adelantada.

            -No es gran cosa en otro aspecto.- Continuó Gloria poniéndome al tanto de todo.

            -Es muy bien parecido.- Acoté evocando su tierna sonrisa.

            -Si te parece.- Encogió los hombros y cambio su expresión.- Ven conmigo y te presentare a las más notables del colegio, están por allá.- Señaló hacia el patio y pude notar que sus amigas eran algo grandes, muy bonitas y ceñudas.

            -Vi que Melina tomó para el lado opuesto.

            Le dije señalando el lado opuesto.

            -Olvídate de ella María Victoria, luego la veras.

            Ya habrá tiempo para conocer a tus amigas.

            -Debes ponerte al tono desde hoy María Victoria.- Insistió y noté que estaba algo nerviosa mirando atrás.

            -No sé qué te sucede Gloria, no sé si consideras tan poquita cosa a San José para actuar así.- Me miraba fijamente y yo a ella, en mitad de los gritos, risas y charlas de otros.- Yo no quiero estar a tono si eso significa equivocarme y decir de dónde vengo.

            -No te enfades conmigo María Victoria, aquí todo es diferente, te consideran campesina si conoces demasiado.

            -Pues soy campesina y hechicera, pero no voy a mentir y no tengas miedo… nunca diré de donde te conozco.

            Mientras me alejaba pude ver como sus ojos se llenaban de lágrimas y en vez de ir a donde sus amigas, regresó arriba, quizás yo debía madurar para entenderla, pero me costaría mucho.

            Una vez alcancé a Melina, me sentí de nuevo a gusto, mi maestra de religión aseguraba que los misterios de Dios son infinitos, y si, tenía razón, que Dios había puesto en mi camino a esta amiga con gustos similares a los míos, con gestos sencillos cuando explicaba algo sobre ella o sobre el colegio del que conocía poco pero suficiente para mí. Gracias a ella no tuve miedo de caminar por distintos sitios, tuve libertad de reír, de comer y de regresar al aula donde pude reconocer que es muy importante el valor, yo saldría adelante para honrar los deseos de mi madre.

            A la hora de la salida Melina se despidió de mí a prisa.

            -Debo alcanzar a Diego para no irme sola a casa.- Dijo acomodando sus cuadernos en sus brazos.

            -De acuerdo, nos vemos mañana.

            -Adiós.

            Partió corriendo mientras yo me dirigía lentamente a la salida preguntándome si Gary había recordado buscarme. Y si, a medida que llegaba al portón él fue apareciendo, fumaba apoyado a un árbol, con un pie abajo y otro doblado sobre el tronco, cuando me vio soltó el cigarrillo y sonrió enderezándose.

            -Tenía miedo de que lo hubieses olvidado.- Le dije, y a causa de mis nervios me acerqué mucho a él escondiendo mi cara en su pecho, sus brazos quedaron abiertos para no tocarme, entonces me separé.

            -Te dije que vendría y siempre hago lo que digo.

            Sonreímos y emprendimos el regreso a casa, me agradaba su compañía, su apariencia varonil, tenía gestos de muchacho y en ocasiones de hombre adulto, hablamos durante todo el trayecto, le conté sobre Gloria y lo mal que me sentía por no poder estar junto a ella.

            -Ya se arreglará todo.- Me dijo.- Estoy seguro que al pasar los días preferirá estar contigo.

            -¿En verdad lo crees así?

            -Estoy seguro, sólo es… una chiquilla.

            Igual que yo, pensé.

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