CAPÍTULO VIII: No puedo vivir sin ti

Luego de aquella pelea, Guillermo había cambiado. Tenía varios días siendo todo un caballero, como en los días en los que lo había conocido. Volvía temprano del trabajo, y siempre me traía algún regalo; flores, chocolates, incluso un pequeño osito de peluche muy tierno.

No volvió a quejarse por la comida, de hecho, parecía comerse a gusto todo lo que le hacía, aunque cada vez que ponía el plato en la mesa, una parte de mí se sentía aterrada de que el estruendo, los gritos y la losa rota se escucharan por la casa.

En las tardes cuando él no estaba, pude volver a salir de nuevo. Había comenzado a hacer algunas amistades en el edificio donde vivía, incluso saludaba con más frecuencia a la señora que me había encontrado aquella vez en el supermercado; no era tan mala después de todo, me recordaba a mi madre, y eso me hac&

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