CAPÍTULO 4

Castiel abrió los ojos con pesadez, y miró ese techo blanquecino que le cubría. Mientras su modorra comenzaba a dispersarse, pudo percatarse de algunos sonidos que le causaban confusión. Pareciese que estuviese en un hospital. El olor a desinfectante y medicamentos aumentaban las probabilidades de que fuera así.

Quiso moverse, pero le resultó complicado. Su cuerpo parecía estar hecho de plomo, o tener bastantes kilos de ello. Intentó hablar, pero su garganta tampoco quiso cooperar con él, solo un ronco y desgarrarte sonido arañó su garganta para abandonar su boca.

—Bienvenido al mundo, bella durmiente… aunque más pareces una bestia desahuciada —pronunció una voz que no reconocía, no sabía si era porque nunca antes la había escuchado o porque hacía bastante que no la oía.

—¿Qu… qué…? —balbuceó el pelinegro, sintiendo como si mil garras le rasgaban la garganta.

—No te esfuerces —pidió el que se acercaba a él—, esto deben ser las secuelas de un trágico accidente y casi tres años en coma; pero seguro se arreglará con el tiempo.

«Las secuelas de un trágico accidente…» eso le recordó como casi había muerto después de que las cosas salieran peor que mal en su fallido intento de matar a Lysandro.

Fue allí donde reconoció el rostro del hombre burlón a su lado. Era justo su objetivo.

La cabeza de Castiel se llenó de confusión. ¿Cómo era posible que el hombre que él había intentado matar no le hubiese matado, sino que estuviese a su lado cuando despertada de un coma de tres años?

«¡Casi tres años en coma!» La sola idea de que eso fuera real le daba ganas de llorar. Pero quizá todo solo era una cruel broma del que le miraba sonriente.

—No es una broma —aseguró el peliplata, como si pudiese leer la mente del hombre atado a la  cama—, si no estás muerto es porque me interesa saber la razón de que Nathaniel enviara a su mejor amigo a una misión suicida cuando antes lo cuidó tanto de todo el mundo.

Castiel no entendía lo que el hombre decía, la razón de que mencionara a Nathaniel no la tenía. Pero parecía que se enteraría pronto. Lysandro le contaría absolutamente todo, o eso era lo que al pelinegro le parecía.

» Aunque tengo una teoría —anunció el de ojos bicolor—… Sacarte del camino para poder quedarse con tu hermosa novia —completó fijando la mirada en los apagados ojos del recién despierto.

—No —garraspó Castiel y Lysandro rio sonoramente.

—Pues, si no era la idea original, fue lo que terminó haciendo —informó el peliblanco

Castiel repitió ese sonido gutural y tosco mientras intentaba levantarse.

—Mientes —dijo, hiriendo su casi muerta garganta, provocando una nueva risa del albino.

—No lo hago —aseguró Lysandro—. Pero no tienes que creerme, lucha por salir de esta para que puedas comprobarlo por ti mismo. Yo ya hice mi parte, me sentaré a disfrutar del espectáculo —explicó palmeando el hombro del que había rescatado años atrás a pesar de que este había intentado matarlo, y caminó a la salida, pero se detuvo justo en la entrada de la habitación—. A menos que quieras ayuda, entonces búscame, aún vivo donde mismo.

Castiel se quedó perplejo ante las palabras de un hombre en quien no debía confiar, pero que parecía no mentirle. Definitivamente saldría de esa y sabría la verdad.

Le tomó tiempo, pero la rehabilitación fue bien. En algunos meses su cuerpo parecía responderle mucho mejor y, comprobando que había pasado el tiempo que Lysandro había dicho, fue a buscar a su amigo. Necesitaba preguntar ¿qué era esa insinuación que el albino había hecho? Necesitaba saberlo y descartarlo.

Castiel llegó a una ciudad que, a pesar de no haber pisado por cuatro años, parecía haber dejado apenas unas semanas atrás. Llegó y se encontró a su mejor amigo caminando de la mano de una pequeña pelinegra de cabello rizado, ojos divinamente oscuros y, quizá, dos o tres años, que brincoteaba alrededor de uno que llamaba papá; y llegó a atestiguar un cálido y amoroso beso para Nathaniel, de parte de la mujer que la niña llamaba mamá.

El cuerpo de Castiel se estremeció, y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras que el dolor embriagaba su alma. La mujer a la que la niña llamó mamá, la mujer que besó tan felizmente a su amigo Nathaniel, la mujer que le estaba rompiendo el alma, era Maryere.

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