Confío en ti

Marco su numero y lo borro. Dos minutos después vuelvo a marcarlo para volver a borrarlo.

En cuanto llegué a casa llamé a Martín para pedirle el número de Hugo. No puedo creerme que lo haya dejado allí tirado. Si no arreglo esto, adiós a mi trabajo.

Respiro hondo, marco el número por tercera vez, contengo el aliento y espero.

-Diga-contesta con su ya habitual tono alegre.

-Hola Hugo, soy yo, Lisa. Siento el desplante de antes-escucho como ríe por lo bajo ¿Es qué este hombre nunca se enfada?

-Sabía que me llamarías. No te preocupes, no tiene importancia.

- Gracias - respiro aliviada porque este hombre se tome las cosas de tan buen humor -creo que tendríamos que vernos y trabajar un poco.

-Cierto. Yo esta noche tengo que estar en la oficina pero si quieres puedes pasarte.

Siento unos dedos fríos recorriendo mi cuerpo, avisándome. Una alarma con fluorescentes me dice : no vayas, no vayas ¿Son paranoias mías o realmente puedo estar en peligro? En las oficinas suele haber más gente y seguramente algún guardia pero.... ¿ Y si no? Tantos interrogantes comienzan a darme dolor de cabeza. BASTA YA LISA, NO PUEDES TENERLE MIEDO A TODO, me grito mentalmente.

-¿Estás ahí? - oigo hablar a Hugo. Creo que he tardado mucho divagando - habrá más gente Lisa, todo mi equipo y mi recepcionista personal.

Parece que ha adivinado mis pensamientos y como una señal divina todos los nubarrones grises que se cernían sobre mi se han ido.

-Vale. A las nueve entonces.

Paso el día en casa, en la cama, acurrucada. Se que es malo estar así sin hacer nada y sin buscar ayuda. A partir de mañana me voy a activar otra vez, vuelvo a prometerme igual que ayer...

Si lo peor de todo fuera ver su rostro cuando duermo, quizás podría ser más fuerte, pero no. Veo su cara con cada parpadeo, la vi cuando me miré en el espejo, cuando miro la pared. Siento sus dedos sobre mi piel, su aliento, su voz la tengo grabada a fuego en mi memoria. Por todo esto me permito el lujo de permanecer un poco más en mi burbuja auto destructiva.

A las nueve menos diez estoy delante del edificio donde trabaja Hugo. Esta vez he ido en mi coche, con los seguros bien echados.

Todas las ventanas son cristaleras de espejo pero al ser de noche, en los despachos donde hay luz, se puede ver lo que ocurre en el interior.

Los suelos son de mármol blanco. A la izquierda hay una recepción donde me indican que el señor Hugo Moreno se encuentra en la planta veintisiete.

Camino hasta el ascensor. Las puerta se cierran a mi espalda pero yo, me he quedado petrificada mirando mi reflejo en los tres paneles de espejo que me rodean. No puedo huir, ni correr así que el único camino es afrontar que esa soy yo aunque no me reconozca. Yo soy alegre, risueña, la típica bromista pero frente a mi, solo veo una muñeca rota.

Desde lo ocurrido en la ducha, no me había mirado en ningún espejo pero intuía que tenía ojeras y antes de salir me maquillé un poco, solo algo de base y brillo de labios aunque todavía se pueden ver los surcos debajo de mis ojos. Llevo un cuello alto negro, pero observo como sobresale un pequeño moratón que me produjo la presión de sus dedos. Sujeto el borde de la lana y tiro para que nadie sea testigo de mi secreto hasta que oigo como cruje.

Por fin se abren las puertas, salgo corriendo al pasillo, me inclino hacia delante y apoyo las manos en las rodillas procurando meter oxígeno en los pulmones .

-¿Qué te ocurre?- pregunta Hugo a mi espalda. Tiene el ceño fruncido y está ligeramente agachado para que nuestros rostros queden a la misma altura.

-Las escaleras.. - miento ( otra vez) con la esperanza de que no me haya visto salir del ascensor, y si me ha visto, deseo que me siga la corriente y que simplemente piense que soy una mentirosa.

-¿Has subido veintisiete plantas por las escaleras y has llegado viva?- bromea-ven, vamos a mi despacho.

Él lo llama su despacho, el resto de los mortales lo llamarían oasis. Al entrar tienes un espacio diáfano con un gigantesco jarrón pegado a la pared. Si giras a la izquierda vas a una zona con tres sofás,una televisión de setenta y dos pulgadas y justo detrás, una barra americana repletas hasta los topes de bebidas, a la derecha hay una mesa más grande que mi cama, de madera maciza, justo en frente una puerta cerrada me insinúa que el despacho continúa. Es impresionante, es más grande que mi piso.

Camina con decisión hasta su mesa de trabajo, la rodea y se sienta en un gran sillón marrón de cuero.

-Como todo hombre que se precie, la noche temática debe ser sobre fútbol - me regala una increíble sonrisa en la que parece más un niño pequeño que un hombre.

- Perfecto

Saco la agenda para apuntar todos los datos importantes porque tal y como tengo la cabeza últimamente, seguramente se me olvidará.

-.... Y también... - continúa hablando, en ese instante toca a la puerta su secretaria para informarle que debe atender una llamada.

Se disculpa al salir del despacho. Lo pierdo de vista y cuando decido que puede tardar un poco, me levanto y cotilleo. En la pared cercana a la puerta hay un cuadro que me encanta desde pequeña " El grito" de Munch. Es una gran obra, siempre me ha llamado la atención, los trazados, la expresividad, como es capaz de decir tanto con tan poco...

Un chico abre la puerta. Es rubio y alto, bastante alto teniendo en cuenta que yo mido un metro y setenta y cinco centímetros y le llego por la barbilla.

-¿No está Hugo? - pregunta mirando hacia todas direcciones.

-Lo siento, ha tenido que ir a atender una llamada.

Da un paso hacia delante, hacia donde yo me encuentro e instintivamente retrocedo a su vez. Tengo la esperanza de que se vaya a buscarlo a otro despacho y me deje tranquila, porque lo cierto es, que desde que he salido del ascensor me he encontrado mejor.

-Tu eres la chica del bar ¿ verdad? encantado de conocerte - reduce la distancia que nos separa dando un paso tras otro, yo los retrocedo a la misma velocidad. La puerta está cerrada y este tipo se está acercando.

Mi corazón que parecía un bálsamo ahora se agita como un colibrí. Mi espalda choca contra la mesa, por instinto apoyo las manos, tiro unos papeles al suelo y me recuerdo que los pulmones deben recibir la cantidad exacta de aire, que tengo que inspirar oxígeno a una velocidad determinada y no al ritmo frenético en el que me he envuelto.

-Pablo -llama de forma autoritaria Hugo desde la puerta-ve a trabajar, después hablamos.

Debe pensar que no estoy bien de la cabeza. Nada en él invocaba peligro alguno y aún así he perdido los nervios. Hugo se acerca despacio, separa mis manos de la mesa y mira los dedos, blancos de la presión que sin darme cuenta he ido ejerciendo contra la madera. Bajo la mirada para ver, como mi temblor le alcanza también a él.

-¿ Estás bien? Su rostro muestra verdadera preocupación. Su mirada me recuerda a la de mi padre cuando estaba triste por cualquier tontería y sabía que si yo sufría, él sufría. Tenía un don para sentir empatía por el resto de personas.

Le miro los ojos. Esa es la mirada de un hombre bueno que no sería capaz de hacer lo que ese animal hizo.

Siento un nudo en el pecho que va ascendiendo hasta llegar a la garganta, los ojos se me humedecen y las lágrimas comienzan a salir, sin poder controlarlas, curándome, sanándome, sacando todo el sufrimiento y la desesperanza que sentía.

Las piernas me fallan, pero cuando creo que voy a caer al suelo, Hugo me sujeta entre sus brazos, descendiendo poco a poco para terminar abrazándome mientras me mece, rodeándome con sus brazos.

- Estas bien, no va a pasarte nada - susurra en mi oído.

No estoy así por que vaya a pasarme algo, estoy así porque ya ha ocurrido.

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