CAPÍTULO 2

Marco solo necesitó avanzar una decena de metros, guiado por los gritos. No se necesitaba mucha imaginación para saber qué era lo que estaba a punto de suceder, y no estaba dispuesto a permitirlo. En el suelo la muchacha luchaba con todas las fuerzas que tenía, y sobre ella, el maldito bastardo la golpeaba sin poder controlarla.

Marco cerró el puño y lo descargó contra la mandíbula, haciendo que el hombre volara un par de metros antes de caer, maldiciendo de dolor. Pudo terminarse ahí, uno noventa y dos de estatura y noventa kilos eran más que suficientes para intimidar y mantener la pelea a raya, pero en las palmas de las manos le seguía cosquilleando la rabia, así que lo levantó por la solapa de la camisa para pegarle de nuevo, hasta que un sonido tras él desvió su atención.

Vio cómo Helena trataba de levantarse y corrió hacia ella. En la semipenumbra que los rodeaba, logró ver el lamentable estado en que se encontraba. El vestido, que debía haber sido blanco, estaba ahora completamente sucio, y el cabello revuelto le ocultaba un poco el rostro. La llamó, intentó hacerla reaccionar, pero después de todo lo que había pasado, difícilmente lograría que no se desmayara.

— ¡Helena! ¡Helena, mírame!

La levantó en brazos y el corazón le dio un vuelco. Con todas aquellas curvas, no había esperado que pesara tan poco.

Caminó sólo una decena de metros antes de que Archer saliera a su encuentro. El capitán del Abadon se imaginó la escena y como siempre, sus palabras fueron escasas y pertinentes:

— ¿Necesitas ayuda?

— No.

Archer salió de su camino, porque le pareció que aquel rostro, usualmente impasible, mostraba un pequeño rasgo de furia, y eso significaba que quien fuera que estuviera alrededor no tardaría mucho en sentirla. Subió al barco tras él y cuidó de que ninguno de los otros cuatro tripulantes lo molestara.

Marco no se detuvo hasta llegar a su camarote, y acostó a Helena con mucho cuidado sobre su cama.

— ¡Bonita, tienes que despertarte! — le acarició el rostro, sentándose junto a ella y apartando el cabello que tenía pegado por el sudor y las lágrimas — ¡Helena por favor despierta!

La escuchó quejarse mientras intentaba abrir los ojos con dificultad. La línea izquierda de su mandíbula empezaba a adquirir un tono violáceo y seguramente debía dolerle mucho, porque apretaba los labios intentado respirar.

— Helena, bonita, ¿me escuchas?

La reacción fue instintiva. Helena abrió los ojos llenos de terror y trató de alejarse de él, acurrucándose contra el respaldo de la cama mientras copiosas lágrimas comenzaban a caer. Estaba desorientada y furiosa, pero más que eso se sentía indefensa, y no había peor sentimiento que ese de sentirse impotente ante una agresión.

— No tengas miedo. — Marco levantó las manos en señal de rendición — No voy a lastimarte, Helena. ¿Te acuerdas de mí?

La muchacha intentó secarse las lágrimas mientras poco a poco los sollozos iban disminuyendo. Por primera vez levantó los ojos para verlo y arrugó el entrecejo, como si fuera muy difícil recordar. No era extraño que estuviera en shock después de todo lo ocurrido.

— Soy Marco. Marco Santini. Nos conocimos esta mañana, en el café del puerto.

A Helena le temblaron los labios, su cerebro buscaba, buscaba aquella imagen del hombre que le había sonreído con tanta amabilidad esa mañana y que ahora estaba allí, salvándola, sabía sólo Dios por qué.

— ¿Ma… Marco?

— Si, bonita. Tranquila, todo está bien. — alargó una mano con cautela, como si temiera asustarla, y Helena pasó de tomar esa mano a refugiarse contra su pecho en un segundo, presa de la histeria. Lo recordaba, y aunque fuera casi un extraño, era lo más conocido que tenía.

Marco no supo cuánto tiempo estuvo así, escuchándola llorar como una niña perdida. Y es que después de todo eso era, en un par de semanas cumpliría los veinte años, ni siquiera había vivido dos décadas, y todavía podía sentir en ella esa inocencia que tenían las almas gentiles.

Si escucharla llorar como si fuera el fin del mundo era malo, sentir como poco a poco iba perdiendo fuerzas era aún peor, y cuando todo quedó en silencio y Marco levantó su cara para mirarla, parecía que había perdido todo impulso de vida.

“No, no puede ser tan sencillo.” Pensó.

— Bonita, mírame. — intentó hacerla reaccionar — Helena, tenemos que bañarte, cambiarte, llamar a la policía…

Ella apretó los labios temblorosos y volvió a esconder el rostro contra su pecho, asintiendo con dificultad. Quería cerrar los ojos y olvidar, quería despertar y que sólo hubiera sido un terrible sueño, pero sabía que todo de ahí en adelante le recordaría que no lo era. Sintió que Marco la levantaba de nuevo en brazos y la depositaba suavemente en el cuarto de baño, sujetándola porque no parecía tener equilibrio para mantenerse de pie por sí sola.

— Helena, mírame. ¿Puedes sostenerte?

A cada segundo necesitaba hacer algo para llamar su atención, porque la mente de la muchacha parecía estar en cualquier otro lugar, muy lejos de allí. La vio poner una mano en el lavabo para tratar de apoyarse pero fue inútil, las fuerzas la habían abandonado, y sólo alcanzaba a respirar con dificultad.

Marco puso sus manos alrededor del pequeño rostro y la obligó a fijar su vista en él.

— Bonita, escúchame. Necesitas bañarte. ¿Me entiendes?

Helena asintió con la cabeza y se llevó una mano a la solapa de la rota chaqueta para intentar quitársela, pero se detuvo con un gemido de dolor.

— ¿Qué pasa? — se asustó Marco.

— No… no puedo sola. Me duele mucho.

Quería y no quería pedir ayuda. Necesitaba sentir el agua clara sobre su piel, sentir que se llevaba todos los horrores de la noche, pero no podría soportar que Marco la viera, no así, no en ese momento.

Por fortuna, él era más intuitivo de lo que se esperaba y no tardó en darse cuenta de su dilema.

— Bonita, lo siento. No hay mujeres en este barco que puedan ayudarte. — confesó apenado — Si quieres yo puedo… puedo intentar… Ya sé, hagamos esto.

Alargó la mano para tomar un pequeño paño de una de las repisas, lo dobló varias veces y se cubrió los ojos con él, anudándolo detrás de su cabeza.

— Ok, no puedo verte. Ahora dime cómo te ayudo.

A Helena se le escapó la primera sonrisa de la noche, era una sonrisa llena de tristeza, pero él pudo sentirla en la piel. Estiró las manos hacia el vacío hasta que ella le puso en una la manga de la chaqueta que todavía estaba intacta. Marco tiró de ella con suavidad. Notando cómo Helena se iba dando la vuelta para sacar el brazo.

A cada instante sentía un gemido, y eso lo hizo ponerse alerta.

— Es posible que tengas algo roto. — advirtió.

— ¿Además del alma? — preguntó ella con angustia.

— Nadie puede romper tu alma, bonita. No digas eso. Y los huesos se pueden componer.

Helena terminó de sacarse la chaqueta y el cinturón. Parecía que realmente tenía algún hueso roto porque apenas podía moverse bien. Se llevó la mano derecha a la espalda buscando el zipper del vestido, pero el dolor no la dejó llegar.

— ¿Todo bien? — se inquietó el italiano, aguzando el oído.

— No… no llego al zipper del vestido. Está en la espalda. ¿Puedes… ayudarme?

Se dio la vuelta y dio un paso atrás, para que las manos de Marco lograran alcanzarla. Se estremeció cuando tocó su espalda, recorriéndola, con mucha suavidad, hasta encontrar la hebilla del cierre. Marco sintió que todo su cuerpo se tensaba, debajo de aquella tela el calor era infinito y dulce, así que deslizó hacia abajo la hebilla y trató de no pensar en eso, porque no podía darse el lujo de cometer ningún error. No ahora. No con ella.

Helena logró sacarse a duras penas el vestido y dudó un instante si debía quitarse también la ropa interior, pero Marco permanecía estoico con sus ojos vendados y ella necesitaba deshacerse de absolutamente todos los recuerdos de la noche. Caminó despacio hasta la ducha, sosteniéndose todavía de su mano, y dejó que el agua la limpiara desde las puntas de los cabellos hasta los pies. Luego selló la tina y se sentó despacio, dejando que se llenara de agua y de espuma.

El italiano se sentó en el borde, acariciándole la mano en silencio, porque sabía que no podía decir nada para hacerla sentir mejor, al menos no en aquel momento. Helena respiró profundo y se fue tranquilizando, después de todo lo que había pasado, se sentía un poco a salvo, y el cansancio y el dolor la invadieron de una sola vez.

De repente, Marco comenzó a ponerse nervioso, la delicada mano entre las suyas se estaba relajando, hasta que dejó de moverse por completo.

— ¿Helena? — dijo en un susurro, pero sólo se escuchaba el sonido del agua — ¿Helena?

Pensó lo peor los tres segundos que le bastaron para arrancarse el paño y comprobar que no le hubiera pasado nada. Estaba dormida, con un sueño agotado e intranquilo que no la dejaba descansar.

Marco se permitió mirarla entonces, sobre su costado derecho se extendía una mancha larga y oscura, tenía marcas de dedos sobre los antebrazos y las muñecas y un feo moretón sobre el hombro izquierdo. Parecía una muñequita rota, recogida sobre sí misma, intentando protegerse.

La mandíbula masculina se tensó y lanzó una maldición por lo bajo, realmente la habían lastimado. Sólo esperaba que pudiera olvidarlo lo más pronto posible.

No se molestó en volver a vendarse los ojos, la sacó de la bañera sin despertarla y la arropó con suficientes mantas antes de acostarla. Tenía la piel extremadamente suave, y las curvas firmes y redondas. Era una pequeña diosa a la que habían bajado a tierra contra su voluntad, pero ya se encargaría él de que fuera diferente.

La observó en silencio durante un largo rato, hasta que su respiración se acompasó lo suficiente. La cubrió con un edredón grueso y se dispuso a dejar la habitación, pero una voz inquieta lo detuvo.

— No te vayas. — aún en aquel agotado duermevela había podido sentir cuando él se alejaba.

Helena abrió los ojos despacio, y luego pareció recapacitar sobre lo que había dicho.

— Perdón… eso debió ser una pregunta… Probablemente tienes a alguien con quien estar ahora… no quise…

— Tranquila, bonita. — Marco volvió a sentarse junto a ella en la cama y le acarició la mano — No hay nada ni nadie más importante que tú.

— ¿Qué se supone que haga ahora? ¿Llamo a mis amigos… a mi…? — pensó en su padre, pero él estaba muy lejos y no podía contestarle.

— Creo que lo correcto sería hablar con la policía mañana.

La escuchó pasar saliva, los dos sabían lo que significaba hablar con la policía: interrogatorios, declaraciones, fotos de evidencia, búsqueda de testigos, y revivir lo que había pasado de nuevo, decenas de veces.

— No sé si puedo hacerlo. — murmuró — No quiero pensar en esto, es… vergonzoso.

— No, bonita. No tienes nada de qué avergonzarte, no es tu culpa. Esta noche peleaste como una leona, peleaste por tu vida y por tu integridad. No hay nada más valiente que eso… pero si no quieres lidiar con la policía, entonces no tienes que hacerlo.

Helena arrugó el entrecejo y por primera vez lo miró con algo más en los ojos que no fuera tristeza.

— ¿Qué quieres decir…?

Marco respiró hondo y había algo tan oscuro en su mirada que ella prefirió no seguir preguntado.

— Creo que será mejor que duermas. Podremos hablar mejor de esto mañana, cuando estés más tranquila, bonita. ¿Sí? ¿Estás segura de que quieres que me quede?

Helena hizo un gesto leve y cerró los ojos, acurrucándose de lado sobre las sábanas. Marco se descalzó los zapatos, se quitó la chaqueta de cuero oscuro y se acostó a su lado.

No supo en qué momento Helena se quedó completamente dormida, o en qué momento él se abrazó a su espalda, acurrucándola y hundiendo la nariz en el hueco de uno de sus hombros, pero cuando despertó, ya muy avanzada la madrugada, se encontró a sí mismo tenso y caliente, porque a pesar de todas las mantas y edredones que había en medio, el cuerpo de Helena seguía cálido y sutil sobre su cama.

Se aseguró de que estuviera durmiendo profundamente, y abandonó el camarote y el barco.

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