En cuanto sentí que su cuerpo estaba encima del mío, supe que esto estaba mal.
Quería hablar, pero sus labios besaban frenéticamente los míos llegando a un punto en que lo único que me preocupaba, era poder respirar.
Nuestros jadeos eran el único sonido que interrumpía el silencio que envolvía mi habitación y producto a eso, sentía que nuestras agitadas respiraciones se podían escuchar hasta el otro lado de la ciudad. Y si en realidad eran tan fuertes… hasta mi mamá las podía escuchar.
Ese devastador pensamiento golpeó mi consciencia y me hizo despertar.