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Los primeros años fueron una bofetada gorda para Rogelio y todos los que dudaban de nosotros. Aprovechamos al máximo nuestra juventud. Éramos dos chiquillos que con veinte años en el mundo desconocíamos muchas cosas, pero estábamos seguros de algo: queríamos lucharla juntos. En las buenas y en las malas; en la salud y en la enfermedad.

Los versos cobraron vida tres años más tarde, cuando el médico nos dijo que no podríamos ser padres. El brillo de tus ojos se vio opacado por la tristeza, yo te tomé por el brazo y prometí que saldríamos adelante. Fingiste hallar consuelo en mis palabras, pero el agitar de tu pecho te delataba…

—¿No hay algo que podamos hacer? —pregunté intentando no sonar desesperado, pero el timbre de mi voz era casi inaudible.

Te diste cuenta y conectaste con mis ojos

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