El tráfico era terrible como cualquier mañana en la ciudad, Westway Diner estaba lleno cuando Adriana cruzo la puerta principal, escaneo los rostros de la gente que estaba desayunando en aquel lugar en busca del hombre que decía ser su abuelo, lo reconoció inmediatamente porque era el único hombre mayor sentado solo con el rostro pálido que la miraba como si hubiese visto a un fantasma. Edmond Dumas no podía creer lo que estaba viendo, era como si el tiempo se hubiese detenido y su hija se hubiese mantenido tal y como la recordaba, salvo que la mujer que caminaba hacia él no era Karlie, sino su pequeña hija Adriana.
— ¿Es usted el señor Dumas? — Le pregunto Adriana una vez que se detuvo frente a él.
Los ojos se le aguaron al hombre.
—Sí, soy yo— Le dijo poniéndose de pie, —Por favor toma asiento.
Una vez que ambos tomaron sus respectivos asientos, un camarero se acercó a Adriana para tomar su orden, pero como una cliente habitual rechazo la carta y pidió su platillo favorito.
—Me