XVIII Miedo real

Los gritos de su madre desgarraron el silencio de la noche y evocaron un miedo que era el peor de todos. Los miedos de los adultos eran diferentes a los de los niños. Perder el empleo, no ser lo suficientemente bueno en lo que se hacía o no poder pagar a tiempo las cuentas son miedos adultos, los niños a lo que más temen es perder a sus padres y quedarse solos. Y cuando su madre gritó mientras el hombre lobo la sujetaba, Alana temió jamás volver a verla. Su miedo se hizo real y ahora regresaba por ella.

—¡MARTÍN! —se despertó gritando Alana en la habitación del hospital.

Casi le causó un infarto al anciano que dormitaba en la camilla de al lado, que empezó a gritar también. Una enfermera llegó corriendo.

—¡Mi hijo! ¡¿Dónde está mi hijo?! ¡Por favor! ¡Por favor!

—Cálmese, su hijo está bien, está descansando en el ala pediátrica.

—¡Quiero verlo, tengo que verlo! ¡Tengo que llevármelo de aquí!

—No se levante. Se golpeó la cabeza y debe guardar reposo. Si insiste en levantarse tendré que
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