CAPITULO 4 LA CIUDAD ENCANTADA.

Ashley Freetman.

─ ¡Oh Dios! todo está quedando tan hermoso ─ salta emocionada mi hermana Samantha.

─ Necesitamos recrear más nieve ─ les digo a los chicos del colegio.

─ Ya creo que pretendes que patinemos aquí ─ se ríe mi hermano Andrew. Los chicos definitivamente no nacieron para la decoración.

─ Esa es el área de los dulces ─ le recuerdo a Jaime, cuando noto la intención de vaciar lo que asemejará la nieve en el salón de clases de los chicos. 

─ ¡Ah! pensé que aquí también llevaría nieve ─ se ríe Jaime, cuando uno de sus compañeros le lanza una pequeña bolita de nieve. 

─ No, tendremos el mundo de la nieve y el mundo de los dulces y ese lugar es para el último ─ murmuré.

─ Mejor se van al lado de la maestra a decorar el árbol y las chicas y yo nos encargamos de esta área ─ mencioné guiñándole un ojo. Andrew y Jaime, sonrieron mucho más complacidos.

─ ¿Cada cotillón tendrá un cascanueces? ─ Preguntó una de las niñas emocionadas.

─ Claro, mañana cuando sea el encendidos de luces cada uno de ustedes recibirán el cotillón de dulces y el cascanueces lo llevarán al árbol pidiendo su deseo de navidad ─ Le sonreí a la pequeña. La maestra de los chicos sonrió con alegría al notar todo lo que habíamos traído para navidad. 

Mañana es el último día del mes de noviembre y toda la escuela encederá sus luces para darle la bienvenida al mes decembrino y con el, la navidad, la víspera de año viejo y el año nuevo junto con sus buenos deseos. Hoy mi día estaría dedicado a la decoración junto con los chicos en su escuela.   

Las horas pasaban y el gran avance y la euforia del momento ya se notaban.

─ Rodemos el árbol hasta el medio de la nieve ─ le pedí a la maestra de los chicos y tomé el spray nieve y lo rocié.

─ ¡Dios mío! ─ musitó la maestra emocionada al igual que todos los niños estaban fascinados.

─ Por eso me encanta llamarte para que me ayudes ─ sonrió la maestra de Jaime y mis hermanos  llena de felicidad. 

─ Dos horas más y todo estaba perfecto, tomé mi teléfono ampliando el zoom y tomé fotografías de cada detalle decorativo. Todos estábamos cansados, pero felices.

─ Buenas noches ─ La gruesa voz nos hizo girar a la maestra y a mí, observando al hombre que estaba a unos pasos mirando asombrado todo a su alrededor.

─ Su mirada quedó fija en la semejanza de la ciudad de Belén situada a sur de Jerusalén y enclavada en los Montes de Judea. La semejanza de sus edificaciones contruidas en piedras y bañadas por la magia de la nieve era preciosa, y se destacaba en ella el hecho de la pequeña ciudad llena de cascanueces vigilantes de la hermosa ciudad, que encenderá al día siguiente su encendido de bienvenida al mes decembrino lleno de amor y grandes deseos de prosperidad. 

El gran árbol decorado con adornos cubiertos también por la nieve se veía hermoso y eso que aún sus luces no estaban encendidas.

Cerca de la ciudad encantada estaba el mundo de la magia de los niños, hechos de golosinas envueltas entre cajas adorables  y papeles de colores llamativos, con   los  soldados del cascanueces que terminarán de resplandecer el fantástico árbol. Las puertas de los salones de clases estaban decoradas con una corona navideña en el medio y un gran cascanueces a su lado derecho y a su lado izquierdo.  

Sonreí llena de felicidad al notar el rostro del Doctor Noah. Su mirada buscó la mía y noté en su rostro admiración. Desvié la mirada ya que seguramente había enrojecido y eso no era una señal de eliminar de su mente que ya yo, no era esa pequeña que él conocía.

─ Doctor,  Noah. ─ Sonrió la maestra acercándose a él con amabilidad, extendiendo su mano para saludarlo. El doctor le correspondió, pero su rostro volvió a esa seriedad muy común en mi profesor gruñón.

─ ¡Rayos! ─ pensé apresurada tratando de eliminar de mi mente ese apelativo. 

─ ¿Qué le parece? ─ Sonrió la maestra señalando la decoración 

─ Está muy bonito ─ mencionó el doctor Noah, buscando nuevamente mi mirada. 

─ Papá, has venido a ver la decoración ─ Sonrió Jaime, lleno de felicidad y acercándose a su padre. 

─ Sí, vine a verla y también a buscarte ─ le hizo saber el doctor moviendo su cabello con cariño, noté en su mirada el gran amor que le tenía a su hijo Jaime, es como ver otra feceta en el rostro del doctor. 

─ ¿Se vienen con nosotros? ─ Le preguntó Jaime, a mis hermanos. Andrew, movió sus hombros restándole importancia y Samantha, sonrió a nuestro vecinito. El doctor los observó

─ Busquen sus pertenencias ─ le ordenó la maestra a los chicos, yo fui por mi bolso guardando todos mis implementos de decoración. 

─ Llevemos a los chicos a comer pizzas, ─ propuso el doctor. Asentí  llegando a mi automóvil.

─ En pizzas Mike, son muy ricas ─ mencionó Jaime.

─ Entonces iremos para pizzas Mike, ─ le respondió su padre.

─ Allá también venden unos helados riquísimos y...

─ Samantha ─ inquirí inmediatamente  deteniéndola antes que continuase.

─ También comeremos uno ─ le sonrió Jaime, abriendo la puerta del automóvil de su padre para que ella ingresara, mi hermano Andrew, rueda los ojos observándolos y yo trato de ocultar una risilla, pero no lo logro.

─ Nos vemos allá ─ les indico ingresando a mi auto. 

Recorremos un buen trayecto para llegar a la pizzería que indican los chicos. Al llegar busco un lugar en el parqueadero. Estoy cansada, deseo una ducha, pero el solo escuchar la invitación implícita del doctor, me animó inmediatamente. 

Al salir del auto el doctor se acerca y rodea mi cintura guiándome hacia la entrada.

─ Todo quedó hermoso ─ murmura entre dientes.

─ Gracias ─ respondí ingresando a la pizzería. Andrew, es el primero que camina hacia una de las mesas. 

─ Papá, pide refrescos hoy no deseo tomar jugos ─ solicita Jaime, consiguiendo que su padre surque una ceja.

─ Yo también deseo refresco ─ sonrío. El doctor respira y asiente.

─ Dos pizzas familiar y una Coca-Cola de un litro ─ pide el doctor. 

─ De dos litros ─ menciona Samantha y Andrew y yo, la observamos enseguida.

─ Todavía me queda algo de mis ahorros ─ sonríe ella con seguridad.

─ No comiences con tú convulsividad compulsiva con las compras ─ menciona Andrew,  con fastidio. Me causa risa la reacción de mi hermano, pero me la aguanto y coloco mi rostro serio para reprender a mi hermana.

─ Más te vale, porque creí entender que tía Ivanna, te había eliminado los créditos ─ refiero mirándola. 

─ Todavía me queda algo, pero ya se me está terminando ─ musita Samantha, con tristeza ya que a esta compradora compulsiva sus progenitores le han eliminado sus creditos. 

─ Cómo que lo del shopping es de familia ─ menciona el doctor observándonos. 

─ Yo no estoy incluído allí ─ refiere mi hermano y yo sonrío. 

─ Eso creo que es de chicos y hombres ─ musito sonriendo.

─ Porque ellos son aburridos, siempre quieren vestir con lo mismo y que nunca se cambie nada en la casa ─ se queja mi hermana.

─ Si me voy a partir una pierna cuando cambien los muebles de lugar y busque mi camiseta preferida y no la consiga ¿Para que me va agradar el shopping?  protesta Andrew y mi hermana y yo nos miramos y sonreímos. 

─ ¿Yo soy aburrido? ─ Le preguntó Jaime a Samantha, con su entrecejo fruncido, su padre y yo observamos a los dos chicos.

─ No, tú no. Se apresuró ella a responderle y no pude evitar marcar una sonrisa en mi rostro con el gesto sonrosado en las mejillas coloridas de mi hermana. 

Me hace recordar cuando yo a su edad me embelesaba mirando y pensando a cierto personaje, la diferencia es que yo era una chiquilla y él un hombre quince años mayor que yo y que en este momento estaba sentado a mi lado.

Las pizzas familiares llegan y el refresco de dos litros también. Nos disponemos a tomar el primer trozo de pizza y...

─ ¿Cuánto te debo por la decoración? ─ Preguntó el doctor y mi sonrisa se borró de mi rostro. 

─ No me debe nada, doctor. ─ Menciono.

─ Me puedes llamar Noah y en cuanto a la decoración allí había mucho más de lo que compramos ─ murmuró

─ Yo estudié en esa misma escuela, estoy acostumbrada hacer eso todos los años, y la decoración se hizo con la colaboración de muchos, también de mis hermanos ─ informé un poco incómoda. Él guardó silencio y asintió, los chicos estaban entretenidos con las pizzas.

Ya estábamos con los helados y solo estábamos a minutos de culminar para marcharnos y a pesar del incómodo momento, yo nunca deseaba separarme del doctor. 

─ Puedes dejar tú auto y mañana nos vamos en el mío para la convención médica de oncología, es todo el día de mañana y el domingo ─ propuso.

─ ¿Tendremos que quedarnos? ─ Le pregunto para ir preparada. Todavía recuerdo la alaraca de Mariluz y al día de hoy sigue disgustada conmigo. 

─ Es en un hotel a dos horas y media de aquí, puedo hacer los arreglos para hospedarnos y así no madrugar el domingo, no me gusta la impuntualidad. ─ mencionó y yo asentí. Recordando lo ogro y malhumorado que se pone por esa causa, ni siquiera le agrada que le interrumpan sus clases y esta invitación a esa convención  es un privilegio para una estudiante que aún no se ha graduado. 

─ Me parece bien ─ musito, la verdad no estoy para muchas exigencias ya que deseo prepararme lo mejor que pueda y que mejor que a su lado.

─ Te paso buscando a las seis, ya que a las nueve inicia la convención ─ menciona cuando desciendo de mi automóvil para abrir el garaje, asiento y no puedo negar me siento dichosa de acompañarlo. El doctor se despide y mueve su auto los pocos metros que separan su casa de la mía. 

Al ingresar a mi casa siento que el gran cansancio me aborda. Mis hermanos y yo subimos hasta la habitación principal. Andrew, toca la puerta de la habitación de mi padre y mi tía, ingresamos saludando a ambos y también para que se den cuenta que llegamos.

─ Siento que necesito una gran ducha ─ sonríe mi hermana Samantha. 

─ Los tres se ven cansados, pero felices ─ menciona tía Ivanna, sonriendo.

─ Todo quedó tan hermoso ─ murmura mi hermana soñadora.

─ ¿Nos acompañarán  mañana para el encendido? ─ Pregunta mi hermano Andrew, dirigiendo su mirada hacia papi y  tía Ivanna.

─ Iremos un rato y de allí pasaremos al hospital ─ informa mi padre. 

─ Yo no puedo, salgo a las seis para la convención y regreso el domingo ─ informo y mi padre y tía sonríen orgullosos. Me despido y me voy para mi habitación asearme. 

Me dirijo inmediatamente a la ventana y la abro, busco la canción de Beyonce, me desvisto y me dirijo al baño, me doy una rápida ducha, siento que el cansancio me brota por todos los poros, tanto que ni siquiera me provoca bailar una de mis canciones favoritas.

─ Al salir del baño, busco una de mis pijamas, preparo la ropa de mañana y unas mudas más para guardarlas en una pequeña maleta y estarme cambiando. programo la alarma del despertador y enseguida me lanzo a la cama. Siento como todo oscurece rápidamente a mí alrededor y no he dado tres respiros cuando ya me rindo a los brazos de Morfeo. 

Mi teléfono repica, lo observo tomándolo y revisando el mensaje.

─ Buen día. ¿Ya estás lista? ─ Leo el mensaje.

─ ¡Vaya! que forma de ser tan puntual ─ pienso respondiéndole.

─ Ya voy saliendo ─ respondo y enseguida tomo la pequeña maleta, me doy una última mirada al espejo, tomo mi cartera y bajo. Todo está silencioso ya que aún duermen. Trato de no hacer ruido y cuando salgo de la casa ya el doctor Noah, está aparcado frente a mi casa. 

─ Buenos días ─ saluda mirándome de pies a cabeza y tomando mi pequeña maleta, guardándola en su automóvil.

─ Buenos días ─ sonrío a diferencia de su seriedad. Ambos ingresamos en el automóvil.

─ Ya hice la reserva para quedarnos en el mismo hotel ─ informa el doctor y yo lo miro asintiendo. 

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