—Señora, Leticia, ¿qué sucedió hace un momento? —aunque Fátima no sabía exactamente qué había pasado, podía intuir vagamente que el asunto tenía que ver con Silvia. Solo ella podía hacer que ambas se enfurecieran de tal manera.
Roberta, al escuchar la pregunta, dejó las joyas a un lado y su rostro se ensombreció. En ese momento, no se diferenciaba mucho de cualquier chismosa resentida del vecindario.
Fátima observó esto y simplemente arqueó las cejas, sin comentar nada más.
—Todo es culpa de esa zorra de Silvia. Si no fuera por ella, yo no habría quedado en ridículo frente a tanta gente... —Roberta le contó detalladamente lo ocurrido en la universidad, sin mostrar el menor remordimiento por sus acciones.
Fátima finalmente comprendió: madre e hija habían intentado perjudicar a Silvia, pero ella había contraatacado y las había humillado.
Leticia se sentó ágilmente junto a Fátima, tomándola del brazo con familiaridad.
—Fátima, tú eres mucho más inteligente que nosotras. ¿Por qué no nos da