Desde que Carlos salió de la comisaría la noche anterior, no había regresado a casa, sino que fue directamente al bar. Al principio solo se quedó sentado con la mirada perdida, pero a medida que el lugar se iba llenando, pidió una copa.
No necesitaba adivinar quién lo había denunciado, pero lo que no podía entender era: ¿Silvia realmente podía ser tan despiadada?
Recordaba innumerables momentos en que Silvia había sido dulce con él; sin importar lo que hiciera, ella siempre lo ayudaba con gentileza y nunca se oponía a nada.
Quizás nunca había conocido a la verdadera Silvia. Le costaba creer que en esos ojos ya no quedara ni un rastro de ternura, pero la realidad lo obligaba a aceptarlo.
Nunca se había sentido tan dividido, entre Fátima por un lado y Silvia por el otro.
Lo irónico es que el día que se divorció no sintió nada en absoluto; era consciente de que él mismo había causado ese desenlace.
En la entrada, una mujer tomó del brazo a otra —Lucía, ¿en qué has estado tan ocupada estos