Media hora antes, Silvia había intentado ir a la cocina para preparar pasta, pero el dolor en la pierna era insoportable, así que llamó a Lucía.
Silvia le contó todo lo ocurrido durante la competencia: cómo Leticia le había arrojado el agua caliente y cómo Carlos había llegado a la enfermería para cuestionarla.
Lucía se indignó al escuchar todo:
— ¡Esa gentuza! ¡Leticia, nunca me cayó bien! Cuando aún eras su cuñada, te trataba como a una sirvienta. ¡Ya te has divorciado de ese cretino y todavía quiere hacerte daño! ¡Es malvada hasta la médula!
— Supongo que quería aprovechar la competencia para demostrar que era mejor que yo, pero no debió robar las preguntas. Eso ya es un delito.
Lucía exclamó furiosa:
— ¡Es que le falta un tornillo! ¡Siempre pensando en cómo dañar a los demás! ¡Todo por culpa de ese miserable y su madre que la han consentido tanto! ¡Nunca debiste cuidarla como lo hiciste!
Silvia rápidamente le sirvió un vaso de agua:
— Fue mi culpa, mi culpa.
— ¿Qué culpa vas a tene