Santiago, teniendo la posición e influencia que tenía, había viajado desde tan lejos para ayudarla a salir de aquella situación. Fuera cual fuese el motivo, Gabriela entendía que, por cortesía, debía aceptar.
—¿Está él en condiciones de recibir visitas? —preguntó ella, un poco intranquila.
—Claro, vino específicamente por ti —explicó Cristóbal con un gesto amable.
—De acuerdo —aceptó Gabriela—. Lo organizaré. ¿Tu padre tiene restricciones de comida? ¿Algún gusto especial?
Cristóbal la condujo con una mano apoyada suavemente en su hombro, saliendo de la habitación:
—No te preocupes, su mayordomo se encarga de todo. Relájate y tómatelo como un encuentro con algún familiar más.
Las palabras de Cristóbal empezaron a inquietarla. Presentía que había algo oculto. Se detuvo abruptamente y lo miró con seriedad:
—Cristóbal, ¿qué le has contado a tu padre sobre nuestra relación? —inquirió.
El joven se llevó la mano a la frente y, con un suspiro, replicó:
—Mi padre cree que el bebé que llevas es