Pensó que quizá se marcharía de la habitación, pero no. Álvaro se tumbó, la rodeó con sus brazos y la atrajo contra su pecho.
—No volveré a impedir que salgas o que disfrutes de tu libertad, —murmuró con la voz quebrada—. Pero te pido que no veas más a Cristóbal. Ese es mi único requisito… y no nos divorciaremos.
Gabriela cerró con fuerza los ojos. Sintió cómo las lágrimas brotaban sin que pudiera hacer nada por contenerlas.
Gabriela pasó la noche entre sueños extraños y perturbadores.
Soñó con un sótano, con una jaula donde parecía haber alguien encerrado.
Y al final del sueño, regresó a Mar de Cristal, sentada en el muelle junto a Emiliano, compartiendo un helado.
De pronto, él giró el rostro con una expresión inquietante y preguntó:
—Dime, ¿me ves como Emiliano o como Álvaro?
Gabriela despertó sobresaltada, descubriendo que el sol ya se filtraba por la ventana.
Álvaro no estaba a su lado.
Tocó el lugar que él había ocupado en la cama: ya se había enfriado, así que probablemente llev