Algo le sucedía a Paolo. Desde que la había recogido, apenas había hablado y cada intento por establecer una conversación no la había llevado a ningún lado.
Loredana no tenía idea de lo que podía haber sucedido desde la última vez que había visto a Paolo.
Cuando él le había invitado a salir, se había sentido emocionada, pero también había estado a punto de negarse. Sin embargo, se convenció de que no tenía nada de malo y durante las últimas veinticuatro horas se había tenido que repetir lo mismo más de una vez.
Ahora él parecía estarse arrepintiendo… Bueno, ella no iba a seguir soportando esa actitud.
—Detente —ordenó.
—¿Qué? —preguntó Paolo saliendo de su estupor. Él la miró confundido.
—De-ten-te.
—Te entendí la primera vez, lo qué no entiendo es por qué quieres que lo haga.
—Ya no quiero ir a donde sea que me estés llevando.
—No puedes cambiar de opinión de pronto.
—Creí que eso es lo que tú habías hecho —dijo con ironía—, sino no entiendo a qué se debe tu cambio de actitud. Fuiste